013

4.5K 780 215
                                    

CAPÍTULO DECIMOTERCERO
El chico de las gafas oscuras
━━━━━━━━━━━━━

—No tenemos nada de qué hablar— espeté cruzándome de brazos.

A mí no me controlaras, rubio.

Negué y negué. Realmente no entendía que carajo estaba haciendo, solo que de alguna manera me había convertido en un sistema de defensa anticuado.

Ahora estábamos afuera por qué se le ocurrió decir que estábamos teniendo problemas en nuestra pequeña relación falsa, así que mis padres, después del brindis y de haber servido la cena, nos dejaron "hablar".

—¿Vas a explicarme que fue eso? Actuaste como un loco, no te conocí por un segundo— añadió aún sorprendido, expresando claramente el caos en su confusión al gesticular ávidamente con las anilladas manos.

—Si tan solo dejaras de ser tan coqueto con cualquiera, incluso lo eres con ese simio, Edward— sentencié de forma severa, sin temerle ni siquiera un poco.

Es más, ni siquiera le estaba mirando.

Supongo que el valor pronto escaparía de mi cuerpo, como una gallina que escapa de su captor, curiosa forma de poner las cosas.

Enarcó una ceja, ahora él cruzándose de brazos.

—Te pagaría millones si no fueras tan obvio.

—No tienes tanto dinero— carraspeé

—Ellis, deja de lado los celos infantiles, te metiste demasiado en personaje— pasó su mano por su cabello sin siquiera mover las gafas un centímetro.

Ya quería ver que ocultaba detrás.

—No lo dije pensando, idiota— musité—. Salió por si solo, es más, creo que el filtro boca-cerebro está descompuesto.

Una pequeña carcajada salió de sus labios al tiempo que su mano pasaba por mi cabeza, revolviendo mi cabello como a un niño pequeño. En serio, odiaba que me tratara como a un cachorro.

—No soy perro— bufé palmeando su mano lejos de mi desaliñado cabello.

—Si eres para mi— sonrió

—aja, vuelve a poner tu mano ahí y la perderás.

—Igual que la virginidad de tu boca— chasqueó, acompañándose de una sonrisa estresante de oreja a oreja.

Lo mataré, se cree un listillo haciendo bromas con mi primer beso, infeliz.

Volví a agitar la cabeza, tomando una profunda bocanada de aire hasta sentir los pulmones henchirse.

—No me gustan los hombres— dije sin expresión en el rostro.

—¿Eso a qué viene?

—Preguntaste si me gustaban. La respuesta es no— alcé la vista hacia la suya sin encontrar nada más que mi reflejo.

Empezaba a fastidiarme ese misterio que le acompañaba.

—Ellis, deja de mentir—dijo, chasquido la lengua con cierta molestia en el tono—. Es tan obvio que es una mentira.

—Es verdad, Edward.

Asintió poco convencido.

Él solo necesitaba una respuesta, así que yo le di una que ni siquiera alcanzó a convencerme, no podía ni creérmelo.

—Hay que ir adentro, nos esperan.

Al intentar abrir la puerta, su mano tomó la mía en un movimiento brusco, haciendo que mi cuerpo girará también para que así su cara quedará cerca de la mía. Una de sus manos se posó en mi mejilla, mientras la otra sostenía mi mano con delicadeza, dejándome sentir lo helado del metal en los anillos quemándome la piel. No tenía palabras, nada quiso salir, solo sentí que el estómago me daba un vuelco horrible cuando sus labios presionaron con los míos, dándome una sensación cálida y reconfortante.

Estaba besándome enserio.

Abrí los ojos como platos al verme siguiéndole el beso, con las mejillas coloradas y la temperatura corporal elevándose hasta el cielo, estaría loco si no admitiera que estaba por arder. Afiancé las manos a la tela de sus brazos cerrando los ojos con fuerza, dejando que mi cuerpo temblara ante el suyo. No negaría que tenía miedo, no por él ni por lo qué estaba haciendo, sino por lo qué sentía. La primera vez había sido extraña. Nueva, pero esta segunda era diferente. Ambos sabíamos que no era improvisación. Sus labios no eran agresivos, ni lascivos.

Eran tranquilos, probándome, haciéndome entender que probablemente lo que dije era totalmente una mentira.

Se separó con una expresión totalmente sería, no parecía ser amistoso en ese instante.

Quedé boquiabierto y sin aliento una vez pasó el pulgar sobre mi labio inferior, limpiando el trazo de saliva remanente sin poder dejar de mirarme.

—No vuelvas a mentirme, Ellis— sentenció dejándome un casto beso sobre los labios aún entreabiertos—. Ahora sí, regresemos a la cena ¿te parece?

—¿Eso fue improvisar?— pregunté sin dejar de mirarlo.

—¿Eso? No, eso simplemente se llama probar— sonrió ampliamente tomándome de la mano para regresar dentro.

Ahora estaba más confundido que antes, ¿por qué cada que lo miraba sentía un zoológico en el estomago?

No entendía nada y tampoco parecía que el pretendiese hacerlo.

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora