CAPITULO 16 -parte 1-

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Para entrar a la casa ya no le sirvió su llave.
Allyson Hernández había cambiado las cerraduras, tal como lo anunció el dia que murió el maestro.

Lauren sospechaba que eso iba a pasar y, por tal razón, esa noche se llevó de compañía a Normani, la maga de las puertas y las ventanas, de las ganzúas y los pasadores.

Quedaron de verse en la entrada del cine que les quedaba cerca a ambas. A las doce de la noche ya había terminado de salir el público de la última función y ya no circulaban los tranvías, así que las calles no podían estar más solitarias.

En efecto, los seres diurnos se habían retirado; no quedaba ni uno sobre las calles, abandonadas ahora el tráfico de la oscuridad. Sólo se veía alguna luz en la ventana de los enfermos, de los borrachos, de las costureras con trabajo pendiente, de aquellos que no podían dormir porque tenían miedo de algo.

Por unas horas no había nadie para defender la ciudad y los vagos la tomaban: brotaban de la nada, de los edificios viejos, de los portales inundados de sombra, de los baldíos, de ese vapor turbio y ríspido en que se convertía el aire por las noches y que, una vez más, iba a envolver a la ciudad hasta que cantarán los gallos, al amanecer.

Los vagos caminaban sin prisa y sin descanso; no se perdían nunca, como los ciudadanos, ni le pedían a nadie seňas de ninguna dirección. Tampoco preguntaban la hora: lo sabían todo.
Lo veían todo. Escondidos en laberintos de tiniebla, llenaban la ciudad de murmullos, de pasos asordinados y carreras súbitas, de jadeos y repentinas carcajadas...

A esa San Pedro adolescente le llevó dos minutos abrir la puerta de la calle. En cuanto se hallaron en el patio, Lauren pensó que Debby no estaba tan equivocada: algo malo había en esa casa.

Así como los ciegos, precisamente porque no pueden ver, desarrollan otros sentidos más allá de lo normal, así ella, que no podía tener sentimientos, había desarrollado una sensorialidad muy aguda. Esa vieja casa estaba llena de presencias, presencias que se volvían más activas de noche. No eran los monstruos ni los demonios que acechaban entre las plantas; era otra cosa, más sutil, más agresiva. Le pareció que las paredes se cerraban sobre ella y su compañera, que hubieran querido sepultarlas...

-¿Por dónde, chica?- le preguntó Normani cuando llegaron al centro del siniestro jardín.

Sin contestarle, Lauren se adelantó hacia la escalera que daba al estudio. Habían cambiado el vidrio roto. Otra vez el suave tintineo de metales, los dedos moviéndose con precisión de relojero, el clic de la cerradura al ceder.

Ni siquiera con la luz encendida pareció menos pesado el aire de esa casa. Pero Normani estaba fascinada ahí, mirando las cosas. Le ayudó a Lauren a abrír las gavetas, los cajones del escritorio, todo lo que podía ser abierto.

Más que la del Grimmur, se sentía por todas partes la presencia del maestro, como si su voz susurrara cosas a través de las paredes, en los libros que escribió y en los que leyó.

-¿Qué buscamos exactamente?

-Papeles.

Y encontraron muchos, pero todo era trabajo creativo: notas, bocetos, incluso cartas, fotos de algún coctel dónde el maestro aparecía con importantes figuras del mundo intelectual... nada que pudiera arrojar alguna luz.

En una repisa aparte, sobre el escritorio, estaban los que parecian ser sus libros favoritos: On The Creation of Artificial Demons or Tulpas in Tibet, Der Golem von Prag, Pokémon: A Pocket Monster, Frankenstein...
Hasta ahí le intereso ver a Lauren. Como la mayoría de esos libros estaban en idiomas extranjeros y ella no conocía ninguno, no le vio caso a entretenerse más y siguió buscando.

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora