Reunión, el sueño de un hijo

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"Estas son las cosas que no se pueden detener…una voluntad heredada, los sueños humanos y el paso del tiempo. Así que mientras el hombre busque la respuesta a la "libertad" con todas sus habilidades… esas son aquellas cosas que nunca se podrán detener"

Gol D. Roger

El amplio cielo azul parecía más vivaz adornado ocasionalmente por pequeñas nubles blancas, el sol se posaba en lo más alto haciendo alarde de su grandioso resplandor iluminándolo todo, la suave brisa del medio día impulsaba las velas ayudando al gran par de Yuda que movían el buque; y sobre todo, alrededor de se encontraba el amplio e indomable océano, ese que durante tantos años le permitió a él ser partícipe de incontables aventuras al lado de sus nakamas: ese que ahora lo llevaba de nueva cuenta después de muchos años a un reencuentro.

Podía verlo desde arriba en la cubierta principal, su parado estoico y juraría que un poco tenso, sosteniendo con su mano derecha el sombrero de paja que se mantenía en su cabeza. No era otro día más en el año y ellos dos lo sabían muy bien, tan así que el pecho les dolía como si un arpón atravesara su corazón, desgarrándolo y poco a poco consumiendo su existencia.

El pequeño tirón de su bermuda lo saco de sus pensamientos, bajó su mirada a la pequeña de cabellos negros y le sonrió mientras acariciaba su cabeza. La chiquilla alzó sus brazos en señal para ser cargada, una vez con la niña en brazos comenzó a descender hasta la cubierta inferior donde se encontraba el padre de esta.

Sonreía de lado a lado mientras observaba la isla a la que pronto arribarían, esa que no visitaba desde hace siete años y donde yacían los restos de una de las personas más importantes, no solo para él, sino que para muchos otros también. Lo miró por el rabillo del ojo y colocó las manos en su cintura mientras soltaba un gran suspiro de alivio.

-Luces nervioso –dijo el joven que traía en los brazos a la niña.

-¿Tú no lo estás? Después de todo tenemos el mismo tiempo que no visitamos esta isla –Respondió mientras tomaba a la pequeña.

-Sí, los sé. Esta será la tercera ocasión que vengo a este lugar –dijo con pesadez.

-La última vez fue cuando te lleve conmigo para tu entrenamiento.

-No estoy muy seguro... –dirigió su vista a la isla- si quiera volver a ese lugar.

-Seguro es duro, pero hay que ser fuertes Gray –colocó su mano sobre su hombro.

-No es necesario que lo menciones tío Luffy –le sonrió-. Por cierto ¿Dónde está Neil?

-¿No está contigo? –Preguntó sin un ápice de preocupación.

-Evidentemente no.

-¡Margaret, busca a Neil y dile que pronto arribaremos! –gritó fuertemente girando en torno a la cubierta superior.

-Ve a buscarlo tú –lo miró con los ojos entrecerrados-. Sabes que, iré mejor yo… en verdad no sé como la tía Hancock soporta tu irresponsabilidad.

-¿He? Deja de hablar mal de tu maestro –le dijo con el seño fruncido.

-No me des motivos entonces –lo regañó.

Sabía perfectamente donde se encontraba, después de todo ese era su lugar favorito (y el de ambos), subió con destreza por la jarcia muerta hasta llegar a lo más alto del palo mayor. Ahí se encontraba el niño de cabellos azabaches admirando la inmensidad del mar con una gran sonrisa en sus labios; lo miró por varios segundos antes de llamar su atención. Ese mirar era el que hace unos segundos atrás había observado en el rostro de Luffy, esa mirada gentil pero recia por ir más allá de lo que su vista podía brindarle. Se acercó hasta él.

La Sangre Del Rey No ha MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora