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Extracto del diario de la maestra de Sara.

Lunes 6 de enero. Terminaron las vacaciones de Navidad. Ahora se inicia el segundo trimestre. El invierno es todavía muy crudo (...). Me costó trabajo reconocer a Sara. Su cabello está tan corto que parece un muchacho. Esto acentúa aún más el aspecto triste que tiene desde noviembre. ¿Habrán peleado sus padres? Debería preguntarle. Lo he intentado varias veces pero siempre me detiene un sentimiento extraño, la sensación de meterme en lo que no me importa. Además, ¿es realmente Sara la que está triste? Creo que más bien soy yo quien anda melancólica. Aunque ese corte de pelo... Lo tenía largo y tan bonito. Da la impresión de que quiso disfrazarse o verse fea.

Desde la madrugada, los camiones municipales echan sal sobre la calle helada. El ruido de los trastes despierta a Sara, quien abre los ojos y pasa de la noche al día como si no hubiera dormido. No ha soltado su muñeca desvestida y todavía la protege pegándola contra su cuerpo. Las frases de su madre resuenan en sus oídos pese a que las dijo antes de Navidad:
"¡Pero a tu edad...?"
"¡Una simple muñeca que no hace nada más que abrir y cerrar los ojos!"
"¡Es solo un capricho!"
"No cuentes conmigo. Yo tengo una hija de once años, no una bebé. Si tanto quieres una muñeca, ¡cómpratela tú!"

     Esa misma tarde, Sara entró en una tienda de juguetes y, sin prestar atención al gesto reprobatorio de la vendedora, escogió la muñeca menos expresiva y menos sofisticada: una muñeca que sólo abría y cerraba los ojos.

     Luego se dirigió al salón de belleza. Durante el champú, la empleada se quejó:

-¡Vamos, relájate y disfruta...!

     Luego le preguntó qué corte quería. Sara respondió con voz apagada:

-Muy corto, como un niño.

     La peinadora se burló:

-¿Ya te casaste de ser niña? Yo no me cambiaría por nada.
Su colega dijo con malicia:

-¡Yo conozco a algunos que se quejarían si lo hicieras!

     Sara no las escuchaba. Sólo se miraba en el espejo. Ni siquiera se inmutó cuando las tijeras empezaron a moverse. Estaba tan impasible como la muñeca que había puesto sobre sus rodillas frente al espejo.

     De regreso a casa, no se atrevió a abrir la puerta y tocó el timbre. Su madre emitió dos o tres sonidos inaudibles y luego le propinó una fuerte bofetada. Sara escapó a su recámara sin hacer caso a su padre, quien tímidamente la llamó, sumido en el sillón de la sala. De todas maneras, ¿qué iba a decirle? No sabía hablar con su hija. Era su mujer quien se ocupaba de eso, de hablar con ella y de los regalos de Navidad. Sin embargo, esta vez intentó protestar:

-¿Pero por qué...?

-¡Ay! ¡Por favor, déjame en paz!

     Mientras entre sus padres se producía un silencio incómodo, Sara recortaba en su recámara el cabello de la muñeca.

Por la ventana, Sara contempla los camiones. Los trabajadores, arropados con trajes anaranjados, arrojan sal sobre el suelo. La niña viste a su muñeca y la pone sobre la cama, luego baja a la cocina. Su madre le da un beso y le pregunta si durmió bien. Después aparece su padre, quien roza la mejilla de su hija con algo que parece un beso y desaparece en el corredor. Cada mañana se escabulle así, dejando a la madre y a la hija frente a frente.

-Ayer en la tarde llamó tu profesor de dibujo.

     Sara deja caer al suelo la rebanada de pan que embadurnaba con mermelada.

-¡Cómo eres torpe!

     Sara se acuclilla para limpiar la mermelada.

-Dice que está realmente muy contento contigo -prosigue su madre después de un suspiro-. Cree que tienes mucho talento.

     A pesar de que ya no hay mermelada en el piso, Sara sigue limpiando.

-¡Sara, ya está limpio!

     La niña se levanta.

-Me habló del concurso -continúa su madre.

     Sara tiene en la mano el trapo enrojecido con mermelada.

-No quiero participar -responde finalmente.

-¡Pero qué dices!, ¡tienes muchas oportunidades de ganar! Él ofreció ayudarte por las tardes. Te considera una hija. Eres muy afortunada.

     La mano de Sara se crispa sobre el trapo pegajoso.

-No quiero hacerlo.

-¡No me hagas enfadar! ¡Fuiste tú la que insistió para que te inscribiera en ese taller de dibujo y ahora, como siempre, quieres dejar a medias lo que empiezas! Ya me cansaste. Vas a participar en ese concurso, así que a partir del jueves tu profesor te esperará después de la escuela.

     Sara se da media vuelta y se mete a su recámara apretando todavía el trapo entre su mano mientras repite: "No quiero hacerlo". Con la mano que tiene libre toma la muñeca y clava sus ojos en los suyos durante mucho tiempo, hasta que sus lágrimas se secan.

Sara camina rumbo a la escuela. Su mochila llena de libros golpea contra su pierna. Durante la noche la temperatura bajó de repente y todo esta congelado. Desde lo alto del puente Sara ve que el agua del canal ya no corre. Cuando se siente triste, se refugia en un ensueño.

Pasea junto a la orilla del canal y a su lado atraca un barco, una cáscara de nuez coronada por una gran vela blanca. Ella sube a bordo y se aleja de la ciudad, que desaparece a lo lejos. La embarcación navega durante muchos días hasta que al final del río llega el sol. Sara atraviesa a la otra orilla, donde su abuela, radiante y serena, la espera, la estrecha y la consuela. Cuando Sara se tranquiliza, regresa a casa escondiendo en el fondo de su bolsillo un poco de polvo del astro que brilla sobre el agua detrás de ella.

     Pero hoy el sol desapareció. El canal se congeló. El cuerpo de la abuela de Sara descansa en un rincón oscuro del cementerio.

La niña del canal (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora