Capítulo XIX

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Candy se quedó sorprendida, el hombre que estaba ahí no podía ser el hombre que recordaba, como ella no podía ser la que él guardaba en su memoria; como pudo, se sostuvo con una mano, sus pies querían correr a abrazarlo, deseaba abrazarlo, pero sabía que no podía dejar la seguridad del pilar que la estaba sosteniendo porque se podría caer, era tan frágil ahora, por su culpa se veía tan frágil. Candy estaba tan feliz de tenerlo ahí, de saber que había venido porque ella lo necesitaba a pesar de su estupidez.

- Candy - se acercó a ella cuando sus lágrimas corrían libres.

- ¡Llegaste! ¡Perdóname! – pidió clemencia dejándose caer a los pies de ese hombre cuando se hubo acercado.

- ¡No! ¡No Candy! ¡No hagas eso! ¡No tienes por qué hacerlo! ¡Yo tuve la culpa! ¡Yo te abandoné a tu desconsuelo! El que debe pedirte perdón soy yo, por favor no me hagas esto – le pidió acariciando su debilidad, sus manos escuálidas y con poca fuerza que no querían moverse de sus piernas para liberarlo.

- Te amo Albert, fui una tonta, por mi propia inmadurez no me di cuenta, mi bebé puede morirse por mi negligencia, no me di cuenta que estaba embarazada – lloraba con las pocas lágrimas que le quedaban, había hecho esto tantas veces, se recriminaba el poco conocimiento de su anatomía y se había dicho tantas veces que era tan poca cosa que no merecía ser madre. No debí ser madre Albert, soy tan tonta, tan simple que por eso mis padres me abandonaron cuándo nací – confesó ella, llorando.

- ¡No Candy, nunca, nunca digas eso! ¡Ni de broma! No puedo remediar el pasado Candy, tus padres quizás te abandonaron a tu suerte, pero yo no planeo hacerlo – respondió el rubio.

Albert la tomó de los brazos para después levantarla y tomarla de la cintura, abrazándola con amor, mirándole los ojos que ahora estaban adornados por unas ojeras amoratadas, donde su rostro había cambiado considerablemente, ya no había más piel rellena, ahora le daba miedo abrazarla fuertemente porque podía romperla. Candy despegó el rostro de su pecho, pensando en cuánto lo había extrañado, mirándolo a los ojos los cuales seguían mojados, hasta que una de esas lágrimas cayeron en el rostro de ella, sabiendo que él también estaba triste, pero no por él sino por ella, quizás sus recuerdos la desconocía, pero no su corazón, detrás de esa escuálida figura se encontraba la fuerte, feliz y alegre rubia que estaba deseando encontrar.

- Albert perdóname, fui tan tonta, no supe reaccionar adecuadamente – pidió clemencia una vez más.

- No mi amor, todos tenemos culpa de tu estado de ánimo, George te envía saludos y vendrá apenas le confirme que estás fuera de peligro – le contó tiernamente, mientras sus ahora opacos ojos verdes lo miraban.

- ¿En serio? Él fue...fue mi apoyo, no me sentía tan sola cuando él estaba conmigo... - le contó como si recordara esos momentos.

- Lo sé mi amor, lo sé, fui un desconsiderado, debí haberle confesado a la tía abuela que somos pareja desde hace mucho tiempo. Pero ya habrá tiempo para avisarles a todos – dijo sonriente, se quedó callado unos momentos.

- Albert... - lo llamó sacándolo de su ensoñación.

- Dime mi amor... - respondió sonriendo.

- Bésame por favor...aunque entiendo si no lo quieres hacer...sé que estoy muy fea ahorita... - comenzó a sentirse sola, como si no estuviera él.

- Pero qué dices Candy, ¡si te ves divina! – le sonrió con ternura.

- En serio, he maltratado mi cuerpo y también a mi bebé – le contó ella.

Enfermera de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora