Capítulo V

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Unas horas más tarde George tocó a la puerta, dándole Albert el pase y viendo horrorizado el desorden de la biblioteca. Había botellas de whisky abiertas, medio llenas y Albert se encontraba acostado al lado de la ventana.

- ¡Pero William! – protestó George.

- Nada de William, George – le pidió encarándolo.

- En serio, ¿te vas a ir? – preguntó el castaño sorprendido.

- Sí y nada ni nadie me detendrá – le advirtió caminando hacia la biblioteca.

- ¿Por qué lo haces? – cuestionó preocupado.

- No lo entenderías... - soltó acercándose más a la puerta.

- Te conozco mejor de lo que crees – rebatió él mirando en otra dirección.

- Eso es bueno saberlo – se mofó audiblemente.

- Y los ¿negocios? – cuestionó George.

- De esos podrás encargarte tú y Archie, no entiendes George, Candy me importa más que todo en este momento en realidad, entiéndeme por una buena vez, la amo con todo mi corazón y no pienso perderla así como así – le gritó a George dando un paso cada vez.

- Albert... vuelve con ella – le ordenó sonriente al ver que iba en serio.

- Sí George, lo haré – se volteó y se encaminó hacía el sillón de la biblioteca. El señor Watson te esperará en el barco, toma aquí están tus identificaciones, papeles y que te vaya bien – le dio una palmada en espalda.

- Gracias George, por cierto si los chicos preguntan diles que no sabes a donde me fui – sugirió él.

- Sí Albert, Albert... - lo llamó.

- Dime George – contestó regresando.

- Me dejas desearte buen viaje – susurró.

- Por supuesto George, dame un abrazo – lo abrazó como a un camarada.

- Que te vaya bien Albert y espero que puedas encontrar a la señorita Candy, tan atolondrada – le hizo una broma.

- Se lo diré George...cuando la vea – se lo prometió.

- Buen viaje – le dedicó.

- Gracias hasta pronto – tomó su mochila de viaje, su chaqueta y se encaminó al muelle.

Albert salió como tantas veces había entrado a la mansión de Nueva York, como un vagabundo, pero ahora ya era el jefe del clan, tenía que utilizar ese escape de nuevo. Era por demás que la mirada triste de George lo seguía por entre las sombras de la noche, cuando dio vuelta la verja para tomar el carruaje que le esperaba, George profirió un leve sollozo, sabía que en Europa la guerra era atroz, más de lo que las noticias llegaban a decir en Norteamérica, pero ya ellos se encargarían de afrontarlo sólo rezaba y se encaminaba de regreso a la biblioteca, sirviéndose por primera vez un trago de coñac en horas de trabajo, no sin antes decir...

- Regresa a salvo hijo mío – levantó el vaso hacia el frente, reprimiendo un sollozo más sonoro y volviendo a servirse, sin beberlo realmente, ya que solo atino a dejarse caer y romper en llanto amargo.

Durante el trayecto al puerto, Albert recordaba su vida en el transcurso del viaje al puerto, por qué no se quedaba con su familia, ellos también lo necesitaban, pero para eso tenían a la tía Elroy, nada pasaría en su ausencia, al menos nada que ellos no pudieran manejar, aunque lamentaba dejar a George nuevamente a cargo; a lo lejos Watson le saludaba y una vez que se detuvo el carruaje y se apeó de este saludó cortésmente al señor Watson.

- Señor Andley, buenas noches – lo saludó extendiéndole su mano.

- Buenas noches Watson, ¿a qué hora salimos? – cuestiona William al interpelado.

- En una hora más o menos, la tripulación y los permisos están en su oficina, tome un poco de café y zarparemos en una media hora – sugiere Watson al rubio.

- Por supuesto – sonrió y bajó a su camarote oficina, la cual era como la recordaba, amplia y acogedora.

Albert se encaminó a su oficina según lo indicado por Watson deberían estar los papeles, más sin embargo, cuando entró vio que había una sombra frente a él, que fumaba y veía la luna desde lo que se supone era una silla

- Buenas noches – saludó aquella sombra.

- Eh... pensé que Candy ya te había quitado ese vicio Terry – sonrió más para sí mismo que otra cosa.

- Lo retomé ayer, después de verla – sonrió demostrándoselo a él.

- ¡Ah con que platicaron! ¿Dijo algo de interés? – le cuestionó ocultando los celos desbordantes que tenía.

- No mucho, simple plática de amigos, nada más – soltó como si en realidad él no estuviese interesado.

- Ya veo, ¿qué quieres aquí Terry? – cuestionó volteándolo a ver a los ojos, desafiándolo de algún modo.

- Bueno es que vas a Europa y yo quiero ir contigo, seguimos siendo amigos, ¿no es cierto? – quiso rectificar el castaño.

- Sí claro...amigos – dijo con sorna.

- Entonces quiero acompañarte...por ella, aunque tenga que cargarla – intentó hacer una broma al sentir la tensión en el ambiente.

- No puedes – soltó Albert tratando de desalentarlo.

- ¿Cómo que no puedo? – preguntó enfadado, ni él ni nadie le podía decir eso.

- ¿Y Susana Terry? ¿Ya se te olvido? – le cuestionó enfatizando su deber, autoimpuesto pero al fin su deber.

- Salí como tú, en las sombras, y.. ¿qué dice tu familia? Ya sabe que también las abandonas – evidentemente le quería dar un golpe bajo.

- No te lo permitiré Terry, mi familia...mi familia no depende de mí, Terry. Susana si depende de tu amor, no fue por eso que dejaste ir a Candy – le reclamó el rubio.

- ¿Qué excusa tienes Albert? Yo aún la amo y tú Albert, ¿qué pretexto tienes? – le pregunta tajante y molesto el castaño.

- Yo...yo... él se encontraba reticente a repetir lo que le decía a todo el mundo, lo que se decía a sí mismo, lo que le había repetido hasta el cansancio a George...soy su padre y su mejor amigo - Terry suspiró al oír eso, aliviado.

- ¿Me puedo quedar? – preguntó él, esperando que la actitud del rubio fuera... diferente.

- Sí, sólo procura no perderte – sugirió Albert, tenía que aparentar que no odiaba su compañía.

- Gracias amigo, buenas noches – tomó su equipaje y se retiró de ahí.

- Buenas noches – saludó él.

Terry salió del camarote oficina satisfecho de haber convencido a Albert, este se giró observando la luna.

- Ay Terry pues no la tendrás fácil, porque el famoso magnate y patriarca del clan Andley no es sólo un hombre que hace dinero para aumentar la riqueza de su familia, Albert es un hombre que vive y respira una sola mujer...y eso te lo puedo firmar con sangre – susurró Albert a la luna, sonriendo y garantizándolo.

Enfermera de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora