Después de varias semanas y el día de la coronación, el ahora rey Sebastian estaba mirando a la fila de jovencitas que decoraban el pasillo, debieron ser una docena o tal vez unas cuantas más. Él no entendía porqué las tenía que exhibir como si fueran objetos.
Lord Brodie miraba al Rey esperando que eligiera a alguna de las chicas para que sea su esposa pero este estaba demasiado aturdido y apenado.
—No puedo hacerlo —admitió bajando la cabeza.
—Mi rey, son las doncellas más guapas del reino además sus padres son de familias bien posicionadas. —explicó lord Brodie —. Tiene que elegir a una esposa.
—Mis disculpas mi lady's, pero no puedo elegir solo así. —las jóvenes se miraron entre ellas decepcionadas—. Estoy seguro que podrán encontrar un esposo adecuado para cada una. Pueden retirarse.
Cada una de las doncellas hizo una leve reverencia y cómo si fuese un desfile, salió una tras otra de la habitación.
Sebastian miró por la ventana y sonrió.
—Hace un espléndido día para cazar. Preparen mi caballo.
—Como ordene, mi rey. —y después de eso, lord Brodie salió de la sala.
Los vientos calurosos golpeaban el rostro del joven rey cuando cabalgaba para alejarse lo más pronto del castillo. Las pezuñas de su caballo blanco se movían en sintonía como si se tratase de una flecha. Por fin se detuvo en un lugar tranquilo, pensó que estar cerca del agua indicaría que algún ciervo o conejo se aproximarían a beber o refrescarse.
Bajó del caballo y le ordenó guardar silencio, como si el animal pudiese entender. Se sacó el arco y flechas y se preparó.
El sonido de unas pisadas lo mantuvieron alerta y preparó la flecha. Se escondió tras una gran roca y asomó la cabeza para toparse con un gran ciervo bebiendo agua del río. Era perfecto, pensó.
Cerró un ojo y sobre su rostro deslizó la mano para darle directo al cuello del pobre animal. Sonrió satisfecho cuando este cayó al suelo y salió de su escondite para ir tras él.
Estuvo a punto de tomar su flecha cuando, para su sorpresa, otra mano la tomó primero.
—¿Tienes algún problema? Esa es mi flecha, yo lo maté, mi botín —refunfuñó una voz femenina.
Sebastian se volvió para encontrase con una chica. Esperen, ¿una chica? ¿Una chica le ganó en cacería?
—¿De qué estás hablando? Yo lancé esta flecha —ahora él parecía ofendido.
—¿Quién te crees que eres? Yo estaba justo aquí cuando el ciervo llegó.
«¿Qué quién se creía que era? ¿En serio?» pensó él.
La chica se plantó ante él y claramente se dio cuenta que era muchísimo más alto y fornido que ella. Miró su apariencia y pensó que vestía demasiado bien para aparecerse por esos lados del pueblo.
—No me he presentado, mi lady, soy...
—No me interesa —interrumpió la chica con melena castaña—. No soy una "lady" y no me interesa saber quién eres. El ciervo es mío.
Por alguna extraña razón Sebastian no tenía ganas de discutir con la joven y de decidió a observar sus rasgos. De mediana estatura (claro que para él era una enana ya que era el hombre más alto que conocía), ojos azules o verdes, aún no distinguía, cabellos castaños oscuros casi negros y unos labios preciosos, pensó.
—Está bien. Tú ganas. —le dijo él.
Esta titubeó antes de volverse a sacar su flecha del animal.
—¿Qué hace por aquí un noble? —preguntó —. Supongo que ustedes pueden pagar para que les sirvan la comida y no tienen que preocuparse de este tipo de cosas.
—Diversión —habló —. Algunos lo hacemos para divertirnos.
Ella rió.
—La diversión está lejos de estar en mi mente, mi lord. —hizo una falsa reverencia y con burla caminó hasta su carreta para depositar al ciervo.
—¿Puedo saber su nombre?
—No.
Él vaciló.
—¿No?
—Si eres un lord y mi apellido te disgusta, entonces me matarás —lo miró con recelo.
Él levantó su flecha y la colocó con el resto en su espalda y caminó hacia la joven.
—No soy un lord y no creo que hagan eso.
—¿En qué mundo vives? —preguntó incrédula—. Todo aquel que no sea noble, es asesinado por gusto o prostituido.
Sebastian no podía creer lo que estaba escuchando, tal vez en realidad si era muy ingenuo para esas cosas. Pensó qué crearía una ley o algo que impida asesinar a personas que no lo merezcan.
Una voz lo sacó de sus pensamientos.
—Judith. —dijo ella—. Judith Fevrier.
Él sonrió agradecido.
—Sebastian. Sebastian Stan.
Cundo estuvo apunto de montarse en su caballo, la chica casi cae al suelo al escuchar su nombre. No lo podía creer. Lo miró con ojos grandes y sin pensarlo dos veces ya estaba arrodillándose ante él.
—Usted es... es un... ¿es un... qué?
—Si —sonrió —. Creo que soy el rey.
¿Qué tal esta parte? Jejeje
La siguiente será el fin de este shot, espero lo estén disfrutando.
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