Capítulo 12

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A las 8 de la mañana, como todos los días, Gerard Way se levantaba de la cama para tomar su larga ducha matutina. Pero aquel día era diferente, las mariposas en su estómago y su excelente estado de ánimo así lo indicaban. Aquel día se sentía pleno, como hacía mucho no se sentía, y su habitual mal humor por las mañanas en aquel momento le parecía absurdo.

Con una sonrisa estampada en los labios, y tarareando alegremente su tono de alarma, se adentró en el cuarto de baño para empezar su rutina.

A esa misma hora, en un cuarto de un motel barato, Frank Iero daba vueltas en la cama, inseguro de si levantarse o no. La ansiedad no lo había dejado dormir bien y, llegado el momento, se debatía internamente sobre lo que debía hacer. Por un lado, estaba su vida tranquila y feliz en Oklahoma, con su incipiente y prometedora carrera musical; y por el otro, estaba la persona que, sin saberlo, le había ayudado a seguir adelante y convertirse en lo que era, quien además había vuelto a aparecer en su vida y al parecer no tenía intenciones de dejarlo desaparecer otra vez. Y, claro, también estaba el detalle del maldito novio.

Intentó alejar ese último pensamiento de su confusa mente levantándose con desgano de la cama, ¿qué más le importaba si Gerard tenía novio o no? No era de su incumbencia, ellos sólo eran amigos, o lo habían sido alguna vez. Con ese pensamiento en la cabeza, decidió darle una oportunidad a la cita con Gerard, tal vez no era tarde para recuperar su amistad y el tiempo perdido. Esbozó una sonrisa de derrota y se adentró al cuarto de baño para tomar una ducha.


Faltaban aún unos pocos minutos para las 10 de la mañana cuando Gerard llegó al punto de encuentro, y, manteniendo la sonrisa intacta, se plantó en la esquina del café a esperar. Bert no había estado contento con la idea de que viera a Frank otra vez, si bien su querido novio conocía casi al pie de la letra la historia que había tenido con el menor, ignoraba por completo lo que había pasado entre ambos antes de que los separaran. No había querido contarle, no había querido que él viviera con la sensación de estar compitiendo contra un fantasma del pasado, y, en aquel momento, ansioso por verlo de nuevo, se sentía agradecido de no haberlo hecho. Bert sospechaba, eso estaba claro, se había mostrado celoso y apático hacia Frank, y de saber que Gerard aún lo sentía como el amor de su vida las cosas se habrían complicado mucho más.


Había estado dando vueltas en la habitación, dejando la hora pasar, otra vez inseguro de su decisión. No quería entrometerse en la vida del pelirrojo, ya suficiente daño le había hecho en el pasado, tal vez lo mejor era dejar las cosas como estaban y volver a desaparecer sin dejar rastro. Pero si lo hacía, ¿no se preocuparía aún más? Lo conocía a tal punto que, en el fondo, sabía que si escapaba Gerard sería capaz de recorrer el mundo hasta encontrarlo y pedirle explicaciones, aunque con lo mucho que había cambiado... Nada parecía muy seguro. Miró su reloj de pulsera, eran ya las 10:15 de la mañana, y esbozó una sonrisa triste. Posiblemente ya se habría ido, aburrido de esperarlo, pero, aun así, decidió salir en busca de un taxi que lo llevara hasta el mentado café.


Las 10:30 y Frank no llegaba, tal vez... ¿Lo habría dejado plantado? La sonrisa se desvaneció de su rostro en cuanto el pensamiento lo golpeó. Era posible, mal que mal, hacía ya 4 años que habían perdido el contacto, seguramente había dejado de ser importante, ¿para qué tomarse la molestia de asistir? Decidió entrar al café y sentarse a esperar un poco más, sólo un poco más.


El lugar le pareció enorme, era mucho más grande y sofisticado que cualquiera de los locales en los que había estado alguna vez. Recorrió la acera con la mirada, pero no había rastros de Gerard por ninguna parte. Sonrió, justo como lo había pensado, él se había ido, y no era de extrañar, había sido él mismo quien había llegado con casi una hora de retraso. Decidió, por hacer algo, entrar al café para desayunar, pero en el momento en que puso el primer pie dentro sintió la calidez expandirse por su pecho, y una sonrisa estúpida se le grabó en los labios. Ahí estaba él, sentado en una mesa apartada de la entrada, con la cabeza gacha, concentrado en lo que parecía una servilleta de papel. Se dedicó a observarlo unos segundos, se veía increíblemente atractivo, con una sudadera gris con el rostro de Morrisey estampada en ella y una chaqueta de cuero negra ceñida al cuerpo. Sacudió su cabeza intentando alejar esos pensamientos extraños, y se encaminó hacia la mesa, esbozando una sonrisa de disculpa.

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