La vieja campana resonó con fuerza a las 2 en punto. El muchacho tomó sus cosas con rapidez y salió disparado del aula, ansioso por llegar a casa, tenía toda aquella tarde de viernes planeada, como siempre, y no quería perder ni un segundo.
Recorrió lo más rápido de lo que su regordete cuerpo fue capaz la poca distancia que separaba el colegio de su hogar, donde, seguramente, aquel chiquillo flacucho de ojos del color de la miel lo estaría ya esperando. Logró llegar a casa en tiempo record, sudando copiosamente y con la respiración acelerada, pero con una amplia sonrisa estúpida en el rostro, tan distraído y apresurado que no notó la silueta frente a él hasta que ya hubo chocado contra ella con tanta fuerza que estuvo a punto de caer, antes de que unas fuertes manos lo sostuvieran por los hombros.
- ¿A dónde crees que vas con tanta prisa? – el hombre sonaba severo, más sus pequeños ojos verdes no mostraban nada más que diversión. Donald Way era un hombre imponente e intimidante a la vista, pero también un padre dulce y amoroso.
- ¡Papá! – rió el muchacho, retomando el equilibrio de su cuerpo – Lo siento, no te vi.
- Me voy al trabajo, Gee – sonrió el hombre, revolviendo con cariño los cabellos de su hijo – Frank está esperándote, no le den muchos problemas a tu madre.
- Prometo no incendiar la casa – respondió soltando una carcajada, y depositando un sonoro beso en la mejilla de su padre antes de salir corriendo hacia el hogar.
Antes de poder cerrar la puerta tras de sí, el sonido de algo rompiéndose con gran estruendo en la cocina lo sobresaltó.
- ¡FRANCIS, TE DIJE QUE TUVIERAS CUIDADO!
- Lo siento tía Donna – murmuró apenado el muchacho, agachándose a recoger los restos del plato que, distraído en sus pensamientos, acababa de dejar caer de sus manos.
Una suave risita atrajo su atención lejos del plato roto y levantó la mirada, buscando la fuente del sonido.
- Y tú de qué te ríes – se quejó Donna Way en un bufido, pasando una de sus manos con desesperación por el rubio cabello.
- Hola mamá – respondió, aún sin poder dejar de reír, ignorándola para centrar su atención en su amigo en el piso.
- Deja de burlarte y ayúdame, ¿quieres? – gruñó Frank, un tanto avergonzado, observando de reojo al recién llegado, quien seguía riéndose apoyado en el umbral de la puerta.
Gerard Way y Frank Iero siempre habían sido vecinos y amigos, al menos desde que tenían memoria. Se conocieron a muy temprana edad, cuando la familia Iero llegó a vivir al vecindario y Frank tenía apenas 4 años. En el primer momento en que cruzaron miradas la amistad nació como algo natural, como si estuviesen conectados, y desde entonces, hace ya 12 largos años, no se habían separado jamás.
Eran realmente muy distintos entre sí, Gerard, de 17 años, tenía la piel pálida como la nieve, cabello negro y profundos ojos verdes, su contextura un tanto rellena siempre había sido motivo de burlas entre los otros niños, convirtiéndolo en un joven introvertido y solitario. Le gustaba el arte, desde siempre había tenido habilidad para el dibujo, habilidad que sus padres le ayudaron a potenciar mediante clases y talleres de pintura. Tenía una familia, por decirlo, perfecta; padres amorosos y preocupados, y un hermano 3 años menor al que amaba más que a nada, una familia feliz. Por otro lado, Frank, de 16, tenía la piel levemente bronceada, cabello castaño y unos grandes ojos avellana que expresaban todo y nada a la vez, era un chico extrovertido y muy sociable, aunque era bastante pequeño y delgado para el promedio de su edad poseía una fuerza física desproporcionada a su contextura, la cual le había sido de inmensa utilidad a la hora de defender a su mejor amigo de los matones escolares. Su pasión era la música, a su corta edad tocaba la guitarra como los dioses y soñaba con dedicarse a eso por el resto de su vida. Hijo único de Linda y Francis Iero, una pareja cristiana fanática y obsesiva que se empeñaba a diario en reprimir a su hijo con el pretexto de que cualquier desviación del camino podría ser motivo para una eternidad de tortura en el infierno. Frank prefería pasar su tiempo libre en casa de los Way, la vida con ellos era más fácil y el amor siempre alcanzaba para uno más. Gerard, por otro lado, no sentía mucho afecto por los Iero, tampoco era muy bienvenido por ellos, solía tener actitudes un tanto femeninas, y eso, para ellos, era sinónimo de homosexualidad, lo cual era, por supuesto, un pecado imperdonable. Las diferencias entre ambos muchachos eran muchas más que sus similitudes, pero eso nunca les impidió mantenerse juntos contra todo, y desarrollar una amistad entrañable y duradera.
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Like a Friend | Frerard
Fanfiction"Like a car crash I can see, but I just can't avoid. Like a plane I've been told I never should board. Like a film that's so bad, but I've got to stay till the end. Let me tell you now: ¡It's lucky for you that we're friends!"