Tomaste la botella transparente entre tus manos y la inclinaste hacia tu boca.
— ¡Esa es mi amiga! —exclamó Megan, que estaba sentada a un costado tuyo. Las demás chicas se unieron a ellas y te animaron a seguir bebiendo.
Las noches de chicas no eran siempre reunirse a ver películas románticas mientras escuchaban la triste historia del ex de Kate, algunas veces necesitaban comprar cinco botellas de vino y beberlas hasta que alguna caiga al piso, como era en ese caso.
—¡Santa mierda! —Kate miró la pantalla de su celular con tanta emoción que tuvo que dejar el vaso sobre la mesita de noche. — ¡Que no me van a creer si les digo quién me acaba de mandar un texto!
—¿Tu madre? —preguntó Megan causando que todas riesen.
—No, idiota —la miró mal y tecleó algo rápido en su teléfono— ¡Es Dave!
Hubo un profundo silencio en tu habitación. Seguramente no era la única que estaba pasando una lista mental de todos los Dave con los que Kate había salido ya que todas estaban esperando a que volviera hablar.
—Dave del supermercado.
Escupiste un el trago de vino sobre la cama y la miraste con los ojos bien abiertos. La siguiente en reaccionar fue Oliv que comenzó a dar pequeños brinquitos sobre la alfombra.
—¿Qué dice? —preguntaste poniéndote detrás de tu amiga rubia para leer la conversación.
Un segundo después todas estaban detrás de ella diciendo que le debería responder.
Era obvio que a Dave del supermercado le gustaba tu amiga, lo notaste desde que le preguntó donde se encontraba el papel higiénico por primera vez, pero Kate solía ser muy despistada en ese sentido. La conversación se tornó más profunda, escuchabas atentamente todos los murmullos que tus cuatro amigas decían mientras leías los mensajes.
—¡Oh Dios, quiere hablarle por teléfono! —Emma gritó.
Kate te miró nerviosa mientras todas las chicas corrían asustadas por toda tu habitación. Evidentemente la rubia no se sentía segura con dar un paso tan grande como era el hablar por teléfono, pero le sonreíste con tranquilidad.
—Esta bien, Kate. Dile que si, ¿Qué más podría pasar?
Asintió relajándose un poco. Aunque no duró lo que esperabas porque dentro de unos segundos su móvil ya estaba reproduciendo el tono de llamada. Entre gritos y saltos pediste que se mantuviera tranquilas para que la rubia pudiese contestar, todas te obedecieron.
Tomó aire y marcó el botón verde.
—¿Hola? —dijo ella.
Megan, Oliv, Emma y tú pegaron sus orejas lo más cerca posible de la bocina del móvil rosa.
— ¿Qué hay, Katherine?
—Hola, Dave.
— Ey, em... pues, mira, estoy con unos amigos y yo... quería saber si tu quieres acompañarnos a un lugar —mordiste tus labios para evitar soltar una carcajada por el nerviosismo del chico.
El corazón de Kate martilleó con fuerza.
—¿Yo? ¿Sola? —su voz tembló.
Escucharon unos murmullos del otro lado de la línea.
— Si vienes con tus amigas seria más divertido —comentó con más confianza.
—¿Qué tipo de lugar?
— ¿Has escuchado de la calle Uranio?
—Si. No podemos entrar a ese lugar, está prohibido —aclaró con un tono más serio— En ese lugar se encuentra la casa de los Royal. Dicen que está maldita.
Escucharon un montón de risas masculinas.
— Bueno, las vemos ahí en una hora. —dijo y sin más, colgó.
Guardaste tus manos en los bolsos del saco negro que traías puesto. El humo que expulsabas de tu boca se volvió más abundante cuando doblaron la calle para dirigirse a un oscuro callejón.
—Es que, no puedo creer que me hayan obligado a venir a este lugar —protestó Kate, trotando para llegar a su altura— ¡(tn)! ¡No lo puedo creer de ti!
Evitaste reír.
—Vamos, Kate. Será divertido.
—¡Ese lugar está maldito! ¿Qué no leen los periódicos?
La calle Uranio. Nunca la habías visto de tan cerca, estaba desierta y completamente oscura, con solo la iluminación de la linterna que había sugerido traer Emma.
Kate tenia los brazos abrazándose a sí misma, con la mirada alerta a cualquier inicio paranormal.
Desde el otro extremo de la calle, escucharon risas y gritos de un grupo de chicos que se aproximaba a ustedes. No podías distinguir quienes eran, pero era evidente que eran Dave y sus amigos.
Oliv se enderezó y bajó un poco el cierre de su sueter azul.
Cuando ya estaban a tan solo unos pasos de ustedes, pudiste distinguir el rostro de Dave, un chico rubio con los ojos color verde y de unos 1.70 metros de altura. Detrás de él estaban cuatro chicos más, uno con el cabello castaño, otro con un gorro rojo cubriéndole la cabeza, el otro con unos anteojos y el ultimo era un chico alto, con los ojos azules, el mentón bien marcado, dándole caladas a un cigarrillo.
—¿Están listas chicas? —dijo el chico del cabello castaño.
Miraste a Kate por encima de tu hombro y luego a las otras chicas.
—Hola, Kate —Dave del supermercado se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla ahora sonrojada— Hola, chicas.
Todas saludamos con nuestras manos.
—Ellas son mis amigas —dijo Kate, haciéndose a un lado para señalarlas— Ella es Oliv, Emma, Megan y ella es (tn).
El chico de ojos azules te miró por unos segundos después arrojó el cigarrillo y lo piso con su calzado.
—Ellos son Sam —el chico del cabello castaño—, Pete, —el del gorro— Mark —el de los anteojos— y este es Sebastian.
Sebastian te sonrió mientras te mirada fijamente.
¡Que gran descarado! pensaste tratando de ignorar el hecho de que te estaba devorando con sus intensos ojos azules.
Caminaron todos juntos hacia el callejón que daba al final de la calle, donde quedaba ubicada la mansión. Escuchaste las historia que Sam relataba mientras caminaban, pensaste en lo pésimo que era para contar relatos pero te diste cuenta que Emma lo miraba con ojos de borrego.
Sentiste que unos ojos azules te miraron por todo el recorrido pero cuando intentabas pillarle, apartaba su mirada de manera fugaz.
La entrada de la mansión de los Royal estaba frente a ustedes. Era una casa enorme, con una entrada muy larga y amplia. Las rejas que protegían la casa estaban altas y oxidadas hasta las puntas. Un sendero guiaba hasta las gran puertas de la casa. Esta contaba con unas diez ventanas, la pintura estaba tan desgastada que daba la idea de que la casa era de un gris opaco.
—¿Miedo? —dijo alguien muy cerca de tu oído.
Diste un respingo y te encontraste con el chico de ojos azules.
—Yo no tengo miedo.