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Estoy trabajando en otra historia similar a esta pero situada en otra época y con algunas diferencias... ¿Les gustaría que la publicara? 

Para cuando me desperté, Eumur ya me había dejado con la cabeza en el sofá y ella no estaba. Me paré todavía somnoliento y me froté los ojos.

―Eumur― la llamé.

―¡Estoy cocinando! ― ella medio gritó desde donde estaba y caminé hasta ahí a paso lento, todavía con el sueño pegado en mi sistema― te has pegado una buena siesta― ella señaló el reloj.

Eran las ocho de la noche y yo me había dormido a las cuatro de la tarde.

―¿Qué estás haciendo? ― bostecé y me senté en una de las sillas frente a la mesa.

Eumur estaba cortando algo en la mesada al lado del horno.

― Kibbe Senya―me dijo― más conocido como pastel de carne.

―si, lo sé― me acomodé, sonando el cuello de haber dormido en una mala posición― mi madre solía cocinarlo mucho cuando era pequeño.

―es bastante sencillo de hacer― la chica se encogió de hombros.

Así de espaldas, ella se veía incluso más chica de lo que era. Eumur tenía dieciocho años. Yo casi veinticinco. A veces la veía como una niña. En otras, su actitud la hacía parecer una mujer madura.

―¿Siempre te gustó la cocina? ― la increpé.

―nunca te dije que me gustara― ella se volteó a verme― ¿Por qué supones que me gusta?

―porque siempre que estás aquí― señalo el lugar― pareces más relajada, como si todos los problemas se te fueran de la cabeza.

―tal vez eso es porque es una tarea que requiere concentración― dijo con un poco de indiferencia― en mi casa, la cocina era el único lugar al que mi padre y Alí no entraban. Por eso intentaba estar ahí el mayor tiempo posible― me contó.

―¿Por qué ellos no entraban ahí? ― me picó la curiosidad.

―¿Acaso tú no lees el código? ― ella dejó de cortar y me miró― la cocina es el lugar de las mujeres, Rahim. Los hombres están para otras cosas― su tono monótono lo hice parecer como un discurso repetitivo.

―no veo mal que un hombre cocine―le dije.

―tú claramente te has salteado un par de hojas del código― se burló.

―lo he leído de principio a fin, saghir― refuté ― simplemente no estoy de acuerdo con muchas cosas.

―vale― Eumur se pasó la mano por la cara― ¡Maldita cebolla! ― chilló.

―¿Qué demonios te pasa? ― me paré acercándome.

―nada, vete― ella se tapó la cara.

―¿Estás llorando? ― le saqué las manos de la cara, para verle los ojos. Éstos estaban rojos y con agua en el lagrimal― estás llorando.

―es la cebolla― se defendió y se soltó de mí.

―claro, claro― la volví a acercar y la sostuve contra mi pecho mientras dejaba que se descargara― ¿La cebolla o tus hormonas?

―ambas― gruñó contra mi camiseta― ya estoy bien.

―bien― la solté, esperando que así fuera.

―oh, no, no estoy bien― esa vez, fue ella quien se aferró a mí.

Rodeé su pequeño cuerpo con mis brazos, en un intento de consuelo.

Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora