De Laura a Marianne
Después de nuestro Matrimonio, permanecimos sólo unos días en el Valle de Uske. Una vez me hube despedido afectuosamente de mi Padre, mi Madre y mi Isabel, me dirigí con Edward a casa de su Tía en Middlesex. Philippa nos recibió con grandes muestras de Cariño. Mi llegada constituyó sin duda una agradabilísima sorpresa para ella, no sólo porque no sabía nada de mi Matrimonio con su Sobrino, sino también porque no tenía la más remota idea de mi existencia.
Augusta, la hermana de Edward, estaba de visita en la casa cuando llegamos. Encontré que era exactamente como su Hermano me la había descrito: de estatura media. Augusta me recibió con la misma sorpresa que Philippa, aunque no con la misma Cordialidad. Había una Desagradable Frialdad y una Reserva Amenazante en la forma en que me recibió, igualmente Perturbadora e Inesperada. Ni rastro de la interesante Sensibilidad o amable Simpatía que debían haber Distinguido sus Modales y sus Palabras en el momento en que fuimos presentadas. Su lenguaje no era ni cálido, ni afectuoso; sus miradas no eran ni alegres, ni cordiales; sus brazos no se abrieron para recibirme en su Corazón, aunque yo tendiera los míos para estrecharla contra el mío.
Una breve Conversación entre Augusta y su Hermano, que escuché accidentalmente, aumentó mi Rechazo hacia ella y me convenció de que su Corazón estaba tan poco preparado para los dulces lazos del Cariño como para el atractivo intercambio de la Amistad.
-¿Crees que mi Padre te perdonará alguna vez este imprudente enlace? -decía Augusta.
-Augusta -replicó el noble joven-, creía que tenías una opinión más alta de mí. Deberías imaginar que no iba a degradarme de forma tan abyecta como para considerar la Opinión de mi Padre en ninguno de mis Asuntos, más aún tratándose de un asunto de importantes consecuencias para mí. Dime con sinceridad, Augusta, ¿alguna vez me has visto consultar su parecer o seguir su Consejo sobre cualquier menudencia, desde que tenía quince años?
-Edward -replicó ella-, eres demasiado modesto a la hora de elogiarte a ti mismo. ¿Sólo desde que tenías quince años? Mi Querido Hermano, te concedo que desde que tenías cinco años no has contribuido voluntariamente a la más mínima Satisfacción de nuestro Padre. Aun así, no dejo de sospechar que pronto te verás obligado a degradarte ante ti mismo y a buscar Ayuda para tu Mujer en la Generosidad de Sir Edward.
-¡Nunca jamás, Augusta, me degradaré de ese modo! -dijo Edward-. ¡Ayuda! ¿Qué clase de Ayuda crees que Laura puede recibir de él?
-Sólo la muy insignificante que se traduce en poder Comer y Beber -contestó ella.
-¡Comer y beber! -replicó mi Esposo, en un tono noble y despreciativo-. ¿Imaginas que la única Ayuda que una Personalidad elevada como la de mi Laura puede recibir consiste en el bajo y grosero suministro de Comida y Bebida?
-No conozco ninguna otra tan eficaz -contestó Augusta.
-¿Es que nunca has sentido los deliciosos Dardos del Amor, Augusta? -replicó mi Edward-. ¿Acaso tu vil y corrupto Paladar cree imposible vivir del Amor? ¿Te resulta inconcebible el Lujo que es vivir las Dificultades que inflige la Pobreza junto al objeto de tu más tierno Afecto?
-Resultas demasiado ridículo -dijo Augusta- y no me molestaré en discutir contigo. Sin embargo, quizá con el tiempo te convenzas de que...
La Aparición de una Joven muy Hermosa, que fue conducida a la Habitación en cuya Puerta yo estaba escuchando, me impidió oír el resto. Al anuncio de «Lady Dorothea», abandoné inmediatamente mi Puesto y la seguí a la Salita, porque recordaba muy bien que era ella la Dama que había sido propuesta como Esposa a mi Edward por el Cruel e Implacable Barón.
Aunque la visita de Lady Dorothea era nominalmente para Philippa y para Augusta, tenía ciertas razones para pensar que (sabedora del Matrimonio y de la llegada Edward) el principal motivo de la misma era verme.
Pronto me di cuenta de que, aunque encantadora y Elegante en su Persona, aunque Educada y de Palabra fácil, por lo que se refiere a los sentimientos Tiernos y Delicados y a la refinada Sensibilidad, pertenecía a ese grupo de Seres inferiores de los que Augusta formaba parte.
Dorothea permaneció en nuestra compañía durante una media hora, sin que en el Curso de su Visita me confiara uno solo de sus Secretos pensamientos, ni me pidiera que le confiara los Míos. Te será fácil imaginar, mi Querida Marianne, que no pudiera sentir ningún tipo de Afecto o de sincero Cariño hacia Lady Dorothea.
Adeiu.
LAURA
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Jane Austen - Amor y Amistad
Romance"Amor y Amistad", con algunos pasajes similares en los fragmentos que lo acompañan, es realmente una soberbia obra burlesca, algo muy superior a lo que las damas de aquel tiempo llamaban un chascarrillo agradable. Es una de esas cosas que se leen co...