Capítulo Once

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Amanda

Imaginé muchas escenas al entrar a esta habitación y saber que era insonorizada. Ver a Milan caer sobre sus rodillas y manos no estaba en la lista. La visión era tan dolorosa que tuve un momento de pánico y mis pies apuntaron hacia la puerta. Lo único es que estaba familiarizada con esa clase de angustia. Tal vez por razones totalmente diferentes, pero angustia es angustia, en eso no hay diferencia alguna.

Sus sollozos eran desgarradores, roncos, nacidos desde lo mas profundo de su pecho, llenando la habitación. Me hacen pensar que de estar en otro tipo de habitación, estaríamos rodeados de maestros exigiendo saber por que el escándalo. Su cuerpo tiembla tanto que termina cayendo sobre su costado haciéndose un ovillo. Mi cuerpo tiembla reflejando el suyo. No sé porque me buscó a mí de todas las personas para desahogar su pena. Sea cual sea la razón, siento una incomprensible necesidad de consolarlo. Hacerle sentir bien. Darle tranquilidad.

Lo único malo es que no tengo idea de como hacerlo. Soy una paria social. No soy buena haciendo amigos, mucho menos consolándolos. No sé como comportarme en situaciones como esta.

Me estrujo la cabeza pensando que haría mi madre en una situación así. Decido seguir su ejemplo cuando yo caigo en mis momentos oscuros.

Me acerco lentamente a él. Deslizo mi espalda por la pared hasta estar sentada a centímetros de su cabeza. Mi mano tiembla cuando la extiendo a su pelo. Esta es la primera vez que tocare a un ser humano masculino por voluntad propia desde que tengo memoria. Tengo un momento de pánico cuando por fin entierro mi mano entre sus hebras, pero lo ignoro. Puedo hacer eso.

No es hasta que nuestras miradas se encuentran que me doy cuenta de mis propias lagrimas. Por unos segundos, solo somos Amanda y Milan. Dos seres rotos. Llenos de angustias y dolores que no deberíamos tener. Dos jóvenes buscando consuelo de situaciones que no deberían ser nuestra realidad.

Con lentitud Milan se acerca hasta poner su cabeza en mi regazo y envolver mi cintura con su brazo. Mi ataque de pánico vuelve a surgir con todo su poder. Pasan unos minutos y Milan sigue sollozando, pero no hace ningún otro movimiento. Me obligo a respirar de manera regular hasta que mantengo el pánico a raya. Paso mi mano por sus hebras chocolates, respirando profundo con cada pasada. Tiene el cabello sorprendentemente suave.

Según mi pánico va desapareciendo, sus sollozos también. No dejo de acariciarlo hasta que se calma por completo, y menos aún después de verlo caer en un sueño profundo.

Estoy sorprendida de que mis caricias hayan funcionado hasta el punto de dormirlo. Sus ojos reflejaban la clase de tormento que te sigue mas allá de la conciencia. Solo espero que al menos por un rato, pueda huir del dolor, aún cuando sé de primera mano, que te estará esperando pacientemente para cuando despiertes.

Su respiración me hace cosquilla en el estomago, pero no me muevo de donde estoy. No tengo idea de cuanto tiempo pasa. Puede que solo unos minutos, puede que horas. Aún así no dejo de acariciarlo. De alguna manera, su remanso de paz se convierte en la mía propia. Su respiración es profunda. Y por primera vez tengo la oportunidad de apreciar su belleza sin ser descubierta.

Sin su máscara de indiferencia ni su ceño habitual, Milan se ve tan dulce y vulnerable como niño. Su frente esta un poco fruncida a pesar de su sueño. Sus pestañas oscuras están húmedas por sus lagrimas, descansan en la cima de sus mejillas, en las cuales descubro unas pocas pecas. Me pregunto si sufrió del maldito acné de la adolescencia, pero algo me dices que alguien tan perfecto como él no sufre de esas enfermedades mundanas. Sus labios regordetes están separados mientras respira profundamente y me llevan a pensar en mi primer beso. ¿Sería muy malo besarlo? ¿Entraría en pánico aún siendo consensuado?

Amanda MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora