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En los cafés los clientes se defienden del invierno calentándose las manos con sus tazas. La maestra sale del consultorio médico. Esa mañana no fue a la escuela. No podía estar frente a Sara. Tenía que retirarse para sanar esa herida olvidada que se a vuelto a abrir, para sanar a esa niña cruelmente lastimada que lleva en su interior.

El miércoles, el tren la llevará a orillas del océano. Rentará un cuarto en un hotel desierto y se sentará sobre el acantilado, tan alto y tan cerca del vacío que se estremecerá. El viento cargado de llovizna azotará su rostro y quizás entonces su memoria pueda vaciarse. Mientras tanto, revisa los libros de su biblioteca y tira los que ya no quiere, antiguas novelas que ahora parecen engañosas.

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Sara dibuja, sentada detrás de los alumnos del curso preparatorio que aprender a leer. Como todavía no llega la nueva maestra, repartieron a sus alumnos en otros grupos.Con la cabeza inclinada y protegiendo su hoja con un brazo, Sara dibuja unos personajes sin ojos, otros sin manos y unos más sin boca.

A la hora del recreo, espera a que salgan los demás niños para salir. Cuando pasa cerca del basurero tira su almuerzo y luego se recarga contra el muro del patio. Se queda  inmóvil, esperando con los ojos fijos en las ventanas del departamento.

En la tarde, su madre se sorprende al verla sentada en el escritorio de su recámara, con la nariz metida en los cuadernos.

-¿No estudiaste con tu maestra?

Sara responde sin levantar la cabeza.

-Ya no está.

La madre mira la nuca rasurada de su hija; le recuerda lo que una boca pérfida le contó cuando era niña sobre su propia madre. Nunca se ha atrevido a hablar con nadie de esa revelación, ni de la vergüenza que sintió entonces, ni de la que siente aún.

-¿Ella...sigue en el cursillo?

Sara garrapatea algo sobre la hoja del cuaderno.

-No.

Un tic de molestia crispa los labios abiertos de su madre.

-¿Esta enferma?

-No.

La madre de Sara se enfurece.

-¿Me puedes decir qué está pasando?

-Ya no va a ir.

-¿Qué dices? ¿Quién se los dijo?

-Nadie.

-Pero, entonces...

-Ya no va a ir.

Harta, la madre se va de la recámara, mientras Sara sigue repitiendo:

-Ya no irá nunca, por mi culpa.

Pero solo la muñeca sentada sobre la cama, detrás de la niña, escucha esa confesión.

La niña del canal (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora