Capítulo Dos

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Milan

Nunca antes en mi vida había sentido tanto por el simple hecho de sentarme en mi silla de la clase de matemática. Aun dejando caer mi peso con suavidad, un latigazo de dolor sube por mi espina dorsal.

Maldita sea, la Charlie.

El día va de mal en peor y solo acaba de empezar. Y por desgracia, no veo una tregua a la vista. No sé qué carajos ocurrió esta mañana. Nunca me habían plantado cara como lo hizo Charlie. Mucho menos haberme puesto literalmente de rodillas.

Charlie.

Obviamente no es su nombre, pero en su top estaba impresa una foto de Charlie Chaplin, así que lo usé a mi favor. Y su cara cuando la llame así valió totalmente la pena.

—Joder, Milan. ¿Qué mierda pasó allí? ¿Estás bien?

Mi mejor amigo, Derek, se deja caer en la silla vecina.

—Estoy perfecto —digo apretando los dientes.

—Si, perfecto y con las bolas de corbata. ¿Por qué carajos besaste al marimacho?

¿Por qué la besé? Porque es hermosa. Debajo de toda esa ropa holgada y masculina hay una mujer luchando por salir. Pero no puedo decir eso sin parecer un perdedor, así que activo mi personalidad triple imbécil y digo:

—Para joderla. ¿No viste la cara de pánico que puso cuando me acerqué?

Derek menea la cabeza con incredulidad.

—No, hermano. Estaba concentrado en tu humillación. Hombre, te puso de rodillas de dolor. Es la primera vez que te veo perder un enfrentamiento, y de rodillas.

—¿Puedes parar de decir "de rodillas"? De rodillas va a terminar la joyita esa cuando termine con ella. Nadie me humilla así frente a toda la escuela y sale bien parado.

Derek empieza a carcajearse con el puño en la boca.

—Hermano, la escuela entera está hablando de eso. Pero déjame aclararte, sé que quieres venganza, pero aunque le des un rodillazo, no creo que surja el mismo efecto. Puede ser marimacho, pero no tiene bolas.

Como si no lo supiera. Lo que tiene son unas curvas de infarto. ¡Para, Milan! No quiero pensar en lo que hay bajo su ropa de marimacho. Quiero ponerla en su lugar.

—Cincuenta pavos a que estará de rodillas pidiendo misericordia para cuando termine la tarde.

Eso calla las carcajadas de Derek. Siempre atento a una buena apuesta.

—¿Qué piensas hacer?

—Déjame los detalles a mí. Tú solo apuesta. ¿O tienes miedo de perder?

—Por supuesto que no. —Extiende la mano para sellar el trato—. Cincuenta pavos a que estará de rodillas para cuando termine la tarde.

Tomo su mano y le doy un apretón.

—Hecho.

***

Encuentro a Rebeca recostada en mi casillero cuando voy a cambiar mis libros. No esperaba otra cosa. Rebeca y yo llevamos un juego de volver y dejarnos desde hace unos seis meses. No la soporto la mayoría de las veces, pero como todo en mi vida, estar con ella es controlado por mi padre. Además de que hace unas mamadas espectaculares.

—Milan nene, escuché lo que pasó. —Desliza su mano por mi pecho, hasta enganchar su dedo índice en la pernera de mi pantalón—. ¿Necesitas que te de cariño?

Me alejo de su toque y abro mi casillero.

—Ahora no Beca. Quizás en la noche te llame.

Apoya su hombro en el casillero de al lado y me mira seductoramente mientras cambio mis libros.

—Creo que es hora de volver.

Esa declaración me para en seco.

—¿O sí? ¿Y eso por qué?

—No sé. Te extraño, sabes.

No le creo. Nada.

—No estoy seguro Beca. Creo que estamos bien así.

Sus ojos se entrecierran mientras estudia mi rostro.

—¿La marimacho nueva tiene algo que ver? Escuché que la besaste. ¿Es que te vas a juntar con ella?

Pongo los ojos en blanco y le doy la espalda.

—Charlie no tiene nada que ver. Solo estoy cansado de esto. Además, no me gusta que folles al equipo de football mientras estás conmigo.

Se para en frente de mí y se abraza a mi cuello. Cuando bajo la mirada está haciendo pucheros.

—No seas celoso, nene. Sabes que me voy a casar contigo. Solo estoy disfrutando mientras pueda.

Esa declaración me da escalofríos. No quiero casarme con Rebeca, aunque sean los planes de nuestros padres. Llevo su espalda a la pared y apoyo mis brazos encima de su cabeza. Nuestras narices están a centímetros mientras la miro fijamente.

—Déjame decirte algo, Rebeca. No importa cuánta presión reciba de mi padre, nunca me voy a casar por obligación. Mucho menos contigo. Así que no repitas esa declaración nunca. ¿Lo nuestro? No son más que folladas ocasionales. No lo confundas con nada más. Y no trates de obligarme, porque sabes que no llevo bien la correa.

Sus ojos destellan con ira.

—Ahora déjame a decirte algo, Milan nene. No importa cuánto luches, tú eres mío. Y te vas a casar conmigo. Disfruta mientras puedas, porque cuando nos casemos, le arrancare los ojos a cualquiera que se atreva a mirarte.

Me alejo de ella con furia. No tengo tiempo para esto. Tengo una apuestaque ganar, y para eso,tengo que encontrar a Charlie.

Amanda MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora