—¿Estás bien? —escuchaste su voz a unos metros de ti pero no diste la vuelta.—Si —inclinaste un poco tu cabeza para que esta truene.
Tardó un poco en responder, supusiste que se estaba abotonando la camisa. Siempre tardaba una eternidad al hacerlo.
—El lienzo no tiene la culpa —lo escuchaste maldecir y no tuviste que darte la vuelta para saber que había metido uno de los botones en el ojal equivocado.
—¿De qué hablas?
—Pintas tensa. Molesta. —hubo un breve silencio—. Nunca pintas de ese modo.
Colocaste el pincel en tu boca y pasaste una mano por tu cabello despeinado hecho en un intento de moño. Traías su camiseta, te la habías auto regalado con la excusa de que la habías manchado de pintura. Pero esa no era la razón. La razón era que no querías devolvérsela porque sentías que ese era tu secreto al pintar.
—El rostro —miraste con extrema quietud la pintura—..., es el del sueño que te conté. No tengo la más remota idea de quién sea.
Él observó la pintura desde el lugar en donde estaba. Tenías razón, el rostro que acababas de pintar no era de alguien familiar ya que él, por ser tu novio, conocía a toda tu familia. Recordó cuando le contaste sobre tu sueño, estabas asustada y tu cuerpo temblaba. Nunca te había visto tan vulnerable como aquella noche que sollozaste en sus brazos.
—Creí que lo habías olvidado ya.
—No puedo. —definiste un poco más la parte inferior de la nariz del sujeto.
—Quisiera que vinieras conmigo esta noche —bajó su cabeza y miró sus pies descalzos.
—Es algo que debes hacer por ti mismo, ya te lo he dicho...
—Si, si, si —te cortó como si ya se supiera ese argumento de memoria —. Ya lo sé, (tn).
Te diste la media vuelta aún con el pincel en una mano y la paleta de pinturas en la otra. Miraste su rostro y luego bajaste la vista a su camisa mal abotonada.
—Sebastiaaan —dejaste las cosas sobre la mesa y te acercaste a él sonriendo.
—¿Qué?
—Tus botones, bobito —miró su camisa he intentó hacerlo por su cuenta pero le tomaste las manos con ternura—. Lo haré yo.
Con toda la calma del mundo, desabotonaste cada uno de ellos y los comenzaste a poner en el ojal correspondiente. Él no podía despegar sus ojos de ti, contemplando cada movimiento de tus manos y tu rostro lleno de concentración.
—Listo. Quedaste muy guapo —acomodaste el cuello de su camisa y por último hiciste el nudo de la corbata. Te alejaste unos centímetros y lo contemplaste con una sonrisa de oreja a oreja.
—No quiero ir —admitió—. No sin ti.
Te acercaste a él y le tomaste las manos con delicadeza.
—Tienes que ir. Tienes que estar con tu padre, ya sabes, son cosas de familia, Seb. Apóyalo esta noche y te prometo que te llamaré cuando crea que estarás aburrido.
Besó tu frente y luego posó la suya sobre la tuya.
—No sé qué haría sin ti —susurró.
—Sé que abotonarte la camisa no —bromeaste ocasionando que él se riera.
—Te amo, (tn). —soltó tu mano y la llevó hasta tu mejilla— Y quiero que sepas que te cuidaré con mi vida. Te prometo que nada malo te pasará mientras yo esté de pie.
Tomaste su brazo con la mano que te quedaba libre y le diste un leve apretón.
—Lo sé, Seb. Yo también te amo, como no tienes idea.
Posó sus labios sobre los tuyos y te besó. Tan lentamente, como sólo él sabía hacerlo.