Capítulo XXIII

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Era una tarde lluviosa, en las cercanías los pajarillos que se escondían en los árboles cantaban mientras sus madres le cobijaban con sus alas; las ardillas corrían por los pastos, libres y apresuradas, recogiendo algunas ramas y hojas; se oía un suave murmullo de alguien que dormía, muy cerca de la casa. Se acercaba el invierno y algunos corazones tristes recordaban entre pesar y alegría acontecimientos no tan recientes.

Una cabeza castaña observaba como habían cambiado las cosas hacia tan solo un par de años atrás, aún recordaba la tristeza de la rubia que ella conoció y que ya no quedaba nada, su vista alcanzaba a ver a su sobrino, bastante sobrio, ataviado con una enorme gabardina, frente al cementerio familiar, cabizbajo y triste. La señora Elroy y George se encaminaron hacia donde él parecía recordar y pensar, observando una lápida, el nombre le traía varios recuerdos, pero ya nada podía hacer.

- Albert está enfriando, deberíamos entrar – recomendó preocupada la señora Elroy tomándolo del brazo.

- En un momento voy Tía Elroy, ¿qué hace? – cuestionó Albert viéndola de reojo y preguntando por alguien en específico.

- Duerme, Arthur se ha encargado de eso. ¿Aún lo extrañas? – cuestionó ella, observando cómo su sobrino contraía el rostro como signo de dolor.

- Imposible no hacerlo, quisiera tenerlo conmigo, pero el pasado no regresa, Dios me ha dado una segunda oportunidad Tía Elroy – le comentó sabiendo a qué se refería.

- Es cierto, si hubieses sido menos obstinado todo podría haber sido diferente – lo reprendió observando que su rostro se desfiguraba y llegó a ver una lágrima que fue quitada de una mejilla rápidamente. Ya ves, supe comprenderte, no había nada que temer – refirió tajante la matrona de la familia.

- ¡Lo sé! Pero no sabía que me amaba y bueno...fuimos ¡tan tontos! Ahora ya no hay remedio... - comentó devastado el rubio sobrino a la señora Elroy.

- Ahora tendrás un hijo con otra mujer, como debió ser desde un principio – la señora Elroy sonrió.

- ¡Y qué mujer! ¡Más que mejorada! – trató de no reír, pero fue imposible.

- ¡Albert...! – la matrona lo reprendió.

- Lo siento tía, me refería que ahora se han invertido los papeles – puntualizó el rubio.

- Pues eso espero, con los que hemos perdido son suficientes – ironizó la señora Elroy.

- Sí tía, vamos. George ¿ha sucedido algo? – cuestionó el rubio.

- No, en realidad todo está marchando perfectamente. Seré el padrino – se sonrió George alegrándose por el papel dado por esa persona.

- Es oficial, lo sé – respondió el rubio viendo como George soltaba una gran sonrisa.

- Yo también, pero me ha pedido que sea flexible – contestó la señora Elroy.

- Eso también lo sé – reafirmó Albert, imitándolo.

- Bueno hijo, te veo más al rato, iré a cambiarme para la cena.

La señora Elroy había llegado justo en el momento en que Candy se encontraba de parto, sólo apareció ahí en la mansión sin que me haya preguntado cuando había viajado a Escocia, pero por lo visto no estaba sola, George también se encontraba ahí. Se quedaron sorprendidos al ver la escena en la que me encontraba sumergido, todo era un caos; había demasiada gente en mi habitación y cuando se hubo acercado lo necesario, vio con horror en lo que Candy, mi esposa se había convertido, cuando la observó el suficiente tiempo y yo sin darme cuenta, ella se dirigió hacia mi tocándome el hombro para llamar mi atención.

Enfermera de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora