CAPITULO 16 -parte 2-

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De repente todas las cosas de su vida parecian cambiar de posición, como si alguien, desde su propio interior, estuviera moviendo sus piezas en in tablero.

Se acordó de Hernández. El viejo maestro era quizá la única persona en el mundo, fuera de los vagos, que en ningún momento la vio como un bicho raro. El no veía así a nadie, ni siquiera a Debby.

Pero Debby sí se veía de esa manera a sí misma y hasta estaba orgullosa.

"-¿Te das cuenta de que el futuro es para nosotros?-" le dijo una vez en que las dos se quedaron solas en la biblioteca porque Jerry había salido al patio a hablar por teléfono y Camila estaba en la escuela.

"-¿Nosotros? ¿Quiénes somos "nosotros"?

-Los diferentes, los raros, los enfermos... hemos esperado demasiados siglos y ahora es nuestro turno.

-¿Por qué estás tan segura?"

A Lauren no le simpatizaba Debby y no buscaba tener conversaciones con ella, pero a veces le parecían interesantes sus ideas: era alguien que había leído muchas cosas, o tal vez pocas, pero profundamente.

"-Mira la sociedad que han construido las personas "normales": se está cayendo a pedazos, Lauren. Se está pudriendo por más que ellos insistan en creer que no es así. Y cuando se haya caído el último ladrillo, cuando se haya roto la última viga de este edificio en ruinas, nosotros, los que siempre estuvimos fuera, los que nunca fuimos invitados al banquete, dejaremos nuestro escondite entre las sombras del bosque y pasaremos a la sala, limpiaremos y levantaremos todo otra vez. A nuestra manera.

-Pues por ahora parecen más fuertes que nosotros.

-Si, lo parecen. Pero no creas: nos tienen miedo, el mismo miedo que le tienen a una piedra esta frágil tácita- dijo tomandole un trago a su té -. Saben que nosotros somos la piedra.

-¿Crees eso?

-¿Quiénes perderán más? Ellos, que lo tienen todo; no nosotros que no tenemos nada..."

Tal vez la jorobada tenía razón- pensó Lauren ahora, mientras iba hacia su casa.

No tenía sueño ni ganas de llegar, así que tomó otro camino: se fue por las tenebrosas calles que estaban casi para llegar a la estación del tren. Por ahí no había ni siquiera alumbrado público, sólo basureros, lotes baldíos, bodegas abandonados... a la mitad de esa boca de lobo, se encontraba una casa vieja en cuyas ventanas había alguna luz.

La puerta estaba abierta y en el umbral un hombre discutía con unos indigentes. Era un dormitorio público. Lauren se acercó a ellos hasta que pudo verlos de cerca: una pareja con una anciana y un niño como de cinco años. El hombre de la entrada parecía ser el encargado y estaba diciéndoles que antes de meterse a las camas tenían que entrar a bañarse: eran las reglas. Pero ellos querían explicarle que la vieja estaba enferma y el agua fría podía hacerle daño.

Lauren se apartó y se pegó a una de las ventanas con luz. Hasta ahí, mezclado por momentos con toses dolorosas llegaba el rumor de la televisión: una banda de jóvenes que cantaban algo alegre.

¿Y si se quedaba a dormir ahí? Siempre le habían dado curiosidad los refugios nocturnos; eran gratuitos y eran para los indigentes. Y el gobierno de la ciudad consideraba indigentes a los vagos.

Si hablaba con el portero...

-...porque los hombres saben valorarla- decía la voz sensualmente modula de una mujer en un comercial -: lencería Elizabeth...

Consiguió que la dejarán pasar.

Adentro, el edificio estaba dividido en dos largos pabellones, uno para los hombres y otro para las mujeres y los niños. Los baños se encontraban al fondo. Hubiera querido ahorrarse ese trámite, pero era absolutamente reglamentario.

Se dirigió al área indicada. Varias señoras se baňaban ahí a jicarazos en una pileta grande y llena de agua jabonosa, bajo la vigilancia de una cuidadora somnolienta. El frío que aun ahí adentro se sentía no era para bañarse.

-Ya qué- pensó Lauren comenzando a desvestirse.

En el pabellón de las mujeres, la recibió la superintendente, que parecía tan pobre como las menos pobres de sus huéspedes. Llevaba unos pants grises, con unos tenis rotos y un chaleco de estambre desabrochado sobre una sudadera sucia. Le dijo que buscará lugar entre las huéspedes acostadas en catres en dos filas, una frente a la otra, cubriendo las largas y húmedas paredes laterales.

Al fondo había un radiador grande al cual algunas se arrimaban un rato antes de acostarse, especialmente quienes tenían tos y las recién llegadas que venían saliendo del baňo con los cabellos todavía húmedos.

Una mujer se hallaba cosiendo la ropa que se había quitado para dormir. Otra le daba el pecho a un niño envuelto en trapos color rosa. Ahí, junto a ella, fue a sentarse Lauren.

En una repisa empotrada en lo alto de la pared, la televisión seguía arrullándolas:

-...en su discurso de esta mañana, el presidente reiteró su optimismo en que las nuevas reformas traerán un repunte de la economía, fortaleciendo así el poder adquisitivo de las familias y mejores oportunidades de educación...

La superintendente comenzó a repartirles un pedazo de pan a cada una de las huéspedes, despertando a las dormidas. Al ver a Lauren, palpó con los dedos su suéter de abeja y le dijo:

-Tú no tienes necesidad de estar aquí. Déjale el lugar a otra más pobre.

Lauren no quiso discutir; se incorporó y salió lentamente, como para que la tipa viera que si se iba era por su gusto.

Pero antes de abandonar el edificio, encendió un cigarrillo y se asomó al otro pabellón. Ahí había también un radiador y un poco más de luz. No tenía televisor, pero uno de los hombres tarareaba monótonamente una canción de moda. Otros se habían quedado ya dormidos, con los labios y los ojos entreabiertos.

Lauren fumó hondo cuando salió al frío y echó a andar sin prisa, dejándose llevar por el sentido de la calle. Le vino a la mente aquel recuerdo casi enterrado de su infancia: el de la mariposa parda que se le pegó en la garganta. Comprendió, después de tanto tiempo, lo que no quiso ver entonces: no la angustió el hecho de que un animal feo la tocara ni la sensación de las alas polvosas y ásperas batiéndose contra su piel. La angustió la angustia de la mariposa: cómo estaba desesperada por escapar, por salvarse.

Se subió las mangas de la chamarra y el suéter y se apagó en el antebrazo lo que quedaba del cigarrillo.

Qué descanso quemarse...

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora