Carta 26a

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DE: OLIVIA
PARA: QUIEN QUIERA LEERLA

Estaba soñando, soñando que iba a casa. En realidad solo había ido al hospital para una consulta y mi tomografía no había mostrado nada más aparte de un cuadro de estrés que tenía.

El cáncer nunca existió.

Volvería a la escuela, pero no a la escuela donde no había ningún rostro gentil que me sonriera, sino a la escuela donde sabía que me esperaban mis amigos; Ismael estudiando de última hora, Laura concentrada en un libro y Joan cabeceando junto a la ventana dando grandes bostezos.

Nadie enfermo.

Al regresar a casa, tomaría mi bicicleta y saldría a dar un paseo al atardecer, hasta que las piernas se me cansaran completamente y, al volver, mamá me esperaría para ver la televisión y quedarse dormida junto a mí, con los brazos cruzados y la cabeza recargada sobre mi hombro.

Todo era perfecto, todo estaba bien. Me sentía feliz, incluso por las cosas más pequeñas como el ruido provocado por él microondas al calentar la cena, o ese breve momento de estática al encender la TV, incluso por el mero hecho de saber que la bicicleta se encontraba afuera, recargada en la pared, lista para un día más.

Y entonces desperté...

Aún era de noche y mamá no estaba dormida a mi lado. El techo era blanco y no azul como el de mi habitación.

No vería a Laura e Ismael mañana en la escuela, porque estaban luchando aquí igual que yo. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Volteé ligeramente hacia la silueta que estaba en la cama a mi lado. Joan me miraba con los ojos abiertos.

-¿En qué piensas?- susurró.

Sonreí y me limpié la lágrima rápidamente.

-Hay una bicicleta color celeste recargada afuera de mi casa- respondí en un murmullo- tiene una canastilla al frente.

-¿Y es mala?

-No, ¿por qué?

-Porque te hace llorar.

La garganta se me cerró en un nudo, pero me aseguré de desatarlo.

-Es muy buena, es la mejor bicicleta que existe en la Tierra- volví la mirada hacia el techo- Dime Joan, ¿cuánto cuesta el aire que respiras?

Él se quedó en silencio unos instantes.

-Es caro- fue su respuesta.

-¿Y es malo?

-Sabe bien, ¿por qué?

-Porque se va cuando lo necesitas.

Hice las cobijas a un lado y me levanté de la cama. La habitación no estaba del todo oscura, así que podía ver hacia dónde iba. Llevaba el corazón en una mano y la pereza en la otra. Joan me seguía con la mirada. Rodeé su cama tentando ligeramente la orilla para no desviarme y cuando al fin llegué al otro extremo, me metí en ella.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó. Él no podía voltear, si lo hacía su oxígeno se desconectaría.

No contesté, más bien recargué la cabeza en su espalda cálida y pude escuchar los latidos de su corazón. Me gustó ese sonido.

-¿Crees que la mejor bicicleta del mundo pueda comprar ese aire caro?

FIN DE LA VIGÉSIMA SEXTA CARTA.

Cartas para Quien Quiera LeerlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora