Como cada mañana

2.8K 169 18
                                    


Los rayos de sol que se filtraban por las persianas se posaron sobre la cabellera rubia que reposaba sobre la almohada de plumas bien estofada.

Algunos segundos más tarde, la luz forzó a la joven a abrir los ojos, dejando a sus pupilas esmeraldas llenarse de sol, lo que arrancó un gruñido de insatisfacción.

Después de unos minutos necesarios, la joven se incorporó, se sentó en el borde de la cama y se puso la camiseta que yacía hecha una bola a los pies de la mesilla de noche.

Se giró y su mirada se posó en el hombre que dormía a su lado. Como cada mañana, el asco de verlo compartir su cama le dio ganas de gritar. Como cada mañana, sus ronquidos le dieron ganas de estrangularlo. Y sin embargo, como cada mañana, suspiró sacudiendo la cabeza, sabiendo pertinentemente que estaría ahí a la hora de irse a acostar.

Despertado por los movimientos de su compañera, el hombre se dio la vuelta y posó su mano sobre el hombro de la bella rubia.

«¿Ya te levantas?»

Con un suspiro, la joven rechazó su mano y se puso en pie

«Tengo una reunión con el director...»

«Oh, buena suerte, muñeca...»

Sin mirarlo, la rubia se levantó y cogió su reloj de la mesita de noche

«Hey, ¿Emma?...Te amo, ¿lo sabes?»

Como nada mañana, ella no respondió a las palabras de su marido.

Como cada mañana, sus ojos se posaron en la foto que presidía la cómoda frente a su cama. Como cada mañana, desde hacía casi dos años, se marchó llorando a tomar su ducha.

El desayuno fue rápido, como siempre, para evitar ver la cara de su marido que la miraba comer, mirándola con ojos vidriosos como un pescado muerto en la bandeja de la pescadería.

Pero esa vez, Neal fue más rápido que ella. Deseaba tanto reconquistarla que, día tras día, noche tras noche, se empeñaba en ello, pero sin éxito. Bajó las escaleras gruñendo.

Sus gemidos sacaron de quicio a Emma.

«¿Qué te duele ahora? ¿La mano? ¿La rodilla? ¿La espalda? ¿La cabeza?» preguntó ella dejando su tazón en el fregadero.

Ella ya estaba más que harta de oírlo quejarse, cada santo día, de un dolor diferente.

El Neal que ella había conocido, al que había amado, combativo y motivado, había dejado su sitio a un despojo humano, de baja por enfermedad desde hacía dos años, encontrando una nueva excusa, un nuevo dolor imaginario en casa cita con el médico.

«¡Emma, estoy realmente mal, lo sabes!»

Hundiendo su mirada en la de la joven, él se masajeó suavemente la muñeca como para confirmar sus palabras.

«No es fácil para mí desde que...»

Sintiendo la cólera apoderarse de ella, Emma lo agarró por el cuello de la camisa

«¡No digas nada...NO-DIGAS-NADA! Cállate, cállate, ya no quiero escucharte, no te atrevas a pronunciar una palabra más o te juro que...»

Notando que se estaba saliendo de sus casillas, lo empujó violentamente contra el mueble de la cocina. Su rodilla herida golpeó contra el poyo, y Neal cayo gritando, intentando torpemente retener a Emma por el vuelto de sus vaqueros, pero la joven se soltó de un tirón de su pierna que casi va a dar contra la mandíbula del hombre en el suelo.

«Emma, vuelve, por favor, lo siento, no quería...»

«¡CIERRA EL PICO!» gritó ella llena de rabia «¡Cállate, ya no quiero escucharte!¡Cállate!»

Cogió su chaqueta roja del perchero, su arma reglamentaria, las llaves del coche y cerró violentamente la puerta, dejando a Neal sollozando, su mano en la rodilla ya bastante destrozada.

El escarabajo amarillo y su conductora se perdieron por las calles de la ciudad a toda velocidad, respetando de forma aleatoria los semáforos, stops y otras señales de tráfico.

Los veinte minutos de camino hasta la oficina no fueron suficientes para calmar a la joven que gritaba sola en su coche, insultando a los otros conductores, a los caminantes, a su superior, a su equipo...y sobre todo a Neal.

Era necesario que hiciera algo, un día u otro la cólera se apoderaría de tal manera de ella que la policía encontraría a su marido en un charco de sangre, con una bala en la cabeza. Ante esta idea, una ligera sonrisa de soslayo apareció en su rostro...

Al llegar al parking, como cada mañana, Emma quiso aparcar en su plaza habitual, pero una gran y flamante berlina negra estaba allí estacionada. Aparcando algunos metros más lejos, retrocedió para ver ese magnífico coche, al lado del cual su pequeña bola amarilla parecía bastante penosa.

Sacó su navaja del bolsillo, desplegó la hoja despacio, cerciorándose a derecha e izquierda de que nadie miraba. Esa plaza no le estaba reservada, ninguna lo estaba, pero el hecho de que un desconocido la haya obligado a aparcar más lejos de lo normal le molestaba particularmente. En otro momento, no habría hecho nada, ni dicho nada...pero ese no era un día normal. Necesitaba sacar su rabia, verter sobre algo su frustración y cólera...y desgraciadamente para el propietario de la berlina, no se había estacionado en el lugar correcto esa mañana.

La hoja de la navaja se deslizó por el ala trasera izquierda hasta el ala delantera, dejando una ralladura gruesa y profunda. Las ganas de pinchar las ruedas la atormentaban profundamente, pero Emma pensó que no sería razonable. Vendría después de la reunión, si esta iba mal, tendría que descargarse al salir...

Pero al llegar ante la puerta del edificio, se paró y dio la media vuelta, volviendo al parking. Al llegar a la altura de la berlina, fingió que se ataba los cordones y hundió la hoja de la navaja en un lado del flamante neumático, dejando escapar un suspiro de satisfacción.

Como cada mañana, Emma pasó por el puesto de vigilancia, pero al contrario de lo que era costumbre, esta vez lo hizo con una sonrisa en los labios. Saludando al guardia con la mano, entró en los pasillos con paso seguro antes de acordarse de la razón de su presencia ahí en ese día. Su sonrisa despareció instantáneamente cuando las puertas del ascensor se abrieron.

De forma mecánica, pulsó el botón de la quinta planta, pulsándolo diez veces como si eso pudiera hacer que el ascensor fuera más deprisa.

Cuando llegó a su destino, salió del ascensor y se dirigió directamente al despacho del director. Lo conocía muy bien por haber sido llamada muchas veces...numerosas veces...demasiadas veces.

Inspiró profundamente, tocó, y esperó una respuesta que tardó en llegar. Mientras esperaba sus ojos se posaron en la placa colocada en el centro de la puerta: Director Gold-FBI

Asesinato en StorybrookeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora