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CAPÍTULO NOVENO 
El chico de las gafas oscuras
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La verdad ni ganas de cenar tenía, menos con mi hermana a mi lado devorándose una rebanada de pizza. Qué días tan caóticos, en verdad comenzaba a  odiarme a mí mismo por lo único que no desaparecía de mi cabeza, menos mientras el estribillo de la canción sonaba fuerte en mis oídos, sacándome de mi ambiente familiar por unos míseros tres minutos, Dios, como amaba Panic! At The Disco.

Entonces, una sensación grasosa apareció en mi mejilla y al tiempo que miraba por el rabillo del ojo la vi, a la mocosa que me hace la vida imposible. Si, ya sé, si se supone que yo soy el mayor soy el que debería molestarla, pero resulta que ella ha tenido lo que yo no y eso me vuelve presa de una niñita.

Me llevé los dedos a la mejilla notando el tomate de la pizza embarrado. Quite uno de los auriculares y cuando quise decir algo ella abrió la boca.

—Papá , Ellis no sabe comer— se burló señalándole con el índice.

—Ellis, hijo, ¿ya vas a empezar?— cuestionó mi madre sin emoción, como desde los últimos días, a decir verdad las cosas entre mis padres eran distintas, ya ni se miraban.

—Ha sido esta criatura del infierno, está jugando con la comida— rebuzné, alcanzando una servilleta del centro de la mesa.

—Uno no come con los auriculares en la mesa— sentenció, cruzándose de brazos por el pecho.

Como si fuera a ganarme con eso.

—¿Y tú que sabes? Tienes doce, aún mojas la cama— sonreí.

Toma esa.

—¡Mamá! ¡Dile que se calle!

—Cállense los dos, estamos cenando— dijo mi padre limpiándose la salsa de tomate de los bigotes—. A propósito, Ellis, la cena de fin de año es pasado mañana.

—¿Y?— instigué, limpiando el desastre en mi mejilla con una evidente cara de asco.

—Olivia ha quedado de asistir.

¿Qué es lo que acababa de decir? ¿Es que esa chica-monstruo no se rinde?

—Y ha dicho que vas a presentarnos a alguien importante.

Santa madre.

—Me dijo también que ya no van a casarse, que encontraste a alguien, Ellis, ¿por qué no has querido contarnos?

Bueno, si que la voz corrió rápido.

—Es que él... digo, ella siempre está muy ocupada y decidimos tenerlo en secreto un rato hasta que las cosas se calmaran, ya saben, una relación ¿tranquila?— asintió soltando una risa que me prácticamente me paralizo, ay dios, ¿por qué a mí? En verdad ¿por qué a mí?

—¿Podríamos saber cómo se llama?

—Se llama, E... e... Eva, así se llama.

—Pobre Olivia, ella en verdad te quería, ¿por qué tú no a ella?— preguntó mi madre—. ¿Es que ella te engaño con alguien, haciéndote creer que diez años juntos no valían la pena? ¿Eso hizo, Ellis?— dijo mi madre con los ojos brillantes y casi saltones.

¿Qué? No estaba entendiendo ni una palabra de esto pero creo que sé hacia dónde se está yendo.

—¿Lo veía en hoteles? ¿También le pagaba viajes haciéndote creer que eran de trabajo?

Me sentí en un teatro, mirando la obra más grotesca y repetitiva, con lagrimas falsas y reclamaciones graciosas, ¿por qué? Pues fácil, porque predices el final de la historia.

—¡Como tú padre!— espetó soltándose en llanto.

¿Qué necesidad tenía de estar ahí? alguien dígamelo por favor.

—¿Es alguien a quién conocemos?— pregunté haciendo llorar más a mi madre, jamás sabré cómo dejar de ser tan idiota.

—Niños, lo lamento muchísimo, yo no quería pero la señora Petra me ha atraído como polilla a la luz.

—¿Petra? ¿La de la lavandería?— pregunté de nueva cuenta acordándome de la señora.

Imagina una masa morena, un cabello corto casi tostado y un par de ojos "azules" porque nadie la conoce sin los lentes de contacto. Ahora agreguen un detalle, cualquier cosa que tengas se perderá entre sus pliegues, y agradece a dios si algún día te lo regresa, ah pero no olvides regalárselo a quien más odies, te aseguro que morirá o se le carbonizara la nariz, lo que venga primero.

—Lo lamento hijo, me ha tentado a pecar.

—Papá, tú no crees en eso— dije obvio, frotándome el puente de la nariz.

Paciencia. Esa es la virtud de los grandes.

—La fé de un hombre nace en los momentos difíciles, Ellis, por dios.

—Ajá, ¿se van a divorciar?

—¡¿En vísperas de Año Nuevo?! No, que tonterías dices Ellis, habremos de pasar por esta brecha como familia, tu padre ha cometido un error como todos nosotros, somos humanos.

Ay no.

—Pasaremos por esto. Lo sé.

Definitivamente no podría tomar más de esas idioteces por un día, así que me levanté de la mesa, obteniendo sus miradas rápidamente.

—¿A donde vas, hijo? — preguntó mi padre.

—A buscar una soga que me quede en el cuello, luego regreso.

No podía haber nada más cómico que mi familia, y nada más desagradable que lo que vivía día a día, ¿quien hubiera pensado que todo eso iba a cambiar?

El chico de las gafas oscuras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora