Capítulo 4

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El tiempo fue pasando casi de forma mecánica entre ambos. Caminaban juntos cada mañana a la escuela, volvían cada tarde juntos a casa y pasaban juntos cada tarde de viernes, como siempre. Todo parecía bien, normal, pero la verdad era realmente distinta. Hacían parecer al mundo que nada había cambiado, pero la relación entre ambos, desde aquel extraño día hacía un par de meses atrás, se había deteriorado hasta un punto que parecía sin retorno. Habían dejado de comunicarse con naturalidad, hablaban cada día de temas triviales, ambos sin prestarle mayor atención al otro, y pasaban la mayor parte de su tiempo entre silencios incómodos y miradas distraídas.

Gerard era el más consciente de la situación, pero rehuía el tema con la intención de evitar sacar a relucir sus ya incontrolables sentimientos hacia el menor por miedo a empeorar aún más las cosas. Sabía que hacía mal fingiendo que nada había cambiado y que Frank seguía siendo nada más que su mejor amigo, pero no había otra alternativa, porque su amistad se estaba quebrando, al parecer, de forma permanente.

Frank, por su lado, no entendía del todo lo que sucedía, y no parecía querer entenderlo. Se levantaba cada mañana y se acostaba cada noche en piloto automático, sin prestar verdadera atención a su alrededor, dejando que todo pasara como un borrón frente a sus ojos sin animarse a hacer algo al respecto. Prefería mantenerse ocupado hasta la hora de dormir, prefería cualquier cosa antes que pensar en las cosas que comenzaban a cambiar en su interior. La verdad era que tenía miedo, estaba terriblemente asustado de sí mismo, de admitir que estaba empezando a cambiar, de las mariposas que revoloteaban furiosas en su estómago, de dejar su zona de confort y abandonar la rutina que había llevado por años. Internamente, sabía que algo era distinto desde aquel día, sabía que sus sentimientos hacia el que era su mejor amigo habían comenzado a cambiar de dirección, pero se negaba rotundamente a reconocerlo, por miedo al rechazo y al "qué dirán".

Era viernes por la tarde, Frank salía antes de clases, así que, como siempre, se fue a casa solo, esperando que el mayor llegara para empezar su teatro de siempre en casa de los Way. Llegó a su casa y entró, cerrando la puerta tras de sí, esforzándose por mantener su mente en blanco. Al girarse hacia el interior, se encontró de frente con la mirada severa de su madre, y se sobresaltó.

- Mamá... – susurró casi sin voz – Pensé que no estabas.

- ¿Qué te ocurre, Francis? – preguntó Linda, con tono exageradamente calmo.

La señora Iero era una mujer intimidante. A diferencia de su hijo, era bastante alta, de tez blanca y el cabello castaño, casi rubio, sólo coincidían en una cosa, y eran los grandes y profundos ojos avellana, esos que expresaban todo y nada a la vez. Pero lo que causaba profundo temor en Frank no era su complexión física, sino su personalidad seria y estricta hasta el punto de lo violento, y su fanatismo religioso que bordeaba la locura.

- ¿De qué hablas, mamá?

- Francis Anthony... – la mujer se acercó hacia su hijo lentamente, con una retorcida sonrisa en los labios gruesos – A mí no me engañas, hijo, ¿qué es lo que está pasándote últimamente?

- Mamá, en serio no sé de qué... – antes de que pudiese terminar la frase, una poderosa bofetada le dio vuelta el rostro, dejando un fuerte escozor en su mejilla derecha que le arrancó un par de lágrimas de dolor.

- ¿Sabes que mentir es un gran pecado ante los ojos de nuestro señor Jesucristo, Francis? – susurró Linda, tomando con fuerza desmedida el hombro de su hijo – Vas por mal camino, hijo, vas por mal camino.

- Mamá – sollozó el muchacho, con el rostro empapado de lágrimas – en serio no sé de qué me hablas, por favor...

- ¡Te estás dejando influenciar! – sentenció, tornando su expresión seria – Ese chiquillo no me gusta Francis, no quiero que termines siendo un homosexual como él.

- ¡Gerard no es homosexual! – levantó la voz, sin llegar a gritarle a su madre, por miedo a otro golpe – Es mi amigo, no voy a alejarme de él sin motivos.

- Sólo te diré esto, hijo mío – la mujer volvió a esbozar una sonrisa macabra, acariciando la mejilla adolorida de su hijo – la homosexualidad es una abominación a los ojos de nuestro señor, tenlo presente si no quieres pasar la eternidad en el lago de fuego lamentándote por tus pecados.

Y luego de esto, se dio la vuelta y se alejó a paso lento y calmado hacia su habitación, dejando a Frank solo, confundido y terriblemente asustado.

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