Carta 32a

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DE: JOAN
PARA: QUIEN QUIERA LEERLA

Siempre he admirado esa extraña capacidad que poseen algunas personas para evitar la culpa y tratar de arreglar una situación con un regalo.

Un sencillo y rápido ejemplo: las peleas de pareja.

Cuando una pareja de novios se pelea, el chico trata de hacer que la chica lo perdone escudándose detrás de un ramo de flores o de un maldito oso de felpa.

Uno más: cuando un alumno reprueba una materia, lleva a cabo una acción bastante interesante como última medida desesperada de salvar el semestre. El término adecuado para esto es algo conocido como "hacer la barba". O en palabras más sencillas: "regalarle al maestro un cumplido, una caja de chocolates, alguna invitación a comer, una botella de licor o una rápida mirada de tus piernas en el caso de las chicas".

Eso es justamente lo que tratan de hacer con nosotros. Están "haciéndole la barba a los chicos con cáncer". Creen que con eso van a recompensarnos por habernos dejado morir.

Pero, contrario a toda la ira que pude haber expresado con las anteriores palabras, no estoy enojado. No podría enojarme de aceptar un viaje todo pagado a la playa con mis mejores amigos durante una semana entera.

La última semana que pasaré con ellos antes de ir a casa y... bueno... morir.

No pensemos en eso por ahora, estábamos con el viaje.

La Doctora Sarah y Díaz llevaron nuestro caso ante los altos mandos del hospital y ellos a su vez lo presentaron al gobierno. Dijeron que era inaceptable y completamente mediocre que no hayan contado con el equipo y los medios suficientes para salvar a cuatro niños con cáncer. Pedían que se les entregaran mejores equipos y gente capacitada.

El gobierno, en respuesta, nos regaló un viaje a nosotros y un ejército de nuevos doctores con máquinas súper extrañas a ellos. Al menos salió algo bueno de todo esto.

El viaje era para nosotros cuatro y dos acompañantes. Papá se ofreció a cuidarnos y el hospital nos prestó una enfermera para que le ayudara un poco.

-Es increíble la cantidad de cosas que necesita una mujer- me quejé, mientras aplastaba con todas mis fuerzas la maleta de Laura.

-No seas quejoso, tú vas a llevar el tanque y eso es lo que más espacio ocupa.

-¡Pero lo necesito para respirar!

-¡Y yo necesito esas cosas para vestirme!- se rió.

-Con una playera y unos shorts era suficiente...

-¿Qué hay de la ropa interior?

Me quedé callado, con las mejillas ligeramente sonrojadas.

-Es práctico utilizar los calzoncillos por ambos lados.

-¡Que asco!- gritó ella, lanzándome una más de sus blusas.

Sonreí, pero un ligero suspiro se me escapó de los labios.

-¿Que pasa?

-Nada...- me quité la blusa de la cara- solo tengo un poco de miedo, a decir verdad.

-Si...- respondió- yo también. Pero no quiero pensar en eso, solo quiero disfrutar nuestros días juntos.

Laura se estiró hacia mí y me envolvió en un abrazo. Me puse rígido, eran pocas las ocasiones en las que ella me abrazada, de hecho esta era... la tercera, creo. No estaba acostumbrado a que alguien aparte de Olivia o mis padres me tocaran siquiera. Aún así, me relaje un poco, los abrazos de Laura eran cálidos.

-Bueno, ¿ya están listos?- papá entró a la habitación de pronto, seguido por Ismael apoyado en su bastón. A pesar de todo, él se mantenía reacio a aceptar sentarse en la silla de ruedas.

-¿La maleta cedió?- dijo Isma.

-Siento pena por ella, parece que explotará en cualquier momento- comenté.

Papá se rió.

-Ya está todo en el auto, Olivia ya está dentro también.

-Genial.

-¿Empacaste todo?

-Si.

-¿Seguro? ¿Cepillo de dientes?

-Ya va.

-¿Medicinas?

-Ya.

-¿Traje de baño? ¿Pijama? ¿Dinero?

-¡Ya va todo, papá!

-En ese caso... ¡en marcha!

Se colgó la maleta de Laura al hombro y comenzó a llevar la silla fuera de la habitación.

Lo seguí, pero me detuve a último momento a ver por última vez aquella recámara. Las cuatro camas en cada extremo, dos pequeñas televisiones, la ventana al fondo... era extraño salir por fin de ahí. Al final... mis mejores y peores experiencias fueron dentro de esas cuatro paredes blancas.

Sonreí y salí jalando mi oxigeno tras de mí, sabía que aquella era la última vez que pisaba un hospital.

FIN DE LA TRIGÉSIMO SEGUNDA CARTA.

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