(2/?)
—¿Tienes todo? —repitió abriéndose paso entre la gente desesperada del aeropuerto.
Eran mediados de junio, la gente se iba de vacaciones y por ende el aeropuerto estaba al reventar.
—¡Es que no lo puedo creer! Dios, ¿Qué le voy a decir? —seguía hablando importándome muy poco que la gente me escuchara.
Ben miró por décima vez el boleto para confirmar que el vuelo sea el correcto.
—California, 16:45 —leyó el papel y luego miró la gran pantalla que indicaba los próximos vuelos en salir.
—¿Cómo decirle que estoy enamorada de él? ¡Es su boda! ¡Se casará con otra mujer que no soy yo! Me lo prometió...
—¡Ya basta, (tn)! —gritó deteniéndose para mirarme exasperado— Ya basta. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué estás haciendo esto?
Me quedé helada, nunca me había levantado la voz de ese modo.
Tardé unos segundos en reaccionar y lo miré a los ojos con tristeza.
—Lo amo, Ben. Y no me di cuenta de eso hasta hace poco.
Mi amigo suspiró y con trabajo tomó mis manos.
—Si lo amas tienes que decirle.
—¿Y qué se supone que hará?
Escuchamos la voz de una mujer anunciar que mi avión saldría en unos cinco minutos.
—Deberá elegir entre la mujer de la que dice estar enamorado... —depositó un beso en mi nunca— o su mejor amiga.
Bajé del avión con una gran bolsa de mano de piel color café. Los lentes de sol se resbalaban de mi nariz causando una molestia.
Estaba nerviosa, de hecho, si fuera posible, me regresaría en el siguiente avión.
Las puertas se abrieron y con los pasos temblorosos me dirigí hacia el corazón del aeropuerto, donde Sebastian debía de estar esperándome ya.
Busqué entre la gente esos hermosos ojos azules que cuidaron de mi vida por dieciséis años, esos que me arropaban noches enteras diciendo que los monstruos no eran reales y que el coco solo era un invento de nuestros padres.
Me arrepentí por haberme alejado de él. Me hacía tanta falta, necesitaba escuchar su voz todos los días para decirme que todo iría bien, que los jefes malos solo eran mentiras y que pronto nos volveríamos a ver. Lamentablemente no fue así después de 5 años cuando fue él quién me llamó a las tres de la madrugada diciéndome lo mucho que me extrañaba y necesitaba. Recuerdo que esa noche salté de alegría porque me había perdonado, todo había vuelto a ser como cuando éramos niños.
Pero ahora me di cuenta de que no era así. Me enamoré de él cuando no lo tenía cerca, me di cuenta que el amor que sentía por él no era el mismo que sentía por mi hermano ni por Ben, era amor. Amor verdadero. Yo siempre fui la clase de chica que odiaba las muestras de amor en público, que creía que el día de san Valentín solo era un bonito cuento pero después de que me diera cuenta de que todo el tiempo tuve a un hombre maravilloso a mi lado, mi manera de ser cambió.
Creí que estaba mal. Creí que era solo una loca idea que tenía que estar mal por el hecho de que no podía ser verdad que yo esté enamorada de mi mejor amigo. Traté de olvidarlo con centenares de hombres de diferentes personalidades, pero con más que los iba conociendo, una vocecita interna me susurraba: No, no lo sigas intentando. Sabes perfectamente que no hay nadie como él.
Una mujer pasó tan rápido a mi lado que no me di cuenta cuando mi bolso estaba en el suelo. Solté una grosería mientras me doblaba para levantarlo.
Al instante que levanté mi rostro lo primero que captaron mis ojos fueron otros azules que se aproximaban desde el otro extremo.
Mi corazón estaba al cien, sentía los latidos resonar en mis oídos con fuerza, como si intentaran escapar. Sentí como mi boca se iba formando en una amplia curva y corrí, me disculpaba mientras me habría paso entre la gente para llegar él.
Lo vi trotar para alcanzarme, con esa sonrisa deslumbrante por la que todas las chicas de la preparatoria se morían. Su cabello castaño oscuro volando con el aire como tal lo recordaba. Aunque había cambiado, su facciones se volvieron más maduras, su mentón creció levemente y se afeitaba más constantemente.
Llegamos al mismo tiempo, chocando nuestros cuerpos levemente. Su respiración estaba agitada por la larga carrera que dio al igual que la mía, su sonrisa no había desaparecido desde que nos vimos.
—Por Dios...
—... eres tú. —completé en un susurro.
Me abalancé sobre él rodeándolo con mis brazos, abrazándolo con tanto sentimiento como podía.
Una voz femenina gritó su nombre desde unos cuantos metros. No tenía que haberla visto para saber de quien se trataba. Me aparté de él con un gran empujón que lo tomó por sorpresa.
La rubia sacudió la mano en el aire con una sonrisa que abarcaba todo su rostro. Miré a Sebastian en cuestión de segundos y luego intenté sonreírle a la rubia irritablemente feliz.
—Kim, —comenzó Sebastian— ella es...
—¡(tn)! ¡Cómo olvidarlo! Seb ha hablado tanto de ti que creo ya te conozco —dijo con el mismo tono de felicidad y me envolvió en un inesperado abrazo.
Por un momento me había quedado quieta pero luego le di unas palmaditas en su espalda.
Kim estaba contando algo sobre la boda que no podia entender ya que el sonido del transito estaba tan alto como de costumbre. Los Angeles siempre estaba poblado de gente, mucho más si eran épocas de vacaciones.
—... Y bueno, como mi mejor amiga se lesionó la columna saltando de una montaña, ¿Qué opinas ser mi dama de honor? —sonrió mirándome por instantes.
Mi cabeza se quedó pegada al asiento ya que la velocidad estaba aumentando más y más. Mis cabellos volaban y pegaban mi rostro, me aferré al cinturón de seguridad y miré a Sebastian por el espejo retrovisor, él estaba con la mirada perdida en el trafico sin ninguna molestia.
—¿(tn)? —repitió estacionándose bruscamente en un pequeño espacio cerca del hotel donde me hospedaría.
—¿Qué? ¿Dama de honor? Sebastian no mencionó nada de eso...
—Lo sé, es que fue de ultimo momento.
Sebastian me abrió la puerta de copiloto y se ofreció a cargar todas mis maletas, que realmente solo eran dos y mi bolso de mano.
Entramos y nos dirigimos a mi habitación asignada.
—Bueno, yo... —le eché una mirada a él cuando las puertas del elevador se cerraron.
—¡Vamos, (tn)! ¡Tendrás un color diferente al vestido del resto! —sus ojos verdes se cargaron de suplica.
Sebastian bajó la mirada a sus pies.
Suspiré.
—Bien. —caminamos todo el pasillo y por fin entramos al dormitorio—... pero nada de encajes.
Kim sonrió.
Después de una larga charla, los acompañé a la puerta para despedirme. Kimberly se adelantó para hablar con una de sus amigas que se hospedada en el piso de abajo y nos dejó solos.
Recosté mi cabeza en el marco de la puerta mientras veía la silueta de la rubia desaparecer por una puerta.
—Te ves hermosa —habló Sebastian llamando mi atención.
Lo miré con una media sonrisa.
—Y tú ya estás viejo.
—Te extrañé. Como no tienes idea.
Le sonreí de nuevo, causando que él me devolviera la sonrisa.
—También yo, Sebby Sebby.