Capítulo 6

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¡Cuidado!- gimió Jared.

Lo estaba ayudando a caminar e ir al hospital. Él había pasado su mano izquierdo por encima de mi cuello.

-Ugh, esto duele como el infierno.- se quejó

Yo, por mi parte, había recuperado mis fuerzas estando sentado en el pasto. De alguna extraña manera me sentía cómodo en ese lugar. Con la brisa corriendo por mi cara. Sentía que ahí pertenecía.

-Doblemos a la izquierd... ¡ah!

También me sentía culpable por el pie roto de Jared.

Ambos tratábamos de irnos por callejones o calles desiertas. Aunque igual no había mucha gente en sus casas o locales ya que habían ido a investigar por su propia cuenta.

Cuando estábamos acercándonos al hospital, hubo un anciano que salió de su casa (seguramente a ver el problema con sus ojos). El problema es que él había visto las noticias.

-¡Ustedes!- apuntó a nosotros -¡Ustedes dos fueron! ¡Son unos vándalos! ¡Sólo a unos enfermos mentales se les ocurriría hacer eso!

Volteé a vernos, y la suciedad, el sudor y el cansancio nos convertía en otras personas. Pero aquél hombre sabía quiénes éramos. Pero cuando trato de avanzar, se resbaló y cayó al pavimento. Aunque me daba un poco de pena, recordé que para salvar nuestro propio pellejo, debíamos hacer que otros se las arreglaran solos.

Unas cuadras más adelante se encontraba el edificio del hospital. Un edifcio blanco de 6 pisos, donde con sólo verlo se sentía una gran presión en el pecho.

Recuerdo que cuando tenía 9 años me había caído en las escaleras de mi casa y me rompí un brazo. El dolor era insoportable, y yo lloraba y lloraba, aun sabiendo que el dolor no pararía. Mi padre pronto me llevó al hospital, en donde rápidamente me llevaron a una habitación donde el doctor me dijo que me tomara una medicina para calmar el dolor. Después, envolvió mi brazo en una venda y lo colocó en un cabestrillo. Y así estuve como por dos semanas, hasta que sanó,  y seguí bajando las escaleras de dos en dos.

Cuando entramos al hospital, había como diez personas en la sala de estar, seguramente esperando noticias de sus familiares (o quien quiera que estuviera enfermo). La recepcionista pronto se acercó a nosotros y hablé.

-Necesita ayuda. Su pie y su brazo derecho están rotos. El coche de las noticias nos atrapó desprevenidos, y...

-¿Cuál coche?- preguntó la recepcionista. Genial. No había visto las noticias. El plan marchaba bien.

-El que destruyó la fuente en la plaza municipal.

La recepcionista se fue a una de las esquinas de la habitación por una silla de ruedas, en donde me ayudó a sentar a Jared. Un doctor llegó y se lo llevó por un pasillo al cual yo no podía acceder.

-¿Cuáles son los datos del chico?- me preguntó la mujer, que se había ido detrás de la barra a anotar los datos.

-Jared, Jared Palme. Dieciséis años. 

-¿Dirección del hogar?

Demonios, siempre se me olvidaba

-Ehh... espere un momento, ahora le digo.

Saqué mi celular y marqué a la casa de Jared, número que también se me olvidaba, pero el número estaba guardado en los contactos.

Entonces reparé en que ellos sí habían visto el noticiero

-¿Hola?- contestó una voz agitada de una mujer. Sin duda la madre de Jared.

-Sra. Liz, disculpe, ¿cuál es el número de su casa?

La Espada de Oro (Los Elegidos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora