CAPITULO 27

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Desde que se encontraron se sentía entre ellas cierta tensión. Y del teatro a la iglesia hablaron poco; no habrían hablado nada de no ser porque Normani intento desarrollar una conversación:

-¿Que tal estuvo el partido?

-No le puse atención- le contesto Camila, seria -. No fui a verlo. Fui a otra cosa. ¿No te conto Lauren?

-No. Esta no cuenta nada, ya sabes como es. Solo me dijo que habías ido a un partido de futbol.

-Waterpolo- Camila respiro tranquila, complacida-. Además llegue tarde: ya había empezado el tercer tiempo.

-¿Tercer tiempo? ¿No son dos?

-En el waterpolo son cuatro.

No hablaron más. En la noche había helado y las calles se sentían muy frías; una neblina delgada, luminiscente, hacia que además se sintieran húmedas. Estacionado junto a la banqueta, estaba el coche que habían visto la vez anterior.

Antes de entrar le dieron una vuelta a la iglesia tratando de percibir si había alguien adentro. Las ventanas estaban muy altas y no era posible subirse a ver sin llamar la atención, pero ellas iban atentas a cualquier cosa, cualquier ruido, cualquier olor que pudiera venir de adentro.

-De verdad o creo que haya nadie - dijo Lauren -.Nicolás todavía esta en el parque.

-¿Y si esta su hija, la hermana bonita?- pregunto Camila.

-Nos arriesgamos.

Se dirigieron a la pequeña puerta lateral que daba a un jardincito invadido por la hierba.

-Ha de dar a alguna oficina o a la escalera que sube al coro- aventuro Camila. De las tres, era la única que alguna vez había estado en el interior de una iglesia.

Normani estuvo apunto de resbalar en el hielo de las baldosas. Nunca había hecho eso a la luz del día y estaba nerviosa: cualquier persona que pasara por ahí podía verlas. Necesitaba maniobrar rápido. Rápido y sin hacer ruido.

Y lo hizo. Era una cerradura vieja, débil.

-Bueno chicas - les dijo, deteniéndose en el umbral -. Las dejo en su casa...

-¿No vas a entrar con nosotras?

-Tengo un asunto. Pero nos vemos en la noche, para que me cuenten - hizo un movimiento de cabeza en señal de despedida y se alejó sin hacer ruido.

-¡Ándale, babosa!- Lauren, quien ya estaba adentro, conmino a Camila.

Les dio la bienvenida un pasillo oscuro que olía a cocina, a aceite refrito, a algún guiso hecho con cebollas, a algo que a Camila le revolvió el estomago: ¿epazote?

Las paredes algún día blancas tenían grandes manchas de moho. También a eso olía ahí: a moho. A la izquierda, tal como Camila lo previo, había una escalera. A la derecha, una puerta que se abrió sin ruido, daba a una especie de sala-comedor: mesa de plástico blanca, con dos sillas, una de las cuales tenia en el asiento un cojín pringoso; pegado a la pared, un asiento de camioneta a manera de sofá, con un oso de peluche del tamaño de un bebe; arriba de este, un poster con un paisaje marino y una cita de las cartas de San Pablo. En el muro siguiente, un perchero con dos sombreros de hombre de color oscuro y una bolsa de supermercado vacía.

Al fondo había otra puerta abierta. Era la cocina. De una cacerola de peltre, sobre la estufa, salía ese olor que se sentía hasta el pasillo. Dos moscas zumbaban en torno a un plato de plástico lleno de huesos ya roídos. En el silencio, el zumbido se oía muy fuerte, siniestro.

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora