Sara no tiene que esperar ante la puerta del estudio, pues el profesor abre antes de que ella toque. Está febril.
-Llegas tarde, Sara...
Creyó que había llegado el día en que ella ya no regresaría. Pero ¿cómo podría no hacerlo si era culpa de ella? Desde el principio, a causa de los escalofríos que recorrían su cuerpo cuando el profesor hablaba detrás de su espalda. Su voz grave la arrullaba, le hacía cosquillas en los oídos. Ella se estremecía al sentir el roce de su mano corrigiéndole la posición de los dedos sobre el lápiz. Era ella quien sentía placer. El profesor no parecía turbado; sonreía y su sonrisa la tranquilizaba. Entonces ella permitía que esas sensaciones agradables la adormecieran. Un día, él quiso dibujarla. Le pidió que se quitara el suéter. Sara se ruborizó pues de pronto se sintió vulnerable, como si el profesor hubiera penetrado sin saberlo en lo más profundo de su jardín secreto y sólo en ese momento ella hubiera notado su presencia. Él adivinaría sus pensamientos y se burlaría. O, peor aún, se escandalizaría. Quizás hablaría con sus padres y su madre gritaría una vez más, Sara sabría, una vez más, que era cierto, que nunca debió haber nacido, y que todo lo que hacía y todo lo que era se lo recordaba en todo momento. Por eso Sara obedeció, para que pareciera que no tenía nada que esconder. Se quitó el suéter; debajo llevaba una camiseta.
-Cierra los ojos. Voy a dibujarte así.
Con cuidado el profesor alisó sus largos cabellos y los acomodó sobre sus hombros. La sensación era agradable, como cuando antes su madre se tomaba su tiempo para peinarla. El profesor hablaba pero Sara ya no escuchaba sus palabras, sólo su voz que la cubría y la transportaba. La niñita soñaba sin imágenes. Le hubiera gustado dormirse ahí, sobre ese viejo sillón. No supo en qué momento el profesor le desnudó el torso. Cuando se dio cuenta, él ya estaba dibujándola. Trató de encorvarse y de doblar los brazos sobre el pecho, pero entonces él gritó: "¡No te muevas!" Sara se quedó petrificada, como sólo una niña aterrorizada o que se siente culpable puede hacerlo. Suavizando la voz, el profesor añadió:
-¿Te molesta estar así frente a mí?
Sara tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas.
Aquella vez, el profesor no pidió más. No hacía falta. Ahora Sara estaba prisionera, sin necesidad de calabozo ni de puerta ni de cadenas. Estaba encerrada a cal y canto en el interior de sí misma.
Hoy, como aquel primer día, las cortinas del estudio están corridas. Por el tragaluz del techo se cuela un rayo luminoso.
-Déjame calentarte, mi pequeña musa.
El profesor desviste a Sara.
-Siéntate en el sillón.
Sara se sienta. Cierra los ojos. El profesor se para frente al caballete. Esboza algunos trazos sobre la tela y luego va hacia la niñita:
-Sara..., no quiero que nadie te haga daño...
La niña siente una intensa quemadura sobre cada lugar de su piel que tocan esos dedos nerviosos.
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La niña del canal (TERMINADO)
Short StoryDe un tiempo para acá, Sara actúa de manera extraña: llega tarde a clases, se cortó el cabello, como si quisiera disfrazarse, y su expresión se ha tornado triste. Su maestra lo ha notado, pero no sabe qué le está sucediendo. Quiere preguntarle, pero...