Decimotercera Carta

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Laura

continuación

Habían pasado casi dos Horas desde su marcha, sin que Macdonald o Graham hubiesen sospechado nada del asunto. Y esto ni siquiera hubiera llegado a suceder de no haber sido por un pequeño Accidente. Un día en que Sophia, con su propio juego de llaves, abrió un Cajón privado de la Biblioteca de Macdonald, descubrió que era ése el Lugar donde guardaba sus Documentos importantes, entre ellos algunos billetes de banco de gran valor. Sophia me hizo partícipe de aquel descubrimiento y, después de acordar ambas que privar a un vil Canalla como Macdonald de su dinero, quizá ganado deshonestamente, sería un acto de justicia, decidimos que la próxima vez que alguna de las dos pasara por allí tomaría un billete o dos del cajón. Más de una vez habíamos llevado a cabo este plan tan bien trazado; pero, ¡ay!, el mismo día de la escapada de Janetta, mientras Sophia se dedicaba a trasvasar elegantemente un billete de cinco libras del Cajón a su propio monedero, vio impertinentemente interrumpida esta tarea por la entrada, brusca y precipitada, del mismo Macdonald.

Sophia (que, a pesar de ser toda dulzura, podía, cuando la ocasión lo requería, hacer alarde de la Dignidad de su Sexo) adoptó inmediatamente una expresión amenazante y, lanzando una mirada enfadada al impertérrito Acusado, le preguntó de forma altiva:

-¿Por qué mi retiro se ha visto interrumpido de manera tan insolente?

El imperturbable Macdonald, sin intentar siquiera disculparse del crimen del que se le acusaba, se dedicó por el contrario a recriminar a Sophia por privarle de su dinero de forma tan innoble. Sophia se sintió herida en su dignidad.

-¡Canalla! -exclamó ella, volviendo a poner el Billete en el Cajón-. ¿Cómo te atreves a acusarme de un Acto cuya sola idea me hace sonrojar?

El ruin Canalla seguía sin convencerse y continuó recriminando a la justamente ofendida Sophia en un Lenguaje tan lamentable que, finalmente, la encantadora Dulzura de su Naturaleza se vio provocada en exceso y la indujo a vengarse de él, informándole de la Escapada de Janetta y de la Parte tan activa que ambas habíamos tomado en el Asunto. En aquel punto de la Disputa, entré en la Biblioteca y, como podrás imaginar, me sentí tan ofendida como Sophia ante las retorcidas Acusaciones del malevolente y despreciable Macdonald.

-¡Ruin Villano! -grité-. ¿Cómo se atreve a ensuciar la inmaculada reputación de tan Excelsa y brillante mujer? ¿Y por qué no sospecha igualmente de mi inocencia?

-Tranquilícese a ese respecto, Señora -replicó él-, y permítame que le diga que sí sospecho y que, por lo tanto, deseo que ambas abandonen esta Casa en menos de media hora.

-Lo haremos encantadas -contestó Sophia-. Hace mucho tiempo que nuestros corazones sienten un gran odio por vos, y nada salvo nuestra amistad por vuestra Hija nos ha retenido tanto tiempo bajo vuestro techo.

-Su amistad por mi Hija se ha visto enormemente ejemplificada, al haberla arrojado en los brazos de un vulgar Cazadotes -replicó él.

-Sí -exclamé yo-, entre tantas desgracias, pensar que por medio de este acto de Amistad hacia Janetta, no tenemos ya ninguna obligación con su padre, nos proporcionará sin duda cierto consuelo.

-No dudo que para sus Mentes Elevadas, éste sea un pensamiento muy gratificante -dijo él.

Tan pronto como empacamos nuestro guardarropa y nuestros objetos de valor, abandonamos Macdonald Hall. Después de caminar una milla y media, nos sentamos junto a la orilla de un claro y límpido arroyo para refrescar nuestros miembros agotados. El lugar se prestaba a la meditación. Un bosque de grandes Olmos nos protegía del Este. Un Lecho de grandes Ortigas, del Oeste. Ante nosotras corría el arroyo susurrante y a nuestra espalda transcurría la carretera. Nuestro estado de ánimo se inclinaba a la contemplación y a disfrutar de la belleza del lugar. El Silencio que reinó entre nosotras por algún tiempo se rompió por fin cuando exclamé:

Jane Austen - Amor y AmistadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora