Capítulo 8: La cruda realidad

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Una semana.

Una insoportable y maldita semana en la enfermería.

Soportando los lloriqueos maricas del inmaduro de Weasley cuando le cambiaban el vendaje, o los interminables ronquidos de un niño de Hufflepuff que había llegado a aquel horrible lugar un día después que él.

Pero eso ya no importaba, porque ahora, era libre. Comenzó a caminar más rápidamente sintiendo como la sangre fluía con mayor velocidad hacia sus piernas, agarrotadas por la inercia de días enteros sin moverlas.

Sonriendo de felicidad, atravesó los corredores del castillo en pocos minutos y salió a los jardines. Corrió y corrió, disfrutando de esa adrenalina que le invadía el cuerpo con vehemencia, pidiéndole más. El viento helado de Septiembre impactó sobre su pálido rostro, privado durante esa interminable semana de aquellos últimos días de sol.

Respiró profundamente exhalando todo el aire que tenía en los pulmones, y siguió avanzando perdido en su loca carrera. Muchos lo vieron pasar a su lado veloz como un rayo, preguntándose por que el prefecto de las serpientes estaba tan radiante, tan feliz.

Cuando ya no tuvo más aire y su corazón parecía que iba a explotar dentro de su pecho, se detuvo aminorando la marcha de a poco, deteniéndose finalmente frente al oscuro lago. Intentó calmarse lentamente, tratando de recordar que asignaturas tendría ese día, pero la verdad era que no lo recordaba. En el rubio solo habitaba el ferviente gozo de la libertad.

Sin buscarlo, un pensamiento le asaltó la mente. "¡Ya sé! Le preguntaré a Granger. Ella debe tener los horarios de todas las asignaturas y seguro que...", se detuvo ahí.

No. Granger no.

Trataba de repetirse este rictus mental todos los días, pero había algo en su interior que le impedía parar de pensar en la griffindor. Luego de que lo visitara después del fatídico partido, el slytherin comenzó a sentirse muy extraño. No podía ponerle nombre a aquello, porque no sabía que era exactamente lo que le estaba pasando. Y eso le dio tanto miedo, tanta inseguridad, que decidió olvidarlo, ocultarlo debajo de un montón de pretextos y excusas sobre sí mismo.

Debía ser fuerte y recordarse mentalmente todos los días que ella no podía ser nada para él. No es que quisiera que fuera "algo" en su vida, sino que muy en el fondo anhelaba que la castaña siguiera tratándolo como lo había hecho desde que comenzaron este nuevo año. Quería que siguiera yendo a visitarlo a la enfermería cada día y se preocupara por él.

Para sus adentros deseaba que Hermione Granger se volviera alguien en quien pudiera confiar, alguien con quien pudiera desahogarse, alguien con quien compartir los horrores por los que había pasado. Porque Draco Malfoy gozaba únicamente de la compañía de la soledad, que pasaba lenta e impérritamente frente a sus ojos, recordándole a cada momento su triste destino. Y aun así, también sabía que no quería lastimarla más de lo que ya había sido. No quería verla sufrir por su culpa, por ser él, hijo de un gran mortifago y seguidor del lado oscuro. No podía atarla a su mismo destino.

Fue entonces que la razón pudo más que su ferviente deseo de desahogo, y comenzó su patético plan para alejarla de él.

Al día siguiente y durante toda esa semana, cuando la leona se aparecía en la enfermería para ver a su convaleciente amigo, él aprovechaba y se hacia el dormido. Pudo notar como varias veces ella se había asomado a través del cortinado, esperanzada de encontrarle despierto. Y él, disimulando casi a la perfección, permanecía inmóvil respirando pacíficamente. También se percató de que la chica acudía a la enfermería en distintas horas y más veces de las que cualquiera hubiera juzgado como razonables. Permaneciendo siempre unos minutos a los pies de la cama observándole fijamente, en silencio.

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