Nygmobblepot Parte 1

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La noche acechaba a la ciudad, sumiéndola lentamente en una densa oscuridad. Las farolas comenzaron a emitir una débil luz amarillenta sobre los adoquines de las aceras aún humedecidas por la repentina lluvia mañanera, el clima invernal ayudaba a que no fuese fácil que se secaran. Las carreteras estaban colapsadas por lo coches de regreso a casa, algunos de los conductores con menos paciencia molestaban demasiado con las crepitantes bocinas. En cambio, las calles estaban casi desiertas, los vagabundos y delincuentes merodeaban entre los callejones, algunos tan sólo buscando un lugar donde pasar la noche, otros en cambio buscando victimas que asaltar para robarles los objetos de valor.

Esa misma noche, el candidato a la presidencia Oswald Cobblepot aún se encontraba en la sala de juntas, sumido en un interminable enjambre de papeleo que parecía no tener fin. Hacía ya bastante que el servicio de limpieza había abandonado el edificio, dejando pendiente la habitación dónde se encontraba. El silencio de la sala se rompió a causa de un gran estrepito de cristales rotos que provenían de la sala contigua. Alarmado por el estruendo, Oswald dejó los papeles que tenía en las manos sobre el escritorio, agarró con fuerza su bastón y se dispuso a salir de la sala donde estaba. No tenía miedo de que alguna pobre alma se hubiese colado, sabía defenderse y no dudaría en matar a un intruso.

Frente a la puerta de la habitación de donde provenía el ruido, la abrió intentando hacer el mínimo sonido posible, pese a ello la puerta rechinó y la maldijo en silencio. Le echó un vistazo a la sala. Nada. No había nadie o era muy hábil para esconderse en un lugar donde apenas había mobiliario. Volvió a cerrar la puerta, quedándose de nuevo en el largo y oscuro pasillo, alumbrado sólo por el tenue reflejo de las ventanas salpicadas por las gotas de lluvia. Atravesó el pasillo, dejando atrás la sala de juntas dónde había estado sumergido en el papeleo electoral, hasta llegar a la entrada del edificio. Las puertas estaban cerradas, tal y como las había dejado los de la limpieza, tampoco se veía nada fuera de lugar por allí, así que decidió que ya era hora de dejar el trabajo y concluir el día, se sentía realmente exhausto mientras esperaba en la entrada a que Edward llegara con el coche para regresar junto a él a la mansión.

La tenue llovizna comenzó de nuevo mientras esperaba en la entrada principal del edificio. Se agarró la solapa del abrigo y se refugió más en él a causa de la helada brisa que acompañaba a la lluvia, luego dejó caer parte de su peso sobre el bastón, ya que, con el frío la herida en su pierna dolía el doble, sentía las punzadas de dolor recorrerle el cuerpo. Un recordatorio constante de lo que vivió, donde comenzó todo.

La lluvia cada vez era más intensa, hasta el punto de que, aunque estuviese resguardado, estaba comenzando a mojarse los zapatos. A pesar del sonido de la lluvia, consiguió distinguir otro sonido a su alrededor, unas pisadas, seguramente se trataría del causante de la ventana rota en la habitación contigua a donde él se encontraba. Apretó su agarré en el bastón, esperando paciente, sin demostrar pizca alguna de miedo o de que sabía perfectamente que estaba oyendo cómo esa persona se acercaba lentamente a él.

Cuando sintió a esa persona lo suficientemente cerca de él, se giró con rapidez con su bastón en alto para asestarle un golpe en la cabeza que, seguramente no lo mataría, pero si lo dejaría noqueado. A pesar de la rapidez empleada y la destreza en el ataque, su oponente fue mucho más diestro que él, sintiendo un fuerte dolor de cabeza mientras todo a su alrededor se sumía en una dulce y absoluta oscuridad.

****

Era la sexta vez que Edward Nygma daba un bocinazo, desesperado por el insufrible embotellamiento donde estaba metido. Sabía que esa era la hora en la que la mayoría de la gente salía de sus trabajos para volver a casa, así que era perfectamente normal que hubiese algo de atasco, pero no de tal envergadura. Aquello debía de tratarse de un accidente o un suicidio, la carretera por la que circulaba pasaba por debajo de un puente, y no sería la primera vez en la que un alma en desgracia se tiraba del pico más alto del puente hacia la carretera. Con suerte caían directamente al pavimento, otras caían sobre otros coches, causando un accidente más fuerte o incluso la muerte del conductor en casos extremos. A medida que avanzaba divisó que la causa del embotellamiento era por un choque de dos coches en un cruce.

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