Capítulo VIII

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- Terry no... - la rubia se negó a entrar, la mansión estaba a oscuras.

- ¿Qué pasa? Yo le explicaré a Albert que estabas conmigo, que te encontré en el parque que... - se interrumpió al admirar el exabrupto de Candy.

- Nada, tú no le dirás nada, Terry, no le dirás que me encontraste, no le dirás que estaba sola... por favor, si lo encuentras que probablemente lo harás, dile que les escribiré desde donde esté – le pidió encarecidamente.

- Dime Candy, ¿a dónde te vas? ¡Dímelo! – le exigió abrazándola y ella soltó un profundo lamento.

- No puedo Terry, duele demasiado – respondió al mismo tiempo que escondía el rostro en el pecho del castaño.

- ¿Qué te ha hecho? – por la actitud desvalida que tenía Candy en esos momentos, Terry se atrevió a preguntar.

- Nada...sólo que él no sabe que estoy en Nueva York, me fui de la mansión de Chicago – trató de serenarse, apartándose de sus brazos y limpiando su rostro con una mano.

- ¿Otra vez? ¿Otra vez huyendo? ¡Diablos Candy! ¿Cómo si quiera puedes o eres capaz de hacer eso? – preguntó él bastante molesto.

- Pero lo encontrarás, viene pisándome los talones, pronto estará aquí, pero yo ya me habré ido – contestó autómata.

- ¿Por qué te vas? Algo debió suceder, ¡dímelo Candy! Le harás a tu familia, lo mismo que me hiciste a mí – recriminó indignado el castaño sumamente disgustado con ella, ya que él había sufrido las consecuencias de las decisiones de Candy y también las de él mismo.

- No Terry, es mí deber, enseñaré enfermería en Canadá – le dijo tajantemente, era necesario que se fuese tranquila de América, lo había decidido, bien o mal lo único que quería era estar tranquila y Terry no se lo estaba haciendo fácil.

- ¿Canadá?...¿Qué?, ¿Por qué tan lejos? – cuestionó él montando en cólera, estaba a punto de ahorcarla por necia y testaruda.

- Porque esa es mi profesión Terry, así como Albert se debe a sus negocios, tú al teatro...yo me debo a mis pacientes, ellos me necesitan, ¿lo entiendes...? – respondió amablemente al castaño, de alguna manera era cierto, aunque no fuese la forma correcta.

- No mucho para serte sincero, al menos no te vas a Europa – hizo una broma, asombrando a la rubia por el comentario.

- Al menos... no Terry Canadá sería la gloria, pero debo ir a Europa, a la guerra para serle útil a otras personas, que sufren y mueren – pensó Candy, tratando de sonreír por la broma de Terry.

- ¿Por qué a Canadá? – cuestionó Terry.

- Y ¿por qué no? Nunca seré la dama que la tía abuela quiere – sonrió la rubia al percatarse de lo que decía.

- Vamos Candy, ya sabes, yo no soy el caballero que mi padre quiso; sabes, iremos a mi departamento – respondió sonriente y triste a la vez, la tomó del brazo y comenzó a caminar junto a ella.

- ¿A tú departamento...? – respingó cuando cayó en cuenta a dónde se dirigían.

- Sí anda, ni modos que te quedes a la intemperie, ¿o tienes una idea mejor? – cuestionó sincero.

- Bueno en realidad estoy hospedada en el Hospital Santa Juana – refirió Candy.

- Ah ya veo, pero estarás sola – comentó Terry esperanzado de que cambiara de opinión.

Enfermera de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora