Capítulo Diez

177 21 21
                                        

Milan


Abro los ojos despacio mirando hacia la claridad. Dormí toda la noche. No me lo creo. Fue hace mucho que pude dormir una noche entera de un solo tirón. Me siento descansado y con mucho ánimo. Pero sobre todo, siento el buen humor filtrarse por mi cuerpo y reacciono con una enorme y boba sonrisa. Solo existe una razón.

Amanda mía.

La única que saca mi cavernícola interior. Vuelvo a rememorar la pasada noche. Jamás imaginé que Charlie me escribiría y aunque la conversación no fue la más larga o grata, tengo el presentimiento de que es un gran paso en la dirección correcta. Y ella puede negarlo cuanto quiera, pero estoy seguro que la hice sonreír.

Aparentemente también saca mi peluche interior. Porque la ternura que me provoca no es algo que haya sentido antes. La quiero para mi. Quisiera tener la libertad de abrazarla, tomarla de la mano, besarla. Y solo así, quiero estar con ella ahora. Con ansias por llegar a la escuela y verla, me levanto y corro a la ducha. Tengo un gran reto por delante.

Hace reír a la chicas ha sido siempre mi don, un poco de coqueteo por aquí, un elogio por acá y ¡bam! Sonrisa para Milan. Siempre fue facilísimo, hasta Charlie.

Hacer sonreír a Charlie no es ciencia básica. Es más bien física cuántica universitaria. Casi imposible. Su mirada lleva una tristeza profunda y solo me provoca abrazarla y asegurarle que todo está bien. Que nadie le hará daño mientras esté conmigo. Que la protegeré con todo lo que tengo.

Saliendo de la ducha, cepillo mis dientes y arreglo mi cabello. Lamentablemente esta tan indomable como siempre así que renuncio con un suspiro y lo oculto parcialmente bajo mi gorro favorito. Busco por mi habitación la ropa y zapatos mientras tarareo Jet Pack Blues en voz baja.

Cogiendo mi mochila de mi escritorio, doy un barrido por mi habitación en busca de mis llaves. Una vez las encuentro, bajo con paso ligero hacia la cocina. Desbloqueo mi teléfono para buscar más "sabias que" en google. Tal vez me ayuden a sacar esa sonrisa. Estoy casi seguro que le saque una anoche. Fue una lástima no poder verla.

Todo el buen humor se esfuma en cuanto entro a la cocina.

Mamá está sentada en uno de los taburetes decorativos de la isla. Su cara está apoyada en el tope, justo al lado de un charco de vómito. Su ligero ronquido me asegura que está viva, pero es un completo desastre. Con cada resoplido que da, crea una burbuja en la masa pegajosa a su lado.

Dejando mi mochila en el suelo me acerco a ella en silencio. Su brazo derecho está extendido alrededor de una botella de ginebra, mientras el izquierdo se balancea sin vida desde su hombro.

El olor fétido inunda mis fosas nasales y hago un esfuerzo cósmico para aguantar mi propio vómito. Jamás imaginé que mamá caería tan bajo. Su inconsciencia me destroza el alma en mil pedazos.

Estoy pensando cual es la mejor la manera de despertarla cuando escucho pasos a mi espalda. Siento mi cuerpo tensarse y por instinto bloqueo la imagen de mamá borracha y desmayada a quien sea que entró en la cocina. No es que me sorprendo cuando echó un vistazo y veo a mi padre. Su mirada recorre a mamá con puro desprecio.

—Que asco, Elizabeth. Estas hecha un desastre. Que desagradable.

Mi madre, aún inconsciente, emite un eructo. Las náuseas me inundan cuando el olor se amplifica. Mi padre saca un pañuelo y tapa su nariz.

—Haz algo con ella. Esta noche tenemos una cena de negocios y lamentablemente debo llevarla. Llévala afuera y pégale la manguera si es necesario.

Amanda MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora