36. El último aliento (Layla)

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36. El último aliento (Layla)

— ¡Noooo!— grité, viendo como Seth caía al suelo con una profunda herida en el costado.

Corrí, corrí hacia él como si me fuera la vida en ello. Podría haberme teletransportado: sí, pero no pensaba con claridad.

Llegué en tiempo record. En otro momento, quizá me hubiera jactado de mi velocidad; sin embargo, aquel no era cualquier otro momento. ¡Mi novio se moría, maldita sea!

Veía sus párpados moverse; aún respiraba.

Caí sobre mis rodillas, a su lado; me importaba un comino que mis piernas se manchasen de sangre. Madre mía, su sangre; era un charco enorme.

— ¡Seth! ¡Seth!— lo zarandeé, desesperada. Mi mirada voló por el grupito que se había formado a nuestro alrededor (según ese público, mis ojos parecían lanzallamas en ese instante) —. ¡Haced algo! ¡Se está desangrando!

Eso pareció hacerlos reaccionar. Shauna se sentó a mi lado, con las manos extendidas. Al mismo tiempo, Gabe vertió agua al gigantesco corte.

Sendakuntza— invocaron al unísono (vaya, si que les importaba; era lo único que lograba que ellos dos trabajaran codo con codo). No funcionó, lo que los puso más nerviosos aún—. ¡Sendakuntza!— repitieron, con más fuerza; nada.

Volvieron a efectuar el proceso siete veces más, todas con el mismo resultado.

—Pero ¿qué pasa?— soltó Shauna, ya consumida por la frustración.

—Era un arma maldita, no cabe duda— afirmó Gabriel, dejando caer las manos—; no es posible curar la herida.

— ¡No!— negué yo—. ¡Tiene que haber una manera! ¡Siempre hay una manera!

Las lágrimas descendían por mis mejillas, creando surcos a su paso. No lo podía creer, era una situación surrealista... El tiempo había sido demasiado corto, ni veda había tenido para despedirme...

De pronto, empecé a sentir la sangre más espesa bajo mis rotulas; el líquido rojo avanzaba a cámara lenta.

— ¿Qué...?— comencé. No lo entendía (algo habitual); la realidad del momento era más delirante a cada segundo que transcurría.

—Sé que no es una solución permanente— fue Wes quien contestó—, pero al menos te he otorgado tiempo. Es lo que querías, ¿no?

Vale, sé que llevaba la vida negando lo de la relación telepática que supuestamente se da entre los hermanos gemelos; sin embargo, después de lo que acababa de ocurrir, empecé a considerar la idea.

Poco a poco, esos ojos azules que tanto adoraba, y que creía no volver a presenciar en mi vida, se hicieron visibles en su rostro; su sonrisa, algo forzada pero suya al fin y al cabo, se abrió paso por su rostro.

— ¿Necesitas ayuda, chica panda?— esa pregunta, su sello personal desde que lo conocí, y ese mote tan malditamente adorable que me puso entonces, hizo que mi llanto se intensificara.

— ¿Cómo puedes preocuparte por mí en un momento como este?— interrogué; los riachuelos de mi rostro ya eran ríos hechos y derechos—. ¡Al que se le escapa la vida es a ti, maldita sea!

Él, ignorando mis palabras, alargó la mano para secar mi rostro con el pulgar.

—No quiero verte triste, chica panda, no ahora— ¿A qué se refería? ¿Acaso no quería que llorara su muerte? ¿Que fuera una hipócrita alegre mientras él se desangraba a cámara lenta?—. Quiero volver a ver tu sonrisa, aunque sea por última vez; quiero que el recuerdo de tus ojos avellana que me lleve a la tumba no esté empañado por las lágrimas que viertes.

La Cadena Infinita (Denborazioa #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora