Décima Carta

652 47 0
                                    

Laura

continuación

Una vez algo repuestos de las abrumadoras Efusiones de nuestra Pena, Edward expresó su deseo de que nos detuviéramos a pensar cuál era el paso más prudente que, en nuestra desdichada situación, podíamos tomar, mientras él ayudaba a su encarcelado amigo a lamentarse sobre sus desgracias. Después de prometerle que lo haríamos, se dirigió a la Ciudad. Durante su Ausencia, nos dedicamos a cumplir fielmente con su Deseo y, tras un exhaustivo ejercicio de Deliberación, finalmente acordamos que lo mejor sería abandonar la Casa, en la cual se esperaba la llegada de los Oficiales de la justicia en cualquier momento, con el fin de tomar posesión de ella.

Llenas de gran impaciencia, esperamos por tanto la llegada de Edward, con la idea de hacerle partícipe del resultado de nuestras Deliberaciones. Pero ningún Edward hizo su aparición. En vano contamos los tediosos Momentos de Ausencia; en vano lloramos; en vano, incluso, suspiramos... ningún Edward volvió. Fue éste un Golpe demasiado cruel, demasiado inesperado para nuestra Tierna Sensibilidad. No pudiendo soportarlo, sólo pudimos desmayarnos. Por último, haciendo acopio de toda la Resolución de la que fui Capaz, me levanté y, tras empacar lo mínimo imprescindible para Sophia y para mí, la arrastré hasta el Coche que había enviado llamar y nos dirigimos en seguida hacia Londres.

Como la Residencia de Edward estaba a unas doce millas de la Ciudad, no tardamos mucho en llegar y, en cuanto entramos en Holbourn, bajando una de las Ventanillas del Coche, comencé a preguntar a toda Persona de aspecto decente que nos cruzábamos si había visto a mi Edward.

No obstante, como quiera que el Coche iba demasiado deprisa para escuchar las respuestas que mi permanente Pregunta recibía, la información que obtuve sobre su paradero fue muy pequeña o prácticamente nula.

-¿A dónde voy? -preguntó el Cochero.

-A Newgate, Amable Joven -repliqué yo-, a ver a Augustus.

-¡Oh, no, no! -exclamó Sophia-. No puedo ir a Newgate. No podría soportar la visión de mi Augustus en tan cruel confinamiento. Mis sentimientos ya han sido fuertemente golpeados por el recital de su Desgracia, pero contemplarla sería una impresión demasiado abrumadora para mi Sensibilidad.

Como entendí perfectamente la justicia de sus Sentimientos, el Cochero se dirigió de nuevo hacia el Campo.

Es posible, Queridísima Marianne, que estés un poco sorprendida de que, después de los Sufrimientos que había padecido, privada de cualquier tipo de apoyo y desprovista de una Residencia, ni una sola vez recordara a mi Padre y a mi Madre, o pensara en mi Casa Rústica del Valle de Uske. Para que comprendas este aparente olvido, debo informarte de una Circunstancia sin importancia que está relacionada con ellos y que no he mencionado hasta ahora. La circunstancia aludida es la muerte de mis Padres, acaecida pocas semanas después de mi Marcha. A su muerte, me convertí en la legítima Heredera de su Casa y de su Fortuna. Pero, ¡ay!, la Casa nunca les había pertenecido y su Fortuna era sólo usufructuaria. ¡Tal es la Depravación del Mundo! Hubiera vuelto contenta al lado de tu Madre, llevando conmigo a la Encantadora Sophia; hubiera sido maravilloso pasar el resto de mi Vida en la querida Compañía de ambas en el Valle de Uske, si no fuera porque un obstáculo se interpuso en la ejecución de tan agradable Plan: el Matrimonio de tu Madre y su Partida a un lugar Remoto de Irlanda.

Adeiu.

LAURA

Jane Austen - Amor y AmistadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora