Capítulo III

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George miraba los rostros de todos, cada uno con culpa y él, tenía las suyas propias, recordaba cuando la miraba en los jardines, llorando por los rincones, esperando a Albert cuando llegaba de cerrar un negocio y el pretextaba cansancio y después al sentirse tan sola, visitaba a Puppé en el árbol del bosque.

En ocasiones todo parecía normal, la tristeza que le invadió un día antes de que se fuese, ya que Candy le dio las gracias por todo lo que había hecho por ella, abrazándole tiernamente, tanto que en ese único abrazo le transmitió parte de su tristeza, su desesperación y la profunda confusión que había en su corazón, sensaciones que había sentido desde ese momento y que hasta ahora que recapitulaba dentro de aquel lujoso compartimento atinaba a reflexionar, haciendo que su corazón se desgarrase por dentro, al tan sólo pensar y concluir que Candy se despidió de él, se sintió afortunado ya que al parecer de nadie lo hizo.

Temía que lo que estaba pensando fuese cierto, luchaba contra la lógica y lo que sus sentimientos le decían, que quizás...probablemente, la señorita Candy se había enlistado...pero no tendría por qué hacerlo, a menos que todas esas situaciones la hicieran reconsiderar si en verdad era completa y totalmente feliz.

Así transcurrió la mayoría del viaje que duraba una semana, las comidas eran silenciosas, casi nadie hablaba por estas expiando culpas personales. Los días pasaban y la espera de cada uno de ellos era lo bastante larga, unos con culpa y otros con anhelo y la cabeza principal conjeturando lo que haría si no la encontraba, era capaz de ir por ella a Europa sin importarle su familia, su puesto, lo que le dijera su tía. Ella que a últimas fechas creía que estaba sofocando tanto a Candy como alguna vez lo hiciera con él. Albert tenía que tolerarlo, era por demás complicado por todo lo que significaba para la tía el hecho de guardar las apariencias y obligaciones del clan, quizás pensaba que Candy lo transmitía cuando cuidaba el esmero en su apariencia personal sin detenerse a pensar que sólo era una máscara en la cual la tía la obligaba a verse de esa manera, él por su parte, la veía bellísima antes de cada baile, parada en la puerta de la mansión, ataviada con un lindo vestido desbordando belleza y cada día crecía un amor que se podía respirar en la atmósfera, al menos entre ellos. Para él, era un orgullo llevarla de su brazo, para Candy una aburrida fiesta, porque la mayor parte del tiempo estaba en el jardín tocando flores y oliendo los árboles y adoraba la naturaleza y eso el rubio también le extrañaba.

Era increíble, Albert por fin se había dado cuenta lo que había debajo de la partida de Candy, ¿cómo no podía verlo? Era tan fácil hacerlo y simplemente no pudo reconocerlo, eso hizo que soltara una carcajada sorprendiendo a todos.

- Jajajaja diablos Candy, ¿cómo no me di cuenta antes...? – comentó demasiado alto.

- ¿Sucede algo Albert? – pregunta Archie confundido.

- No, sólo recordé algo, George, podemos platicar a solas debo darte unas indicaciones – Albert le pidió que saliera junto con él.

- Sí señor, lo conduzco – le dio el pase.

- ¿Qué le pasa a Albert? – cuestionó Annie preocupada.

- No lo sé, pero ha de haber sido importante – comenta Archie sin pensarlo.

- Sí, supongo – comentó ella sin entender a lo que se refería.

- Dímelo George, se despidió de ti ¿verdad? – pregunta Albert un poco contrariado.

- ...sí, supongo que lo hizo, a su forma – responde el castaño sonriente, recordando que hasta hace unos días había caído en cuenta de ello.

Enfermera de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora