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Rahim me sacudió despacio, delicadamente para despertarme. Le mascullé que quería seguir durmiendo, pero no me dejó.

―seguimos en la empresa, saghir. Tenemos que ir a casa―me habló despacio.

Con desgano, me incorporé del sofá y troné mi cuello.

―pero tengo sueño― me quejé― quiero seguir durmiendo, Rahim.

―sólo camina hasta el auto y luego duerme todo lo que quieras ― Rahim me incorporó― vamos, Eumur.

―tengo que ponerme...― busqué a tientas el velo, pero Rahim me agarró la mano, deteniéndome.

―eso no importa ahora, saghir. Nos vamos.

Caminé con los ojos cerrados, sin disposición a abrirlos. Rahim se rio al verme tan cansada y amodorrada, pero no me importó. Quería llegar a la casa, meterme en la cama y no salir de ahí hasta dentro de ocho meses.

Durante el trayecto hasta el auto― el pasillo ya desierto, el elevador y los dos escalones― Rahim me sostuvo. Internamente, estaba bien con eso, puesto que si no me hubiera caído en cualquier instante.

―tal vez no fue bueno sacarte de la casa.

―no soy un perro― murmuré. Estaba cansada, pero no rendida― no me sacaste de la casa.

―entra― me ignoró y abrió la puerta del copiloto.

Me senté y Rahim cerró la puerta, yendo al otro lado. Cuando se sentó, cerró la puerta de su lado y sin mucho miramiento reclinó mi asiento hacia atrás.

―gracias― me acomodé mejor en el asiento, que ahora parecía más una cama y Rahim suspiró.

Encendió el auto y manejó con la radio encendida a un volumen bajo. Un rato después ― cuando el reportero del aparato estaba dando el pronóstico del clima― el teléfono de Rahim sonó.

―diga― habló― hola Quâder― dijo un poco más relajado.

Me tensé por completo. ¿Por qué llamaba mi padre?

Desde que Rahim y yo habíamos contraído matrimonio, hacía más de un mes, él había dejado de existir en mi vida. Nunca me había llamado, ni para saber cómo estaba. Él se había deshecho de mí.

―sí, está bien― siguió diciendo― en un rato estaremos ahí, adiós― por unos segundos Rahim se mantuvo en silencio― sé que estás despierta, saghir.

Abrí mis ojos, sin ocultarme más.

―¿Mi padre?

―si, él y Alí han ido a la casa, pero al no vernos ahí me ha llamado.

¿Para qué querían ir a la casa mi hermano y mi padre?

―¿Qué quieren?

No voy a mentir, la voz me tembló. Había una diferencia muy clara entre el respeto y el miedo. A mi padre, yo no lo respetaba, le temía.

―¿Asustada, saghir? ― Rahim me habló burlón― ¿No quieres ver a papi? ―No le contesté ― no te agrada la idea, ¿Verdad? ― dijo sin burla esta vez― le temes.

―no― me apuré a decir, quedando más obvia.

―le temes a tu padre―afirmó, ahora seguro.

De nuevo, opté por quedarme callada. Sin embargo, eso sólo sirvió para reafirmar y darle más peso a su creencia.

―sólo no tenía ganas de verlo hoy― finalmente hablé― nada más.

―¿Qué te hizo, Eumur?

―nada― de nuevo, hablé demasiado rápido.

―no me mientas.

―él me golpeaba mucho― le conté. Me senté bien y enderecé el asiento― tal vez yo no era la mujer más sumisa del planeta, pero no me rebelaba lo suficiente como para que me castigara de esa manera.

―¿Qué manera? ―La garganta se me cerró― ¿Qué te hacía, Eumur? Respóndeme.

―no importa― me abracé a mí misma, haciendo un esfuerzo por borrar esos horribles recuerdos de mi cabeza― yo... no me portaba bien. Él tiene razón― mis ojos flanquearon― yo no debía portarme así.

―¿Qué habías hecho para que él se enojara tanto?

―el día que fuiste a mi casa― empecé― no era la primera vez que yo intentaba escapar― admití― lo he intentado desde mis trece años.

Rahim apretó el volante. Sus nudillos estaban blancos.

―¿Por qué?

―mi nacimiento fue su ruina― confesé― mi madre... ella― me costaba hablar― mi madre falleció unos días después de darme a luz y al poco tiempo mi padre volvió a casarse con su mujer actual, la madre de Alí―me estremecí ante el recuerdo de mi padre gritándome, culpándome de la muerte de mi madre, varios años después― mi madre había sido su primera esposa y su muerte fue un detonante. Él la golpeaba, incluso cuando estaba embarazada― le dije― casi tiene un aborto debido a eso― inevitablemente, las lágrimas cayeron― ella logró escapar y pasó la mayor parte del embarazo en otro lugar, pero Quâder la encontró y la arrastró de nuevo con él― narré― los golpeas aumentaron y cuando nací, ella estaba demasiado débil como para resistir el parto. Ella murió por mi culpa.

Rahim detuvo el auto en una calle vacía, estacionándolo.

―no fue tu culpa, Eumur―me dijo finalmente― él...

Se detuvo, creo que no sabía bien qué decir.

―ya no importa― intenté convencerlo o convencerme, no sé

―saghir― Rahim me miró. Sus ojos estaban más dilatados de lo normal― él no podrá tocarte de nuevo, ¿Entiendes?

―lo sé.

―y yo jamás le haría daño― miró mi abdomen, que yo estaba ocultando con mis brazos― jamás lastimaría a mi hijo, ¿Comprendes eso, no es así?

Asentí lentamente.

―pero a mí sí, Rahim― dije luego de unas milésimas en pensarlo― conmigo no tienes reparo en lastimarme.

Rahim se mantuvo en silencio.

―no voy a dejar que tu padre ni nadie te haga daño de nuevo, Eumur― empezó a manejar de nuevo, sin responderme a lo anterior.

¿Eso quería decir que evitaría hacerme daño? ¿Por cuánto tiempo? Odiaba el sentir de que el embarazo me servía como membrete de inmunidad. Lo odiaba.

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Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora