Anafrei

1K 91 89
                                    

La voz de Jazmine recitó las últimas palabras de su madre antes de desaparecer. La última historia que le contó a Jazmine, hace ocho años, cuando ella apenas era una niña de nueve; pero más valiente que cualquier otro niño en primaria.

Siempre recordó aquellas palabras «Los Dioses y su historia están retorcidos».
Para ella los Dioses eran la más clara muestra de respeto y admiración, todos en el país creen en ellos; creen en eso que para todos los demás solo se volvieron mitos.

—Los Dioses vinieron a crear Freiani. Mi mamá decía que cuando llegaron aquí, sus historias se reiniciaron. Es como si toda su historia se haya borrado para siempre. Aquí sus historias son diferentes, sin embargo, era una carga pesada para algunos Dioses que se sintieron apenados del cómo terminó todo para ellos —dijo Jazmine cuando movió la última pieza del ajedrez, ganando el juego contra su padre—. ¡Bien!, te lo dije pa'. Soy la mejor jugadora, deberías meterme a torneos.

—Si lo hago te vas a obsesionar como siempre.

—Por supuesto que no —exclamó Jazmine al no admitir que cuando ella se emociona con algo, no lo suelta.

Jazmine era una joven muy inteligente, buena estratega y sin miedo a nada. La razón por la que amaba a los Dioses más que a cualquier otro humano que cree en ellos, era porque solo le quedaba eso de su mamá. Las historias sobre ellos.

En ese momento no todo era paz y tranquilidad en la habitación donde se encontraban, ella sintió algo extraño en el cuarto que activó sus sentidos. Había sonidos dentro y fuera de la sala, con baja frecuencia que apenas era percibida por el oído humano. Jazmine comenzó a mirar a los lados, buscó los pitidos que la molestaban, provocaban que dejara de prestar atención.
—De todos los reinos de este país, el más importante es Anafrei —dijo Jazmine dejando de lado los sonidos que alteraban su paz, para seguir jugando con su padre.

—Claro, esa historia era la favorita de tu madre. Anafrei, la tierra de los Dioses, ¿no es así? —preguntó el padre de Jazmine mientras acomodaba las piezas de ajedrez en su lugar—. Aunque lo correcto sería llamarle el cielo de los Dioses.

Jazmine sonrió al oír eso ya que le causaba nostalgia escuchar las historias que su madre conocía sobre el país; pero no podía concentrarse porqué se sentía observada desde hace ya gran rato.

Sabía que alguien, no, varios, la estaban observando. Mas no sabía quiénes. Fue entonces cuando una luz blanca atravesó el pasillo de la casa hasta llegar al comedor donde se encontraban Jazmine y su padre. Eran fragmentos de luz con forma humana los que estaban en su casa. La joven se percató de que era un alma sin cuerpo deambulando por su casa.

Aquella luz que perturbó la estancia de la chica y su padre tomaron por la fuerza al señor, solo en ese momento Jazmine se alteró; supo que algo malo estaba pasando. La luz tomó a su padre y desapareció en un instante, pero antes de que pudiera hacer algo; ella perdió su conciencia al ser sometida por aquella luz.
En un parpadear de ojos Jazmine despertó observando una mansión gigante de color blanco; parecía que estaba en las nubes. Vio a su alrededor y se dio cuenta de que estaba rodeada por un montón de ángeles, formas humanas con gigantes alas blancas provenientes de su espalda. La estaban vigilando desde lo alto de la habitación; Jazmine, rápidamente se dio cuenta que esos seres eran los que la sometieron.

Una mujer en voz alta habló desde el eco de las paredes, bajando por unas bellas escaleras de espiral. Detrás de ella un señor con ojos rasgados la siguió, dejando marcas de fuego en cada paso.

—Bienvenida Jazmine, mi nombre es Gea, reina de los cuatro elementos divinos, y él es mi compañero Kagutsuchi, Dios del fuego. Me acompaña en mi mandato.

AnafreiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora