Capítulo Nueve

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 Amanda


Estoy acostada en mi cama con la música de Imagine Dragons de fondo, cuando escucho un toque en mi puerta. Mamá, vestida aún con su uniforme, asoma su cabeza dentro de mi habitación.
—Hola, mamá.
—Hola, muñeca. ¿Cómo te fue en la escuela hoy?
—Definitivamente mejor que ayer. La mayoría de las clases están aún algo atrasada. Eso significa vacaciones mentales para mí. —Sonrío.
Mamá suelta una corta carcajada.
—Suertuda, tú. ¿No?
—Oh, sí.
Nos quedamos en silencio por unos segundos.
—¿Ningún ataque de pánico?
Me tenso un poco.
—No. Fue un día tranquilo.
—La tía Maggie llamó. Me comentó que la visitaste.
Por alguna razón, la tensión de mi cuerpo aumenta hasta hacerse incómoda. Trato de aligerar el ambiente, esperando atravesar esta conversación lo más rápido posible.
—Sí. Sigue igual de sinvergüenza.
Asiente y comienza a pasearse por la habitación.
—Está preocupada por ti —dice mientras arrastra la silla del escritorio hasta ubicarla frente a mí—. Estuve hablando un rato con ella.
Suelto un suspiro. Temía que esto pasara.
—Estoy bien, mamá. Solo acostumbrándome a la nueva escuela.
—Amanda. Sé que no quieres hablar del pasado, y lo respeto. Pero no me aísles de tu presente también.
Bajo la mirada. Le pedí mil veces a Maggie que dejara pasar el interludio con Milan. Debí esperar que se lo contara a mamá. Y ahora ella quiere hablar. A estas alturas debería saber que no soy buena expresando mis sentimientos. No es que no quiera. No sé hacerlo. Tengo la sensación de que si hablo de ellos, les doy más importancia de la que merecen.
—¿Qué te dijo Maggie? —pregunto con resignación y temor.
—Me comentó que pasaron un rato agradable con Cassie. Y que todo cambió con la llegada de su nieto, que casualmente tiene la misma descripción física que el chico que estaba esperando fuera de la enfermería ayer. —Finaliza con dureza.
Respiro profundo. Milan. Paso mis dedos por mis labios sin poder evitarlo.
—Eso es porque es el mismo —digo, tratando de borrar el recuerdo de su beso de mi mente.
Entrecierra los ojos.
—¿Él fue el que provocó el ataque de pánico? —pregunta con un dejo de amenaza.
—Sí. —Sin alzar la mirada, continuo—: Me besó.
En el silencio que sigue a mis palabras escucho mi teléfono sonar con una notificación. Por un segundo contemplo usarlo como excusa para terminar esta conversación, pero sé que no es justo para ella.
No sé por qué no le cuento toda la verdad. Creo que es porque ya lo perdoné. Quiero pensar que no lo quiero cerca, aunque no me puedo engañar. A pesar de todo, quiero olvidar lo que pasó en ese gimnasio. Sus palabras cuando estábamos en la recepción del asilo me parecieron sinceras. Lo perdoné, por lo tanto, no lo voy a contar.  
—Te besó. —Mamá suena sorprendida—. Tienes que darme más detalles, Amanda.
¿Cómo detallas el mejor y peor momento de tu vida? Tu único beso. Esto se está poniendo cada vez más difícil. El recuerdo de su expresión antes de caminar a la salida con Cassie inunda mi mente. Su semblante era de total tormento y anhelo. Pero en mi mente no cabe la posibilidad de que yo pueda provocar esos sentimientos. Solo soy yo. Toda ropa masculina y mala actitud.
Por otro lado, ¿cómo es posible que desee a quien representa la masculinidad en todo su esplendor? Tengo que ser realista. Milan es un hombre. Su cuerpo es alto y aunque es delgado, su espalda y brazos demuestran el fruto de su trabajo. Y seguro tiene una polla. Entonces, ¿cómo es que me estremezco cada vez que recuerdo su beso? ¿Cómo es posible que su mirada me provoque escalofríos? ¿Qué hago para evitar que su sola presencia me afecte?
Escucho el carraspeo de mamá y regreso a la realidad.
—¿Y bien?
Sacudiendo mi cabeza, trato de recordar qué se supone debo decir.
—Yo... Ok. Cuando estaba en la escuela, su grupo empezó a burlarse de mí. —Mamá se levanta de un salto y empieza a pasear de ida y vuelta por mi habitación—. Milan me besó para comprobar si de verdad era una chica. Creo que su cercanía me provocó el ataque.
—Hijo de puta. Llamaré mañana al director escolar. O mejor, iré a patearle el culo yo misma.
—¡No! Mamá, por favor tranquilízate. —Me levanto y la detengo—. Ya se disculpó. No hay nada más que hablar. Además, ¿cómo diablos iba a saber que estaba besando a una persona rota? Ayer me dijiste que estaba fuera de la enfermería. Estaba preocupado. No quiso herirme, o al menos no de la manera en que lo hizo.  
—No eres una persona rota —dice con rabia.
Jesús, dame paciencia.
—Lo sé, mamá. Solo fue una forma de decir que no soy como las demás. Probablemente otra chica le hubiese devuelto el beso.
Sigue paseándose como león enjaulado.
—¿Cómo sabes que no lo hará de nuevo? Es mi deber defenderte.
—Basta, mamá. Hablo en serio. Ya Milan se disculpó y me va a dejar en paz. No hay más que hablar del asunto.
Mientas nos quedamos mirándonos fijamente, los ojos de mamá comienzan a aguarse.
—Está bien, Amanda. Al menos esta vez dijiste algo más que el clásico "no estoy lista".
Doy un paso atrás. Su amargura me lastima, pero sé que ha escuchado esas palabras una y otra vez desde mi infierno. Sin siquiera una segunda mirada, camina hacia la puerta.
—No era malo —digo con brusquedad.
Se detiene con la mano en el picaporte. Suspiro y me concentro en profundizar mi respiración. Mis rodillas tiemblan, pero me mantengo en pie.
—Al principio, cuando te fuiste, nos llevábamos bien. —Trago el nudo que se forma en mi garganta—. Me ayudaba con la tarea, me hacía comida, lavaba mi ropa y hasta iba a las reuniones escolares. Nunca se sobrepasó conmigo. Nunca me tocó. Y si lo hacía, era de manera respetuosa. Aún cuando todo comenzó... Nunca me tocó.
Escucho su sollozo mientras retengo el mío. Es por esto que no hablo del pasado. Siempre lastima, deja destrozos.
—Nunca imagine que fuera capaz...
—Lo sé —corto—. Creo que es todo lo que puedo manejar hoy. Lo siento. No puedo hablar más.
Da la vuelta y se acerca a mí. Me abraza estrechamente y acaricia mi cabello con ternura.
—Es suficiente. Gracias, Amanda.
Con un último apretón, sale de mi habitación con la cabeza gacha.
Soltando un suspiro me acuesto en mi cama. Mi cuerpo duele como si el esfuerzo hecho hubiese sido físico. Parte de mí siente cierto alivio. Admitir que hubo un tiempo en el que Joe no fue malo es físicamente doloroso. Solo pensar su nombre me provoca nauseas.
Busco mi celular hasta encontrarlo envuelto entre mis sabanas. En cuanto lo desbloqueo, se me cae de nuevo por la impresión.
Solicitud de amistad de Milan York.
No puedo procesar todos los sentimientos que inundan mi cuerpo. Por un pequeño momento siento una emoción ya conocida apoderarse de mí. La satisfacción de saber que piensa en mí, la emoción por saber un poco más de él, el anhelo de estar entre sus brazos, protegida. Sin embargo, antes de sobre-analizar todo, aplasto toda emoción bajo el coraje.
¿Es idiota?
No puedo creerlo. ¿Qué pretende? ¿Por qué lo hace? Solo le pedí que se alejara de mí, que me ignorase, y hace exactamente lo contrario.
Idiota.
Sin poder evitarlo, toco el icono de mensajería privada y le escribo.
Yo: ¿En serio? ¿Te pido que te alejes y lo primero que haces es enviarme una solicitud de amistad?
Espero su respuesta con impaciencia. Dejo el teléfono en la cama y comienzo a pasear como mamá hizo minutos antes. Demons, de Imagine Dragons, se reproduce en el altavoz portátil. Voy a mi escritorio y abro mi laptop. Busco en el navegador la página de Facebook e introduzco mi usuario y clave.
Una vez dentro, busco el perfil de Milan.
¿Por qué tiene que ser tan lindo?
Su foto de perfil lo muestra con el rostro inclinado hacia la derecha. Su cabello está parcialmente oculto bajo un gorro, dejando la parte de su flequillo libre. Sus ojos grises bajo unas cejas masculinas. Su nariz es recta y atractiva. Pero lo que no puedo dejar de mirar son sus labios. En la foto están entreabiertos, haciéndolos totalmente comibles. No quiero desearlo. Pero lo hago. Quiero esos labios sobre los mío de nuevo.
Una notificación me saca de mi ensoñación. Milan contestó.
Milan: Creo q sí.
Quiero gritar. ¿Por qué tiene que ser tan imposible?
Yo: ¿Crees?
Milan: Ya te lo dije. No puedo alejarme.
Suelto un grito de frustración sin poder evitarlo. Me levanto y doy un par de vueltas por mi habitación. Como el coraje no baja de nivel, me siento en mi escritorio de nuevo y ataco el teclado. Para colmo, In The End de Linkin Park se reproduce, ambientando de manera correcta.
Yo: ¿POR QUÉ NO?
Milan: ¿Si estas usando mayúsculas es porque estás gritando?
¡Oh, joder!
Yo: ¡Síííííí!
Milan: Vale. No grites, no te puedo escuchar. Si quieres mañana me gritas todo lo que quieras.
Está tratando de ser gracioso. No va a funcionar amigo. Amanda está muy enojada. Y más le molesta que no responda sus preguntas.
Yo: No me has contestado...
Milan: Lo sé. No sé qué decirte. No puedo alejarme. Y aunque pudiera, no quiero.
No quiero sentir esta emoción. Milan es peligroso para mí. No quiero tener ningún sentimiento hacia él. Pero no sé cómo hacer que se aleje. No quiero caer en ninguna trampa. Y aunque hace un rato le aseguré a mamá que no lo haría de nuevo, no lo conozco lo suficiente para arriesgarme.
Yo: Mantente alejado de mí.
No contesta durante unos minutos. Estoy a punto de cerrar sesión cuando aparece un nuevo mensaje.
Milan: ¿Sabías que las camisetas fueron inventadas para los hombres solteros porque ellos no sabían coser botones?
¿Qué mierda?
Yo: No lo sabía.
Milan: Yo tampoco. Lo acabo de leer en Google. Ahora entiendo porque me gustan tanto. No sé nada sobre coser. 
Sin poder evitarlo, sonrío. Es tonto. No debería contestarle, pero lo hago sin remedio.
Yo: ¿Y me lo estás diciendo por...?
Milan: Para hacerte sonreír.
Me quedo quieta mientras leo una y otra vez sus palabras.
¿Qué está haciendo?
¿Acaso esto es un juego para él? Ruego por que no sea así. Mi corazón se está involucrando sin que pueda hacer nada al respecto.
Mi laptop suena cuando llega un nuevo mensaje.
Milan: Entonces... ¿lo logré?
Yo: ¿Lograr qué?
Milan: Sacarte una sonrisa.
Es mi turno de hacer mella en él.
Yo: No lo sabrás jamás.
Milan: Eso lo veremos :) Hasta mañana Charlie. Sueña conmigo.
Cierro la laptop sin contestarle. Lo que sea que esté planeando, tengo que prepararme para no darle la satisfacción de humillarme de nuevo.

Amanda MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora