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CAPÍTULO DECIMOCUARTO
El chico de las gafas oscuras
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Maldita luz solar, maldito seas hoyo en la cortina.

Abrí los ojos como un zombie, sintiéndome apaleado y extrañamente enfermo, me ardía la garganta y me dolía el pecho. Debía ser el alcohol que bebí anoche, irremediablemente me había excedido en cuanto a la cantidad. Jamás bebía más de lo que mi cuerpo pudiese tolerar, o pasaría exactamente eso. Un kilauea en la garganta. Me reincorporé de un tirón, haciendo memoria sobre lo que había sucedido justo antes de tomar la decisión de alcoholizarme. Lleve una mano a la boca, recordando la sensación de los del rubio, eran suaves y delicados, pero no imposibles de sentir.

—¡Ellis!— llamó mi madre desde el piso de abajo. Realmente parecía que un día sus gritos tiraría una de las paredes.

De seguro tendría que bajar al recalentado de Año Nuevo, a comer pavo hasta que la barriga decididese hacerme completamente vegetariano. Quite las cobijas y de inmediato baje con la pereza colgándose de mis hombros cual koala. Incluso al bajar las escaleras tenía sueño, Dios, si tan solo me cayera y no sintiera el golpe entonces me dormiría ahora.

—Hay alguien que vino a verte, Ellis— abrí un ojo lentamente una vez estuve en el último escalón. El estómago me dio un vuelco sorpresivo, y juro que casi perdí el equilibrio y caí de bruces al suelo.

Delante de mí estaban aquellos ojos dorados que recordaba de la universidad. James Collin, un amigo de siempre, el único que creyó en mí cuando me sacaron de la escuela.

—Aún sigues despertando tarde, tonto, esas costumbres no desaparecen— sonrió de oreja a oreja.

—James— sonreí saltando a abrazarlo, revolviendo sus cabellos cobrizos en mi mano—. ¿Qué haces hasta acá? ¿Dejaste la escuela? No seas tonto, piénsalo— lo miré con incredulidad. No era posible que haya decidido seguir esos pasos, se le daba muy bien la escuela.

—No, bobo. He venido a pedirte que lo pienses tú— fruncí el ceño sin entender ni pío de lo que decía—. El decano tiene evidencia de que no fuiste tú quien falsificó los papeles, fue otro de los chicos del curso, Elmer. Así que estoy aquí para pedirte que vuelvas al colegio.

Básicamente mi vida se iluminó, sentía que podía saltar de un puente y no morir, bueno, en mi cabeza, porque si me atrevía a hacerlo saldría en el periódico con un penoso encabezado. Me aclaré la garganta tomándolo del brazo aún con la mirada de mi madre sobre nosotros, como era cuando éramos niños.

—Mamá, no somos exhibiciones. Iré a hablar con James afuera, necesito decirle algo importante.

—Adelante, mientras calentare el desayuno— ladeó la cabeza, adelantándose a la cocina.

Mejor corro lejos del pavo.

Ambos salimos hacia el pórtico escuchando el calmado ambiente del primero de enero, un Año Nuevo lleno de nuevas oportunidades, y así también nuevos errores y tonterías, como la que estaba apunto de hacer.

—No regresaré a la escuela— farfullé sin dilación.

Casi parecía gracioso como su rostro hacía muecas. En verdad pensaba que estaba bromeando.

—Siempre fuiste un chico de bromas, pero necesito que ahora sí seas honesto.

¿Por qué es que nadie me cree hoy en día?

—Estoy siendo honesto, James. ¿Crees que estaría encantado de regresar y recibir odio de mis compañeros? Porque no me digas que se van a tragar eso de que no fui yo.

Suspiró profusamente, atacándome con ojos de cachorro.

—Hazlo por mí, Ellis.

Puse los ojos en blanco y cuando me disponía a contestarle, un taxi se estacionó frente a la casa, de el bajo ese rubio "amante de la improvisación" que iba vestido de una manera vaga pero tampoco se veía mal. Si yo me vistiera así de seguro provocaría cáncer del bueno. Me miró con una ceja encarnada mientras se acercaba, aunque a decir verdad no sabía si era a mi al que miraba.

—¿Lo conoces?— preguntó James, mirándole de arriba hacia abajo en un intento por encontrar algún defecto.

Si lo encontraba con gusto me gustaria saberlo.

—Ajá— divagué.—Edward ¿qué haces a...?

No acabé de contestarle porque el muy desgraciado me besó con posesión, sujetándome fuerte contra él. Casi sentí como mi alma dejó el cuerpo terrenal, elevándome a un sitio en el que jamás me imaginé. Se separó dejándome sin aire y con vergüenza aún en el ambiente.

—Aquí— complete susurrando y ciertamente sin aliento.

—¿Nos presentas?— preguntó sonriéndole a James, quién al parecer tenía expresión de pocos amigos.

—Edward, él es mi mejor amigo, James y James él es...—. Mire al rubio, tragando saliva como si de un yunque se tratara—. Mi pareja.

—Mucho gusto— dijeron estrechándose la mano.

Entonces sentí la mirada del rubio quemándome la sien.

—Ellis, ¿ya estás listo?— me preguntó Edward dedicándome una sonrisa ladina.

—¿Listo para que?

¿Otra improvisación? No creía ser capaz de soportar.

—No me digas que olvidaste nuestra reservación— podía oler la maldad emanando de sus acciones. Realmente era el demonio disfrazado.

James abrió los ojos como platos al mirarme sin palabras.

Yo y mi boca gigantesca.

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora