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MARATÓN II

Rahim.

Acomodé un poco su cuerpo en la cama. La saghir se había desmayado minutos atrás, pero se lo merecía. Ella estaba siendo una perra conmigo.

—¿Cuándo entenderás...?- ladeé su cabeza, observando con deleite las huellas que había dejado en su cuello.

Ella no se movió, pero seguía respirando. Me aseguré de eso. Tapé su cuerpo con la manta y salí de la habitación. Necesitaba hacer algunas cosas relacionadas con mi empresa.

Cuando Abdel me dijo que su hermano— que era mi contador— le había pedido que me dijera que las cosas habían... cambiado un poco, me preocupé. Así que tenía que ponerme a revisar algunas facturaciones pasadas para ver el porqué de la baja en la ganancia.

Estuve así algunas horas. Me detuve solamente cunado mi espalda empezó a doler por la posición en mi escritorio. Hubiese preferido estar cómodo en mi cama, mirando a Eumur dormir y así vigilarla, pero ya saben cómo es el dicho: no comes donde cagas, no trabajas donde follas. Me quedaban algunas facturas, pero podría revisarlas más tarde. Tenía que revisar a la guerrera para comprobar cómo estaba.

En el fondo, una pizca de culpa me remordía la consciencia, pero fácilmente se vio reemplazado por enojo y odio hacia esa mujer cuando me acordé su intento de huida de la noche anterior. ¿Ella jamás aprendería?

La noche anterior, me había dejado llevar por la comodidad post-orgásmica que había tenido con Eumur, pero claro, ella tenía que hacer algo para cagarlo. Por ejemplo, pensar que yo me había dormido. Jamás— jamás de los jamases— me hubiera dormido primero teniendo a una mujer como ella a mi lado, sobretodo porque tranquilamente podía matarme mientras dormía.

Entonces, cuando me di cuenta de que ella se salió de mi cama para intentar irse, la dejé creer que podía hacerlo. ¡Ingenua mujer! Mis hombres estaban rodeando toda la casa, sobre todo teniéndola a ella conmigo. Era fácil predecir a una mujer como Eumur, sobre todo cuando intentaba escapar.

Era graciosa, en cierto modo. Cunado intentas escapar, se supone que intentas hacerlo sin ser visto ni notado, por la puerta del fondo, por así decirlo. Ella no. Ella claramente quería ser única y salir por el frente como si nada y no ser vista.

Repito: ¡Ingenua!

Entré a mi habitación, sin importarme en evitar hacer ruido—Era mi casa y haría lo que yo quisiera independientemente de quién estuviese conmigo— La saghir seguía inconsciente pero pareció moverse con el ruido que hice al entrar. No me importó mucho. Me senté en la cama, sacando mis zapatos para no estropear el acolchado y agarré la computadora portátil que tenía dentro de un cajón en la mesa de luz a mi lado.

Busqué alguna mierda entretenida para ver mientras esperaba a que la mujer a mi lado se reanimara y me apoyé contra el cabecero del mueble mientras conectaba unos auriculares al aparato para escuchar más cómodo. Encontré unos vídeos de risa y retos sobre no sé qué de no reírse y los puse para ver qué tan mierda era. Algunos eran buenos y otros... bueno, yo esperaba que tuvieran el perdón de Alá.

Escuché un gemido a mi lado, seguido de una tos. Torcí mi cabeza para ver qué pasaba con la mujer a mi lado. Eumur tocó su cuello mientras tosía y se incorporaba en la cama, de espaldas a mí.

—¿Estás bien? —Ella no se giró ni habló— te he hecho una pregunta.

—¿Te importa, acaso? — su voz salió demasiado ronca.

—si no me importara no te lo preguntaría, Eumur— dije con tono despreocupado. Sin embargo, me alteraba un poco el haberle hecho algún daño en sus cuerdas vocales por haber ejercido demasiada presión en su cuello.

—tal vez no quiera responderte— dijo parándose.

—¿A dónde crees que vas, saghir? — mi tono de voz era serio a pesar de estar divirtiéndome.

Interiormente, me gustaba que a Eumur le importara poco— o nada— lo que la sociedad establecía. Eso hablaba de un carácter definido.

—no te importa— ella caminó sin apoyar del todo el pie lastimado en el suelo. Caminaba lento y yo tranquilamente podría haberme parado para detenerla, pero me gustaba dejarla ir hasta el límite. Mí límite.

La mujer entró al baño y cerró la puerta. Oí el ruido de la traba. ¿Ella no entendía que si yo quería podía abrir la puerta y que ésta no volviera a cerrarse?

Tal vez, eso haría. Hablaría con algunos de mis hombres para que sacaran la puerta del baño y así generar algunos... sentimientos.... De Eumur. Odio, estaba seguro. Vergüenza, tal vez.

Miré la hora en la pantalla frente a mí y conté cinco minutos. Cuando estos pasaron— y Eumur seguía sin salir— salí de mi cama, con demasiada pereza y caminé sin hacer ruido hasta la puerta por la que ella se había metido.

saghir, sal.

No me llegó respuesta verbal, sólo un golpe contra la puerta.

¿Y a esa qué le pasaba?

—¡Abre la puerta!- mi voz fue más autoritaria y apoyé mi cabeza contra la madera para oír algún ruido del interior del baño, mas nada salió.

Rápidamente agarré la llave de repuesto— que también había usado la noche anterior— y abrí la puerta.

Eumur estaba sentada contra la baja pared de la bañadera y abrazaba sus piernas contra su pecho, escondiendo ahí su cabeza.

—¿Qué te pasa?

Me acerqué a ella, pero estiró su pierna— la sana, sin esguince— y pateó mi pantorrilla.

—vete— su voz estaba aún más ronca que antes— déjame en paz.

—¿Estás llorando, Eumur?

Me arrodillé frente a ella, sin importarme el golpe y agarré su cara por la barbilla para poder observar su rostro sin que lo moviera.

—¿Vas a burlarte de mí, no es así? — la mujer clavó sus ojos en los míos— pues hazlo rápido y vete.

—no voy a burlarme— torcí su cara sin importarme su gemido de dolor al hacerlo y miré las marcas en su cuello— ¿Duele?

—¿tú qué crees? — Eumur intentó mover su cabeza, pero usé ambas manos para frenarla— ya déjame, maleun.

—¿Quieres que vuelva a hacerte daño, no? — Apreté un poco sus sienes— porque estás repitiendo lo de hace unas horas, saghir.

—no vuelvas a llamarme así, ghabi.

ahora no soy un maldito pero sí un imbécil— apreté más su cara, haciéndole saber lo poco que me gustaban sus palabras— debes decidirte, Eumur. ¿Soy un maldito o un imbécil?

—eres un maldito imbécil— escupió en mi cara.

No pude evitarlo; mi mano se estampó a puño cerrado contra su cara. Unas gotas de sangre cayeron de su boca.

—repítelo— ordené.

eres un maldito imbécil.

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Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora