CAPITULO 24 (+ Nota)

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Otra persona que en ese amanecer estaba despierta, recordando, quemándose con el pensamiento si esto hubiera sido posible, era Debby.

Desde siempre había conocido el rechazo, la lucha, la necesidad de afirmarse ante quienes querían verla vencida. Desde muy pequeña noto que la gente quería aislarla; su oscura belleza despertaba una envidia igualmente oscura. Y desconfianza y miedo. Era una especie de maldición que la envolvía como una halo de sombra: su mirada fría, de metal abandonado al roció de la noche, sus labios tensos de animal de presa, su soledad... si hubiera sido otra persona, mas débil, le habría dolido el continuo rechazo de Camila.

Pero ese día, esa madrugada, pensaba en ella como algo simplemente lejano y sin embargo incomodo, como se piensa en una deuda engorrosa que se ha arrastrado ya por muchos años. Por supuesto era una deuda de Camila hacia ella: Camila debía pagar por su descortesía.

La luz del amanecer apenas empezaba a filtrarse por las ventanas más altas de su habitación, junto con el aire frio y los ruidos lejanos de la ciudad que despertaba: ladridos ya conocidos de todas las mañanas, una sirena, una motocicleta... Jaló las cobijas cubriéndose toda, hasta la cara, y dejo que la oscuridad se poblara con un recuerdo de su infancia:

Era el 3 de Septiembre, primer viernes del mes: el día más esperado por todas las niñas y niños del orfanatorio, el día que las monjas abrían el portón trasero y dejaban entrar una camioneta amarilla. Viajaban ahí varias cajas de cartón: a veces tres, a veces seis, a veces más. Llenas de regalos, ropa principalmente. Porque el orfanatorio recibía donativos de algunas instituciones, organizaciones de caridad y personas particulares que se encargaban de recolectar cosas ya usadas, pero en buen estado, y mandarlas ahí para los huérfanos.

Era ropa, libros, objetos de uso personal, como peines o cortaúñas, adornos que podían colgarse en la pared o ponerse en el buró... Lo que los huérfanos no sabían era que casi todo eso venia de gente que había muerto *(wtf?)* Gente de todas las edades, no solo niños. Las monjas mantenían también un asilo para ancianos, que de hecho se encontraba en otra área de esa inmensa propiedad, y allá se llevaban lo que podía servir.

Pero el almacén estaba en el ala femenil del orfanatorio, porque era donde había mas espacio. Era un sótano grande y lleno de polvo y telarañas, que pocas de las huérfanas conocían. Ahí guardaban esas cosas de los muertos: sillas de ruedas, aparatos ortopédicos, sabanas de hule, pelucas de mujeres que habían intentado salvarse con la quimioterapia...

Charlotte (en aquella época aun usaba su nombre verdadero) conocía ese sótano y la procedencia de las donaciones. Solo ella, entre todos los huérfanos, conocía los secretos del orfanatorio. Las niñas con quienes nadie quiere jugar tienen tiempo de sobra para explorar y escuchar tras las puertas.

Ahí había tres con quienes las demás no querían jugar: ella y dos chicas que siempre le parecieron tontas y sin embargo llegaron a ser sus amigas porque nadie quiso serlo. Se llamaban Alondra y Alejandrina, y habían sido criadas en una religión distinta a la de las monjas. Y aunque habían sido rebautizadas y convertidas a punta de escarnios y castigos, las monjas se encargaban de que las demás huérfanas las siguieran viendo como si tuvieran sarna. Porque además habían llegado ahí por un motivo del que nadie hablaba en voz alta: su padre, el único familiar que tenían, estaba en la cárcel, por un crimen innombrable.

Como a Charlotte no le importaban ni la religión ni los problemas morales de la gente, y además ya estaba hecha a que no la quisieran, se hizo amiga de Alondra y Alejandrina. Ellas le contaban sus historias y le enseñaban las cartas de su padre, que nunca contestaban y a veces ni siquiera querían leer; ella, para aparentar que correspondía, les contaba mentiras sobre si misma: que sus padres habían muerto en un accidente de carretera en el cual solo ella sobrevivió; que eran una familia rica y ella había crecido en una casa enorme con cincuenta habitaciones; que antes del accidente había aceptado ser novia de un joven cadete que un día vendría a rescatarla del orfanatorio... cosas así. El hecho es que platicaban mucho y ya ninguna de las tres insistía en jugar con las otras niñas.

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora