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Siete días, lentos y aburridos eran los que habían pasado sin tener ninguna llamada de su queridísimo Bendelin. Bueno, si habían habido llamadas, pero en ninguna de ellas pudo hablar con él. Siempre las hacía bastante tarde por la noche y solo hablaba con Helen. Y luego al día siguiente ésta le informaba de que su marido le enviaba saludos desde Madrid ¿Le ocultaban alguna cosa? No lo creía.

Decidió salir un poco al jardín a pasear a los perros. Por lo visto en una de sus le había dado permiso a Helen de que ya podía tener recreo en el patio de la casa. Llamarlo patío, no era nada adecuado aquellos tres mil quinientos metros de bosque, pertenecían al hombre. Era todo muy bello. La primera parte era un precioso jardín con plantas y fuentes, adecuado para celebrar fiestas al aire libre. Después si atravesabas una enorme verja vieja llena de rosales, pasabas a un mundo salvaje en donde la mano del ser humano no había tocado nada. Bueno, se veía que la empresa de jardinería contratada también lo cuidaba al quitar todas las malas hierbas y que todo estuviera tan bien puesto.

Dos horas después, los perros ya habían hecho suficiente ejercicio por el día de manera que decidió que ya era la hora de volver a la casa. Cuando se encontraba cerca, Pedro salió a su encuentro.

-¿Ha caminado mucho?

-Ya lo creo -sonrió-. Ahora necesito un buen vaso de zumo para refrescarme la garganta y una ducha con el agua bien calentita.

-Me temo que lo de la ducha tendrá que posponerlo para un poco más tarde -se veía a al pobre hombre un poco nervioso-. Tiene una visita señorita.

-¿Le ocurre alguna cosa, parece un poco tenso?

-No... Bueno, mejor será que acuda dentro de la casa -empezó a encaminarse.

-¿De quién se trata, Pedro? -preguntó extrañada al ver que el hombre no le decía n era aquella visita sorpresa.

Allí ocurría alguna cosa. Por que aquel comportamiento en Pedro, no lo había visto nunca. Se le veía muy preocupado, además de incómodo. ¿Quién venía a visitarla? Que ella supiera, nadie la había llamado para informarle de su visita y en todas las que había tenido, ni Helen ni Pedro habían puesto mala cara. ¿Y sí...?. No, no creía que Bendelin hubiese llegado. Además y si fuera así, no había hecho nada malo para que éste exigiera su presencia de inmediato. Por eso no tenía que preocuparse, por que todavía faltaba mucho para que Bendelin volviera de viaje de negocios.

Nada más abrir la puerta de la cocina, Helen se le tiró encima con la misma cara de preocupación que Pedro. Aquello empezaba a ser preocupante...

-¿Ocurre alguna cosa? -volvió a preguntar.

-Por favor -dijo casi implorando-. No escuche ni la mitad de sus cosas, esa mujer es una víbora...

-¿Mujer? ¿Qué mujer? -preguntó empezando a mosquearse un poco.

-En la salita, se encuentra la señorita Verónica Beaumont -no sabía quién era- Verá es una vieja amiga de la familia y del señor Bendelin -aquello se estaba poniendo interesante-. Pero yo no soy la persona más adecuada para explicarle el problema que hay con ella, pero por favor... No haga caso de lo que le diga, esa mujer solo sabe que escupir veneno por la boca.

¿Problema? ¿Vieja amiga de Bendelin? ¿Y víbora? No es que fueran palabras que procedieran a dar mucha confianza, la verdad. Pero estaba completamente segura de que algo tenía que haber.

Se sacó el abrigo que colgó en el respaldo de una de las sillas de la cocina y empujó la puerta en dirección a la salita, para averiguar quién era aquella tal Verónica y qué es lo que quería.

Verónica Beaumont era una mujer bella. Debía de rondar la misma edad que Bendelin y casi media lo mismo que él. Pero se la veía una mujer fría de carácter y por no decir que muy habituada a estar en aquella salita. Su instinto de mujer le advirtió de que no iba ha ser una nueva amiga...

Para Siempre  COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora