CAPITULO 30 -parte 1-

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Fue un dolor como nunca pensó que pudiera sentirlo.

Como si le hubieran vertido aceite hirviendo en la carne viva. Lauren se desmorono, perdió la conciencia de si misma y de la realidad.

Cuando volvió en si, comprendió que había estado berreando enloquecida durante largo rato. La voz ya no le salía de la garganta. Las lagrimas si. Las lágrimas seguían corriendo, imparables: todas las lágrimas que fue guardando en todos los años de su vida.

Estaba en la Unidad de Traumatología del hospital, mirando a través de una pared de vidrio hacia el interior de la habitación donde se encontraba Camila. Todo ahí tenia una blancura deslumbrante: las paredes que no eran trasparentes, el techo, el piso, el reloj que marcaban las 11:14 am, la cortina, las lámparas, el monitor suspendido de un brazo mecánico, la cama, la luz...

Ahí estaba Camila, cubierta del torso con algo que parecía un chaleco antibalas blanco, coronada con un casco de alambres y antenas, conectada con tubos y cables a unos aparatos que descansaban en repisas blancas. Blancas. No se le veía el cabello. No se le veían la cara ni la nariz, ocultas con una mascara. Blanca. Apenas los ojos, cerrados.

¿Estaba viva?

"Su condición es critica", le dijo una enfermera a Lauren, la misma que no la dejo entrar en la habitación. Ni siquiera a Sinuhe se lo permitieron. Y ahora, la pobre mujer estaba también ahí, en el hospital, solo que en otra parte: había tenido una crisis nerviosa.

"Fue un accidente", dijeron. Dijeron cosas que Lauren no creyó: que la jovencita discapacitada a quien Camila fue a buscar llamo a la ambulancia. Muy preocupada por ella, dijeron. Ella misma llamo también a la madre de la joven, para avisarle. Todo eso le pareció a Lauren sospechoso y falso.

Aunque no hubiera estado ahí, podía vislumbrar perfectamente la escena: la "jovencita discapacitada" empujando a Camila o llamándola hacia una trampa ya preparada por ella. En esas ruinas de iglesia sobraban maneras de poner una trampa. Lo peor de todo era que tal vez nunca podría preguntarle a Camila.

"Se encuentra en estado critico", dijo la enfermera. Múltiples fracturas y lesión de órganos internos. "Estamos haciendo todo lo posible por salvarla."

Desde ese pasillo iluminado con una luz intensa, blanca, de pie junto a la pared de vidrio de la habitación y cerca de un mostrador también blanco donde alguien organizaba turnos, Lauren lloraba. Por primera vez en su vida, a la vista de médicos y enfermeras, y uno que otro visitante, lloraba.

Era como si acabara de nacer. Y esta vez nacía sintiendo. Abría los ojos al mundo y comprendía que dar amor, como dar vida, es inmensamente doloroso porque todo lo que llega tiene que irse y todo lo que se gana ha de perderse. Un recuerdo la tomo por asalto: el de aquella mariposa de ceniza que tratando de huir se estrello en su garganta. Y en su mente, la imagen de ese ser angustiado se fundió con la de Camila.

Camila era la misma niña que ella había conocido, pero ahora tenía unas alas grises, pesadas, tan pesadas que en lugar de servirle para volar la hacían despeñarse. Como las de Ícaro. Sin embargo, aun al final de su caída, era ella, no la Camila dolorosa de ahora, sino la otra, la de antes, la que caminaba con ella, la que le daba la mano para sentirse protegida y se sentía siempre protegida sabiendo que ella la acompañaría a su casa...

"Nada has tenido jamás...- cantaban los vagos-. Las naranjas son naranja, ¡Ay!, naranja y nada mas..."

"Tuvo un accidente", dijo la enfermera.

Lauren sabia que no había sido un accidente. Lo sentía, si, porque ahora sentía todo y ese todo era una vertiginosa mezcla de tristeza, rabia, miedo, deseo de venganza...

Sintió como si una mano sin cuerpo hubiera entrado en ella y estuviera estrujando su corazón, su estomago, sus pulmones, remoliendo entre los dedos los hilos de sus venas... no podía respirar bien. Su corazón empezó a bombear sangre desesperadamente hacia el cerebro, pidiéndole ayuda, implorándole, en un grito que habría hecho estallar el vidrio de la pared de enfrente.

Pero nadie lo escucho.

Ninguna de las caras gesticulantes que la rodeaban lo oyó, y ese grito inaudible siguió retumbando en los corredores de su cerebro, despertando recuerdos que dormían ahí, en la oscuridad, recuerdos que creyó olvidados: el rechazo de sus padres, que siempre prefirieron a sus hermanos; la risa de triunfo y la ocasional solidaridad de su hermana, el frio de las calles; el hedor de las calles; los ojos luminiscentes de Pérez esperándola en la bodega; los miles de objetos inútiles y el perro de la vecina; las ancianas abandonadas y Jerry Hernández y sus monstruos; los calcetines impares del comandante Simón Cowell; el olor a pachulí del cabello de Dinah, la princesa del mar, y el bóxer de Normani; la miserable gente que dormía en el albergue para indigentes; Isabel, su reina negra sin corazón... y al fondo de todo eso, en la neurona mas sensible y angustiada de su cerebro, la imagen de Camila volvía una y otra vez como un despiadado oleaje de sangre.

De pronto se dio cuenta de que no estaba sola. Médicos, enfermeras, visitantes se movían nebulosamente a sus espaldas. Nadie la miraba y sin embargo ella empezó a gritar como loca:

-¡Déjenme en paz! ¡Váyanse! ¡Váyanse de mi vida!- pero nadie le estaba haciendo nada. No entendían a quien le gritaba eso.

Vino una enfermera y la amenazo con llamar a seguridad para que la sacaran de ahí.

En la soledad de ese mundo blanco, Lauren se dejo caer en una silla. Vencida. Rota. Pero todas esas emociones que la estaban derrumbando le dieron la fuerza necesaria para levantar la cabeza. Se limpio las lágrimas y la nariz y saco su celular.

Hizo varias llamadas -a los vagos de la estación del tren y a los de la terminal de autobuses- y todas fueron para decir lo mismo:

-Conoces a Debby, ¿Verdad? Si, la hija de la chingada que anda con el predicador. No la dejes salir de la ciudad, ¿si? Si se aparece por ahí, detenla de alguna manera y avísame enseguida.

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora