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Viernes 17 de enero.

Mis padres estaban sentados en el sofá y yo ocupaba un puf a sus pies. De vez en cuando los espiaba por el espejo que adornaba la parte superior del trinchador. Estábamos viendo en la televisión una película sobre la vida de una reina. Todavía puedo ver las imágenes de la boda: ella tenía doce años y su padre la dio en matrimonio a un viejo soberano repugnante. Para la ocasión se organizó un inmenso banquete. Los comensales comían de los platos con las manos y tenían las bocas grasosas. Fieles sirvientes llenaban los vasos cuando se vaciaban. Las risas estallaban en todas direcciones. Los hombres abandonaban el espectáculo de los malabaristas por los generosos escotes de las mujeres. En su asiento, la nueva reina estaba encogida, minúscula, aterrorizada. No podía comer. Después del banquete, el rey la tomó por el brazo. Ella llevaba un largo vestido blanco, adornado con miles de perlas brillantes. Confié en que su vestido de haga la protegería y le permitiría desaparecer en el último momento. Los invitados formaron un cortejo que los acompañó hasta dos grandes puertas de madera que abrieron unos guardias. Una cama con un baldaquín ocupaba el centro de la recámara: era como una guillotina sobre un cadalso. La madre de la pequeña reina se inclinó hacia ella y murmuró a su oído: "Así es como una se hace mujer..." El rey condujo a la niña hasta la cama. Los guardias cerraron las puertas tal como unos días antes mi tío cerró la puerta del baño. Me dieron náuseas y devolví un vómito agrio que conservé en la boca. Miré a mis padres por el espejo. En sus rostros no había menor gesto de reprobación, nada. Eso significaba que la prueba que yo sufrí era una iniciación secreta a la que ninguna niña escapaba. Nadie hablaba de ello. Había que callarse. Tragué lo que mi cuerpo intentó escupir.

Mañana escribiré todo eso en las páginas de este cuaderno.

La niña del canal (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora