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La maestra camina recitando el texto de Sara: "El canal está congelado. La ciudad está muerta. Los niños lloran. El pintor los encerró en su cuadro". Al principio, cuando leyó esta frase no le prestó atención. Sara le había hablado de sus clases de pintura, pero no había hecho la conexión. No podía hacerla. Su tío había muerto hace mucho tiempo. No podía dejar que apareciera otra vez, ni siquiera bajo los rasgos de otro.

La maestra se detiene frente al estudio que anuncia el nombre sobre una placa de cobre. La puerta de entrada está mal cerrada. Entra sin hacer ruido. Desde el cuarto del fondo le llega una voz. Se acerca. Ahora distingue las palabras, palabras que ella también escuchó y que no habría querido escuchar nunca más. Abre la puerta.

El profesor se sobresalta y da media vuelta.

-¡Pero, qué pasa...!

Se esconde detrás del sillón en el que está sentada Sara. La niña no reacciona. No abre los ojos. Parece estar ausente. El pintor repite:

-Pero... qué...

Proyectada hacia su pasado, la maestra se inmoviliza. El profesor aprovecha para empujarla y atravesar el corredor, desapareciendo inmediatamente en la calle.

En el estudio, el tiempo se detuvo: sólo existen una mujer y una niña que ya no están separadas por una distancia de veinte años.


Lentamente, la maestra reúne las fuerzas necesarias para acercarse a Sara.

-Sara, ¿me escuchas?

La niña parece una escultura de cera.

-Sara, te lo suplico, respóndeme.

La maestra tiende hacia la pequeña una mano temblorosa, luego detiene su gesto. ¿Cómo tocar ese cuerpo desnudo sin que se haga pedazos? Con todo cuidado deposita la muñeca sobre las rodillas de Sara.

-Ella me habló... Y yo entendí...

La maestra llora.

-Voy a acercar mis manos a las tuyas, Sara.

Lo hace y añade:

-Si no puedes hablar, escúchame.

La niña todavía no reacciona. La maestra prosigue.

-Yo sé lo que has vivido, Sara.

La maestra acerca lo más posible sus manos a las de la alumna.

Entonces le dice lo que la niñita del cuarto de baño ignoró durante mucho tiempo:

-No le diste tu cuerpo en ningún momento. En ningún momento. Él te lo robó, Sara. Él te lo robó.

El silencio reina en el estudio, apenas interrumpido cuando la maestra repite: "Él te lo robó..." Entonces lentamente las manos de Sara toman las de la maestra.

La maestra ha puesto una sábana sobre los hombros de Sara. Arrodillada, mece a la niña que solloza suavemente, con su rostro contra el de la muñeca. Las lágrimas de la niña mojan las mejillas de plástico. La maestra tararea una melodía sin palabras. Luego calla para decir:

-Hay que avisar a tus padres, Sara, nadie te lastimará.

La niña insiste:

-No le diga a nadie.

-Es que no puedo callar, Sara.

La maestra quisiera añadir "No esta vez".

-La meterán a la cárcel - arguye Sara.

-¿A quien?

-A ella.

La niña señala a la muñeca.

-¿Por qué habrían de hacerlo?

-Porque le gustaba. Es su culpa. La castigarán.

Durante unos segundos la maestra se imagina a sí misma al borde del acantilado. Se pondrá frente al océano, frente al viento del mar, y gritará.

-¿Qué es lo que le gustaba, Sara?

Gritará con todas sus fuerzas, durante mucho tiempo.

-Su voz. Le hacía cosquillas.

-Ella tenía derecho a eso, Sara. Pero lo que ella sentía sólo era de ella. Él no tenía derecho de hacer nada. El castigo lo recibirá él, no ella.

Gritará hasta desgarrarse los pulmones para ahogar el ruido de las olas.


La niña del canal (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora