L.
Tabatha era un libro abierto, siempre lo fue.
Muy transparente y brillante. Soñadora.
Y yo no supe interpretar lo que decía, lo que realmente quería.
∞∞∞
Una semana después, Tabatha se manifestó en huelga laboral. Claro, después de bañar a su hija, vestirla y darle de desayunar. La entregó a su abuela, que leía el periódico en el porche como hizo durante años, con su San Bernardo acostado a un lado de la mecedora. Sólo cuando vio que la pequeña ya estaba bien, cómoda alrededor de Calixto, se internó en su habitación.
A comparación del cuarto de Sabina, el que ocupaba Tabatha no tenía papel tapiz con motivos llamativos, las paredes eran de un blanco perla. Toda la estructura de la cortina adoptaba ese color y lo combinaba con elegantes adornos mostaza. Detrás se hallaba un balcón con la mejor vista de la casa: el pueblo a las faldas de la montaña y más allá, el mar azul besando el cielo.
Tabatha rescató de su buró un pequeño libro de portada azul Prusia en la que se leía "Poesía completa" en el centro y "JAIME SABINES" en el primer tercio del espacio. Cada poema podía llevarle media hora, una hora. Los interiorizaba, los paladeaba y se dejaba envolver por esa esencia que el poeta le dio a su obra.
Leía en voz alta, si es que leía realmente, porque de memoria se los sabía, al menos la mitad.
Leía en voz alta sin saber era acechada en su soledad, sin saber que en el desván estaba la ventana abierta y su voz rompía la concentración de Luciano. En cuanto empezó el segundo poema, soltó la pluma y dejó a un lado su tableta gráfica. Se dejó caer en el respaldo de la silla, luego cerró los ojos.
Y escuchó.
"No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti."
Tabatha hablaba dejando su corazón a la vista con ese y otros poemas, al alcance de cualquier mano que quisiera apropiarse de él, y en el proceso daba una cachetada al culpable. Le recordaba que ella no había pedido nada por falta de corazón, sino lo contrario, su corazón era grande... pero dar y no recibir nada a cambio, en ese caso, la mataba. Era un sacrificio que no haría, prefería sufrir del mal de amores. Ya tendría tiempo para superarlo...
Luciano contuvo la respiración antes ésta realización.
«Mentira», se dijo frenéticamente, su corazón acelerado.
Tabatha calló un momento, seguro buscaba un poema en especial.
«Tabatha no me...»
Entonces recordó de aquel beso que se dieron unas noches atrás, ese que pensó era producto de la enfermedad, de estar desubicados en tiempo y espacio. Había sentido el pulso de Tabatha, había visto las lágrimas que ahora sabía no eran de un dolor causado por la enfermedad, sino del hecho de haber renunciado a él porque no era rival para su contrincante.
Dejó todo y corrió a buscarla, tenía que comprobar que estaba errado. Estaba confundido, ya no sabía qué quería, no sabía por qué quería estar errado. No sabía, no sabía. No se preguntaría, no sufriría una respuesta.
Se dispuso a tocar la puerta, ya tenía la mano a centímetros de distancia, cuando regresó la voz de Tabatha, tan melodiosa como siempre, con el sentimiento correcto en la punta de su lengua. Luciano no se atrevió a interrumpirla, se quedó ahí, parado con la mirada clavada en la madera, como si pudiese ver a través de ella. Y en cierta forma era verdad, se la imaginaba sentada en el balcón con el aire haciendo revolotear sus caireles rubios.
Era preciosa.
Pero el mensaje que él le encontró a los versos de Sabines que recitaba Tabatha en ese momento, un mensaje que quizá no encontraría en otra ocasión, lo desarmó más que la imagen de la joven.
"Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan."
Luciano se miró las manos con la sensación de estar manchado, de llevar la sangre del corazón de Tabatha.
—Mierda.
Tocó un par de veces antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, inconscientemente no quería seguir escuchando, cada palabra lo alteraba más que la anterior.
—Adelante —dijo con tranquilidad. Luciano entró en perfecto silencio, pero con una cara que le hizo ruido a Tabatha. Se paró de inmediato y fue a su encuentro—. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?
—Dime una cosa, Bibi —los ruegos de Luciano no eran comunes, aquello la sacó de onda.
—¿Sí? —Dijo con la voz temblorosa.
—¿Sigues teniendo sentimientos por mí? ¿Me sigues queriendo? —Preguntó atropellando las palabras.
Su cara pedía un no por respuesta, Tabatha lo sintió en sus venas pero su corazón se amarró a la verdad, en el fondo seguía esperando un milagro. Aturdida por la pregunta, Tabatha retrocedió hasta topar con el cofre al pie de la cama. Luciano no perdió tiempo escudriñándola, buscando la respuesta en los pliegues de su alma. Tabatha se sonrojó y las lágrimas cosquillearon en sus ojos.
—Ay, Luciano...
∞∞∞
EL DIARIO DE TABATHA
Si el problema no es que no te amara, que no me amaras. El problema es que no me das el lugar que merezco, que creo merecer, porque, quizá, tu definición de amor y lo que conlleva no es —ni será— la misma que la mía.
Así se lo solté y él palideció.
Juro que no entiendo a Luciano. ¿Qué pensaba?
Junio 2016.
∞∞∞
Este Luciano... entendiendo los poemas como su atormentado corazón quiere...
Corto, pero... con bastante contenido importante. ¿Qué les pareció? ¿Han leído más de Sabines?
¡Los veo en los comentarios!
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La niña de los unicornios (DU #1)
Chick-LitTabatha sueña con vida libre de violencia para su hija, lejos de las inseguridades de la gran ciudad. Sin otro lugar a dónde ir, decide regresar a su pueblo natal, un lugar que lleva evitando durante años y la obligará a compartir techo con el hombr...