Decimocuarta Carta

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Laura

continuación

Ármate, mi amable y Joven Amiga, de toda la filosofía de que seas capaz y reúne toda la fortaleza que poseas, porque, ¡ay!, en el transcurso de las próximas Páginas, tu sensibilidad será puesta a prueba con la máxima dureza. ¡Ah, las Desgracias que había experimentado hasta entonces y que te he relatado, qué eran comparadas con la que me propongo contarte ahora! La Muerte de mi Padre, de mi Madre y de mi Esposo, a pesar de ser más de lo que mi dulce Naturaleza podía soportar, eran simples bagatelas en comparación con la desgracia que paso a relatarte.

A la mañana siguiente de nuestra llegada a la Casa, Sophia se quejó de un dolor violento en sus delicados miembros, dolor que se acompañaba de una desagradable Jaqueca. Ella atribuyó este malestar al frío cogido durante sus constantes desmayos al Aire libre y al Rocío que cayera la Noche anterior. Mucho me temí que, efectivamente, ése fuera el caso. No podía ser de otra manera: si yo no padecía los mismos síntomas era sin duda porque el gran Ejercicio físico que había llevado a cabo en mis ataques de locura había calentado y hecho circular mi Sangre de forma muy efectiva, protegiéndome de la fría Humedad de la Noche; mientras que Sophia, totalmente inactiva en el Suelo, debió de exponerse a todo su Rigor. Su enfermedad me alarmó muy seriamente. Si a tus Ojos quizá aparezca como algo sin importancia, una especie de Sensibilidad instintiva me susurró que aquello podía tener un fatal Desenlace.

¡Ay, mis temores eran más que justificados! Sophia empeoró gradualmente, y yo me sentía cada vez más alarmada por su estado. Por fin, se vio obligada a permanecer confinada todo el tiempo en la Cama que nuestra generosa Casera nos había asignado; su enfermedad se agravó de forma galopante y en pocos días acabó con ella. En medio de todas mis Lamentaciones (y podrás imaginar que eran muy vehementes), no dejé de recibir cierto consuelo del hecho de haberla atendido en todo momento durante su enfermedad. Había llorado sobre ella todos los Días; había bañado con mis lágrimas su dulce rostro y había tomado constantemente sus manos entre las mías.

-Mi adorada Laura -me dijo pocas horas antes de morir-, toma ejemplo de mi desdichado Final y evita la imprudente conducta que lo ha ocasionado... Ten cuidado con los desvanecimientos... Aunque al principio puedan parecer reconfortantes y Agradables, al final, sobre todo si se repiten demasiado y en estaciones poco apropiadas, son destructivos para el Organismo... Mi destino te enseñará esta lección... Muero, Mártir de mi dolor por la pérdida de mi Augustus... Un Desmayo fatal me ha costado la Vida... Ten cuidado con los desmayos, Querida Laura... Un ataque de frenesí no es ni la cuarta parte de pernicioso; es un ejercicio físico y, si no es demasiado violento, me atrevería a decir que incluso tiene consecuencias favorables para la Salud. Enloquece cuantas veces quieras, pero no te desmayes...

Éstas fueron las últimas palabras que me dirigió en vida... Fue el último consejo a su afligida Laura, quien lo ha seguido fielmente desde entonces.

Después de acompañar a mi llorada amiga hasta su última Morada, abandoné inmediatamente (aunque la noche estaba avanzada) la odiosa Aldea en la que había muerto y en la que habían expirado mi Esposo y Augustus. No había caminado un largo trecho cuando pasó por mi lado un Coche de Postas, en cuyo interior tomé asiento en seguida, decidida a continuar mi camino hasta Edimburgo, lugar donde confiaba en encontrar a algún Amigo piadoso que pudiera recibirme y consolarme de mis Aflicciones.

La oscuridad era tan grande que, al entrar en el Coche, no pude distinguir el Número de sus Ocupantes. Sólo pude percibir que eran Muchos. En cualquier caso, ajena a su presencia, me entregué a mis tristes Reflexiones. El Silencio era la nota dominante, un Silencio sólo roto por los profundos y sonoros ronquidos de un miembro de la Compañía.

Jane Austen - Amor y AmistadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora