Cuando llegó a casa, todavía paso a la cocina a servirse un vaso de agua antes de entrar a la habitación apestisa a sucio, a ropa orinada, a medicamentos, a comida que llevaba horas o días ahí.
Su padre tenía los ojos cerrados, pero no estaba durmiendo. Tenía fruncido el entrecejo, la frente sudada: era el dolor.
-¿Pudiste comprar la medicina?
-Aquí está - le respondió Lauren, abriendo la caja de patillas.
Le extendió una. Le sirvió agua en el vaso grasiento que tenía sobre el buró.
-Gracias- balbuceó el viejo.
En el silencio de la habitación, se oyó cómo tragaba la pastilla.
Lauren no le contestó.
En cambio se le quedó viendo duramente.
Era un hombre que alguna vez fue guapo y todavía se le notaba; bajo la barba de tres días, sus rasgos tenían cierta serena dignidad que era como una reminiscencia de los viejos tiempos, antes de todo lo que ella podía recordar.
-Tanta gente que fuma y no le pasa nada y el cáncer te tenía que tocar a ti. ¿Ves lo idiota que eres para eso?
-¿Qué te he hecho, hija?- el hombre la miró con los ojos vidriosos de tristeza y empezó a toser convulsivamente.
Por toda respuesta, Lauren sacó una cajetilla de cigarros de la bolsa de su chamarra y encendió uno, orgullosa.
En realidad no podía tenerle rencor a su padre. Pero así, sin rencor, en frío, se vengaba de él.
No era que le molestara lo borracho, porque no le molestaba; sino que cuando él se abandonó a su derrota como que ya no quiso vivir. Ni siquiera por ella.
Una sola satisfacción tuvo ese hombre en su vida: haber estado en la primaria con un muchacho que llegaría a ser campeón de boxeo. Ése había sido el gran tema de sus conversaciones, sobretodo cuando bebía.
No hablaba de sus viajes como ferrocarrilero, ni de las mujeres que había tenido, ni de sus hijos, ni de los trenes que había tripulado; hablaba de lo increíblemente ambicioso y tenaz que era aquel chico. "Un tigre", decía con destellante admiración. "Ése siempre fue un tigre".
Lauren lo escuchaba contar esa historia una y otra vez. En esa época todavía eran cómplices.
El le dio la bodega con todo lo que tenía y le enseñó a jugar ajedrez: los trucos, las salidas más efectivas, los mates rápidos. Pasaban horas jugando y ella llegó a ser buena. De hecho, así fue cómo empezó a juntarse con los vagos.
Cuando el viejo se derrumbó por una canalla que le hicieron en el sindicato de ferrocarrileros y ya no tuvo interés en jugar con ella, Lauren tomó la costumbre de echar su ajedrez en su mochila y salir a buscar oponentes.
Encontró los mejores en el parque, entre todos esos seres locos y maravillosos que formaban la fauna de la ciudad: los saltimbanquis, los cantantes de blues, los vendedores de burbujas, los ciclistas, los vagos que ofrecían perfumes baratísimos (que en realidad eran agua pintada), los pescadores del estanque, los enamorados que sólo necesitaban un retazo de hierba...
Allí, en unas mesas con sombrillas, algunos muchachos se dedicaban a desplumar turistas e incautos.
Se ponían a jugar entre ellos, haciendo como que no se conocían. Nunca faltaba algún tonto que se acercaba a mirar la partida. Los vagos jugaban mal, como principiantes. Luego el mejor vestido de ellos, el que más podía parecer persona decente, "perdia". Le pagaba la apuesta a el otro: un monton de dinero. Con eso era suficiente: el mirón invariablemente retaba al ganador, por la misma cantidad. El vago doblaba la apuesta. Y, por supuesto, ganaba.

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SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)
FanfictionSíntomas del síndrome de Meursault * Incapacidad para experimentar emociones humanas. * Indiferencia a todo lo que ocurre en su entorno. *Conflictos con la autoridad. *Dificultad para concentrarse en cosas que no les interesan personalmente...