Los Mismos

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No hay mayor castigo que el que te impones a ti mismo,

ni mayor soledad que rodeado de extraños.

La sangre de mis heridas se seca con los años

y de aquel niño que sangraba no queda ni un atisbo.


Lágrimas que no fluyen queman el corazón;

encerradas entre los gritos callados del alma.

Quien las libera, se gana su calma;

quien no, fuerza su rendición.


Todos debemos rendirnos algún día

y llorar y desmoronarnos y sufrirnos.

Esa elección nunca fue la mía.


Por más que lo intenté, no supe unirnos

y mientras tanto me mata todavía

el eterno deseo de vivirnos.

Ensayos y Errores 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora