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Las noticias en el radio anunciaron un nuevo descenso en la temperatura. Mientras su padre baja rápidamente las escaleras, Sara trata de convencer a su madre:

-No quiero ir.

La madre reacciona con violencia: Sara escucha las palabras "caprichosa", "perezosa"... y rompe en llanto, haciendo aumentar el enojo de su madre.

-¡Siempre haces hasta lo imposible para mortificarme!

Se pone el impermeable y azota la puerta con furia mientras advierte:

-¡Llamaré para saber si fuiste!

     En la cocina reina el silencio. Sara permanece sentada en la mesa en la que todavía siguen los platos del desayuno; no hace un solo movimiento, tiene los ojos perdidos en el vacío. El teléfono suena varias veces pero ella no lo oye.

     De repente se levanta, entra al baño y se desviste. Dobla con cuidado el camisón que se acaba de quitar y lo pone encima de la lavadora. Luego se para debajo de la regadera y abre el grifo. El chorro de agua fría la hace estremecerse, pero resiste y no se mueve. Lentamente, el agua helada va anestesiando su cuerpo. Los sollozos interrumpen su respiración entrecortada. Cuando siente que los pulmones le van a estallar, cierra el grifo. Se viste sin secarse y sale de la casa. Va derecho al canal.

La niña se aleja de la orilla y empieza a avanzar sobre la superficie helada del canal. El hielo se va desquebrajando bajo su peso. Con los ojos cerrados Sara gime:

-Abuela... Abuela...

     Sigue avanzando, pero de pronto siente que la jalan hacia atrás. Alguien la toma por el hombro y la conduce a la orilla. Ahí la regaña:

-¡El hielo no está bastante sólido para jugar sobre él!

     Cuando ve las lágrimas en los ojos de la niña, se acuclilla. Pero Sara se zafa y escapa corriendo a lo largo del canal. Sube unas escaleras y vagabundea por las calles.

     Sin haberlo decidido, a la hora convenida se encuentra frente a la puerta del estudio de dibujo. Como siempre, espera antes de tocar. Como siempre, el profesor la ve desde la ventana. Teme que se vaya. O quizás lo espera.

-Entra, Sara...

     Atraviesan el corredor hasta la pieza del fondo. Sara se detiene cerca de un viejo sillón. El profesor le acaricia el rostro con la punta de los dedos mientras le habla. Cada artista tiene su musa; ella es la suya. Su historia es única. Los demás nunca lo entenderían.

     El profesor no para de hablar mientras desviste a Sara. Ella no dice nada: se sienta en el sillón y cierra los ojos.

La niña del canal (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora